Saludos cordiales al equipo de Dirección, a los funcionarios, a los educadores, a los, hermanos sacerdotes. Hermanos todos:

Este es el gran anuncio que hizo nuestro Señor Jesucristo: decirnos que los que habitábamos esta tierra y este mundo éramos hermanos. A veces nos cuesta entenderlo; quizá, por eso, el Señor dejó que fuese su madre la que nos lo explicase. Todos los que estamos aquí, de una manera o de otra, tenemos un recuerdo muy especial de nuestras madres. Pues imaginaos que sea Dios mismo el que nos ha dicho, como habéis escuchado, estas palabras: ahí tienes a tu madre. Porque, en aquel muchacho, en Juan, estábamos todos nosotros, y el Señor nos lo decía a todos.

Habéis visto que es una maravilla tener una madre que nos enseña lo que acabamos de escuchar. En la Primera Lectura, del profeta Isaías, se nos decía que el Mesías iba a venir a este mundo para darnos la libertad, para darnos horizontes claros de la vida, para entregarnos una manera de situarnos entre nosotros muy diferente a la que a veces, con nuestras fuerzas, queremos ponernos. Pero qué maravilla, aún más todavía, cuando veíamos y escuchábamos la Carta de San Pablo a los Gálatas, cuando nos dice quién es ese Dios: uno que se ha hecho hombre, igual que nosotros. Es más, os diría que pasó por todas las circunstancias por las que un ser humano puede pasar; hasta por la cárcel también, siendo Dios. Por tanto, no quiso separarse de nadie este hijo de María que nuestra Señora de la Merced nos presenta poniendo de frente a este Jesús que quiso hacerse hombre e identificarse con todos nosotros.

Os diría tres cosas fundamentalmente. En primer lugar, os digo que todo ser humano, en la circunstancia en la que viva, tiene un tiempo que le regala Dios para reconstruir su vida. Yo hace poco que estoy de arzobispo en Madrid, y también me ha dado un tiempo para repensar mi vida, porque no es igual esto que cuando estaba en Orense, o en Asturias, o en Valencia... es distinto. Me encuentro con otras realidades y no puedo hacer lo mismo. Y a vosotros os pasa igual; por circunstancias diversas, estáis aquí, en esta institución: unos como internos, otros para ayudaros. Es un tiempo que tenemos que aprovechar para reconstruir nuestra existencia. Y, es más, el Señor no nos deja solos para reconstruir nuestra vida; nos regala a su Santísima Madre.

Por eso, en segundo lugar, os quería decir que María es una mujer que sale a nuestro encuentro, como las madres. Ella, en el momento en que tiene la noticia y acepta ser la madre de Dios, nos dice el Evangelio que salió al camino, a buscarnos a nosotros. Es una mujer que no se guarda para sí. Sale, como hoy, a encontrarse con nosotros, porque no abandona nunca a nadie desde que el Señor en la cruz le dijo: “Ahí tienes a tu hijo”. Ahí estábamos todos nosotros. Ella no nos abandona nunca. Siempre está a nuestro lado. Vosotros sabéis que para una madre un hijo es el más guapo, el más listo, el más importante, disculpa y quiere siempre. Y vosotros lo experimentáis en vuestra vida. Nuestra madre, la Virgen María, no nos abandona; sale a nuestro encuentro. Y pensad, por un momento, en qué circunstancias reales os encuentra. Tendréis momentos de tristeza en vuestra vida, también de alegría, de repensar por qué hice esto... Yo os invito a que descubráis que la Santísima Virgen María sale y está a vuestro lado porque, desde el momento en que Ella recibió a Cristo en su vida y habitó en su vientre, salió a los caminos a encontrarse con los hombres. Y fijaos la obra que hizo: llegó a casa de Isabel, su prima, que era una anciana e iba a tener un hijo por obra y gracia de Dios, y sucedió que aquel niño que estaba en el vientre de Isabel, al presentarse María, salta de gozo, percibe la presencia de Dios. Y es que María nos hace percibir cosas bonitas.

Todos los que estamos aquí no somos una pandilla de desgraciados... ¡No! María se acerca a nuestra vida siempre, nunca nos pregunta qué hemos hecho; como buena madre, nos quiere y sale a nuestro camino.

En tercer lugar, María es una madre que nos ayuda en momentos fundamentales de la vida. Recibimos su ayuda. Sí. No solo sale a nuestro encuentro, no solo vemos que no nos abandona: Ella nos ayuda, y sabéis cómo nos ayuda. Mirad a la Virgen María en las bodas de Caná, con aquella familia que ni podía celebrar la fiesta porque se había acabado el vino; es decir, en el fondo nos viene a decir que cuando hay dificultades en la vida, Ella se hace presente y lo hace para que no estemos tristes, se hace presente para que podamos celebrar la vida, se hace presente en nuestra propia existencia para decirnos lo que dijo en las bodas de Caná: haced lo que Él os diga.

Y la alegría viene a nuestra vida. ¿Cómo? Yo no sé lo que os pasa a vosotros, pero os digo lo que me pasa a mí. A veces cuesta perdonar a la gente. No sé si os pasará a vosotros, pero a mí me pasa: a veces me cuesta. Claro, escucho a María: haz lo que Él te diga. Y, claro, cuando uno mira a Jesús, el mismo que nos ha dicho: ahí tienes a tu madre, y le ve en la cruz... Junto a la cruz de Jesús, el Evangelio nos dice que había dos hombres que habían robado, matado, uno de ellos le decía al Señor: oye, qué haces... le increpaba, y el otro le dijo: acuérdate de mí. Y ya sabéis la respuesta de Jesús: hoy estarás conmigo. Jesús, que estaba en la Cruz, no se merecía estar ahí, porque era injusto. Al fin y al cabo, los otros, según las leyes de entonces, habían cometido un delito. Pero percibieron algo especial en Jesús. Por eso, la Virgen María nos dice: haced lo que Él os diga. Qué nos dice el Señor: que perdonemos, que quitemos de nuestra vida lo que nos hace infelices... que perdonemos.

La palabra perdón es la más bonita de los cristianos. No existe en ninguna cultura, no existe más que en los cristianos. Cuando te hacen una faena y cuando te hacen daño, el Señor dice: perdónales. Hay gente que dice que eso es de tontos. Bendita tontería que nos hace a todos capaces de encontrar siempre al que está a mi lado como hermano y no como enemigo, que tengo que hacer una justicia determinada, porque me la hizo...

Es precioso en esta fiesta de la Merced qué mercedes nos hace la virgen María, que se acerca a nuestra vida y nos dice: mirad, aprovechad, reconstruir vuestra vida. Es tiempo de reconstruir la vida. Mirad que vuestra madre sale a vuestro encuentro, que es una mujer que nunca nos abandona. Nunca. Nos dice la verdad: haced lo que Él os diga. Y lo que el Señor nos dice es que queramos a la gente, que perdonemos, que amemos, que sirvamos a los demás, que en todas las circunstancias de la vida podemos llegar a tener una libertad tan grande porque el Señor nos enseñó a tenerla, ya que siendo Dios se hace hombre, también le detuvieron, estuvo encerrado, le dieron una paliza... No se lo merecía. Y Jesús decía: perdónales Padre, porque no saben lo que hacen.

Yo creo que la de hoy es una fiesta preciosa. Demos la mano a la Virgen. Además, pasa una cosa: en todas las religiones, la Virgen María es respetada; en todas: en las que no creen en Jesucristo, la Virgen es la más respetada, querida, acogida... Algo tendrá nuestra Madre. Y, sobre todo, reconstruye; cuando la ponemos a nuestro lado, nos dice: haz lo que te diga. Por eso, cuando tengamos una tentación, cuando salga: este que me hizo..., recordar: somos cristianos. En esta cárcel, en esta institución, se puede hacer posible que este mundo sea un mundo distinto, un mundo de hermanos, si os empeñáis en hacerlo. Somos capaces de hacerlo. Y, os aseguro, no con nuestras fuerzas, sino con las del Señor, y sobre todo si dais la mano a la Santísima Virgen María, que además está por una parte sosteniendo a Nuestro Señor Jesús y por la otra con la mano abierta, para que le demos nosotros la mano. Aprovechad esto: darle la mano, aunque sea con la imaginación. Ahora yo se la puedo dar a esta imagen, pero vosotros darle la mano.

Y vamos a hacer lo que el Señor nos dice. Él se va hacer presente aquí. Acojámosle en nuestro corazón. Que el Señor y especialmente su Santísima Madre os acompañe y os haga ver la grandeza de ser discípulos de Cristo.

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