Ilustrísimo Señor Deán, miembros del Cabildo Catedral, Vicario General, Vicarios Episcopales, queridos hermanos sacerdotes, hermanos y hermanas todos.


Nuestro Señor nos acaba de decir que Él es nuestra luz y nuestra salvación. Así lo hemos cantado en el salmo responsorial que juntos hemos rezado, el salmo 26, y ¡qué certeza tan maravillosa es esta!

Estamos aquí, hoy, animados una vez más por el Papa Francisco. Él ha querido establecer la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación en este primer día de septiembre. El Santo Padre desea llamar nuestra atención sobre los problemas importantes que tiene la tierra en la que habitamos, y sobre los problemas reales que tiene el ser humano. ¡Qué gozo que este día sea conmemorado por 1200 millones de católicos! ¡Qué gozo que la Iglesia católica, extendida por el mundo, viva este día en comunión con el Papa y animada por su celo evangelizador que tan bellamente nos ha enseñado a través de su última encíclica Laudato si, donde destaca las preocupaciones que debemos de tener como cristianos! Él quiere que ofrezcamos nuestra contribución para superar la crisis ecológica que vive la humanidad, crisis que tiene una raíz antropológica: el ser humano quizá no sabe quién es y por eso no vive con todas las consecuencias como está llamado a vivir y como corresponde con su ser.


Celebramos esta Jornada en la capilla de la Virgen de la Almudena porque hoy estamos pocas personas en la Catedral. Hemos rezado las Vísperas, integrándolas en la liturgia eucarística. Fijaros cómo Dios quiere señalarnos algo en cada momento de nuestra historia, y tenemos que saber reconocerlo: el ser humano que mejor cuidó esta tierra ha sido la Santísima Virgen María. Y digo que fue la que mejor la cuidó porque prestó su propia vida para que Dios se hiciese presente en medio de los hombres y tomase rostro humano, es decir, María descubrió quién era, el modo en que Dios la llamaba a vivir, y lo asumió con todas las consecuencias porque correspondía con su ser.


Y, así, nosotros podemos descubrir que toda crisis se supera y se erradica descubriendo esta humanidad, que es verdaderamente humana, con el humanismo que nos ofrece, regala y muestra Jesucristo cuando le acogemos en nuestra vida y reconocemos en Él a Dios que se ha hecho hombre. Esta es una aportación importante que no solamente hacemos desde la oración sino desde las consecuencias que una oración dirigida a Dios tiene que tener en nuestra vida. 

Os habéis dado cuenta, queridos hermanos, cómo en la primera lectura que hemos proclamado el Señor nos ha dicho: “ni sois de la noche ni sois de las tinieblas”. Esta es la primera aportación que tenemos que hacer con nuestra vida a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Es precisamente en esa apertura que hacemos desde la oración a Dios donde descubrimos que al no ser ni oscuridad, ni tinieblas, estamos llamados a aportar la luz que, como regalo precioso, nos ha dado Jesucristo con su propia vida a todos los cristianos. Hagamos próximo esto a la tierra en la que habitamos y a los hombres y mujeres con los que vivimos y nos encontremos. Os habéis dado cuenta de que el apóstol Pablo, en esta primera lectura, terminaba diciéndonos: “animaos y ayudaos mutuamente a crecer”. Este ánimo y este aliento es lo que queremos transmitir entre nosotros, y también en la oración que estamos haciendo: que todos los hombres cuidemos de la creación, ya que el Señor la ha puesto a nuestro servicio.

En segundo lugar, habéis visto lo que nos decía el Evangelio: cuando el ser humano vive al revés de cómo Dios le ha hecho y le ha creado, cuando vive contrariamente al diseño que el Señor ha hecho de su vida. Si eso nos sucede, no temáis, porque si el Señor se acerca a nosotros y echa de nuestra vida lo que le es contrario, como hizo con aquél que estaba inundado por un demonio y le liberó de ese demonio para que fuese de verdad el hombre que había creado Dios. Dios es el Bien y nos da su Bien para vivir “a su imagen y semejanza”. Habéis visto lo que aquellos demonios gritaban: ¿qué quieres de nosotros? Lo hacían aquellos hombres que estaban inundados por el mal. El Señor, que es el Bien supremo, hoy, en esta oración que estamos haciendo, en esta Jornada Mundial de Oración por la Creación, nos pide estas tres cosas: que celebremos, que oremos y que cuidemos.

a) Sí, qué celebremos. Qué precioso es el cántico del himno de las criaturas de San Francisco: “alabado seas mi Señor por la hermana nuestra madre tierra la cual nos sustenta y gobierna produciendo diversas hierbas y frutos y flores con coloridos diversos”. Esto es lo que el Señor quiere que celebremos hoy: que el creador nos ha dado una casa para todos los hombres llena de riquezas, para que podamos vivir todos, para que todos nos podamos sustentar y para que nadie pase hambre o necesidad. Todo lo creado lo ha puesto a nuestro servicio: ¡hay que celebrarlo! ¿Cómo no lo vamos a celebrar, cómo no vamos a alabar a un Dios que ha sido tan bueno con el ser humano? Y la mejor manera de hacerlo es unirnos a nuestro Señor Jesucristo, que se hizo hombre para hacernos entender lo que a través del apóstol Pablo nos dice: “a nadie debáis más que amor”. Ese amor que nos hace sentirnos solidarios los unos a los otros, ese amor que nos hace vivir una humanidad verdadera, la humanidad y el humanismo de Cristo nuestro Señor. Celebremos esto, queridos hermanos, pero al mismo tiempo démonos cuenta de que a veces lo que nos ha dado el Señor gratuitamente para que todos podamos vivir lo hemos deshecho, viviendo solamente unos pocos y otros pasando muchísima hambre, cuando no estando absolutamente al margen de lo creado por esa apropiación impropia de unos pocos.

b) Por eso, en segundo lugar, el Señor nos dice: orad. El diálogo con Dios tiene unas consecuencias en nuestra forma de pensar, de sentir y de vivir. Quien dialoga con Dios nos se queda igual, porque Dios le responde. Probad hermanos, lo habéis probado muchas veces: el diálogo con Dios alimenta no solamente tener otras ideas, otras formas de pensar, de sentir y de vivir, sino fundamentalmente nos hace tener motivaciones de las que emerge un tipo de espiritualidad que alimenta una pasión sincera y verdadera por el cuidado del mundo, el cuidado de todos los hombres. Si oramos de verdad no nos quedamos impasibles ante las necesidades de los demás, vivimos con nuestro cuerpo, vivimos con la naturaleza, vivimos todas las realidades que están aconteciendo en estos momentos de la historia en el mundo, buscando el respeto de lo creado, haciéndolo acorde a su ser. ¿Os habéis preguntado por qué se dan a veces “desiertos exteriores”, es decir, lugares donde no hay vida, donde hay muerte, donde hay dolor, donde hay heridas? Pues mirad: si los seres humanos utilizamos en beneficio propio o para el disfrute personal lo que Dios hizo para todos, hacemos unos desiertos terribles que se convierten incluso en “desiertos interiores”. El “desierto interior” es cuando tú no piensas en el otro y sólo piensas en ti mismo. Por eso, orar, dialogar con Dios, supone entrar en una relación con Él que hace que escuchemos su Palabra, que vivamos en comunión con quien creó todo lo que existe, que nos convirtamos en una especie de protectores de la obra que Dios ha hecho, de esta casa común que construido para todos los hombres. Esto nos da una espiritualidad que no es opcional o secundaria. Una espiritualidad auténtica, queridos hermanos y hermanas, nos lleva a recuperar una armonía tan grande con la creación que nos impulsa a alcanzar ideales que muevan nuestra vida a corresponder con nuestro ser creador. Ideales que anhelan que cada día esté más hermosa esta casa común que es la tierra y que todos los hombres puedan disfrutar y participar de ella, creada por Dios para todos.

c) Queridos hermanos: cuidar. El cuidado de todo lo creado se tiene que manifestar con obras en nuestra vida, y en la capacidad que tengamos de convivir los hombres. Se tiene que demostrar en la comunión que tengamos los unos con los otros. Jesús nos lo recuerda: tenemos un Dios que es Padre único. Precisamente por eso todos los hombres somos hermanos. Para cuidar es necesario sentir que todo lo creado lo puso Dios al servicio de todos los hombres, sin excepción. Hace falta volver a reconocer, por parte de todos nosotros, que somos necesarios, que nos necesitamos los unos a los otros, que merece la pena ser buenos, honestos, no vivir para nosotros mismos, que merece la pena vivir eso que la doctrina social de la Iglesia nos dice que es el amor social, la clave de un auténtico desarrollo decía el papa Benedicto XVI.


Revaloricemos este amor en todos los aspectos de la vida: en el personal, en el social, en la política, en la economía, en la cultura, el amor. El amor social alienta el cuidado de todo lo que existe. Cuidemos y vivamos sabiendo que no somos propietarios ni dominadores, que no podemos expoliar esas riquezas que Dios puso para el servicio de los hombres. Cuidemos y descubramos que el que tengo a mi lado es semejanza de Dios. En este día en el que, como os decía antes, la Iglesia ora, en esta Jornada Mundial por el Cuidado de la Creación, celebremos, oremos y cuidemos lo creado. Hagámoslo como lo hizo la Santísima Virgen María.


Os decía hace un instante que el hecho de celebrar la Eucaristía en este altar hoy es porque no somos muchos, pero es algo importante, porque el Señor nos ha puesto al lado de quien mejor cuidó la creación: María. Ella acogió en su vida a Dios, la humanidad de Dios, que es la que quiere que tengan todos los hombres, es el regalo que Dios nos ha hecho. La Iglesia está atravesada por la Santísima Virgen María, incluso físicamente, como en esta catedral de Nuestra Señora la Real de la Almudena, cuya nave central está atravesada por la Virgen María, el ser humano que mejor cuidó lo creado y puso en medio de la creación a Dios mismo con rostro humano. Aprendamos de Ella, sintamos la cercanía de la Virgen y abramos nuestro corazón ahora, orando a Dios nuestro Padre unidos sinceramente al papa Francisco y a toda la Iglesia universal que ora por la creación. Amén.

Miércoles, 02 septiembre 2015 14:07

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