Alocuciones

Viernes, 27 octubre 2023 11:39

Palabras del cardenal José Cobo en el encuentro de oración con el patriarca Bartolomé I (15-10-2023)

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Su santidad Bartolomé I, patriarca ecuménico; Su eminencia Besarión, metropolita de España y Portugal; eminencias que acompañan al señor patriarca en esta visita tan especial; Su eminencia Timotei, obispo de España y Portugal de la Iglesia ortodoxa de Rumanía; Su eminencia cardenal Carlos Osoro, Su excelencia don Jesús, obispo auxiliar de Madrid; y sus excelencias, obispo y obispo auxiliar de Getafe. Queridos e ilustrísimos miembros del cabildo y del consejo episcopal. Sacerdotes y miembros de la vida consagrada que nos acompañan hoy. Estimados representantes y miembros de otras Iglesias cristianas. Queridos todos.

«Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» hemos rezado en uno de los salmos. Constituye un honor acoger esta tarde a Su Santidad, hoy, en esta catedral y en nuestra archidiócesis. Y es también, así lo vemos, como una delicia y un don del Señor. Se trata de un acontecimiento histórico y sorprendente, seguramente novedoso para muchos, por el cual nos sentimos hoy intensamente bendecidos. Hemos querido, santidad, acogerle «conviviendo», como dice el salmo, de la mejor manera: rezando juntos.

La oración, cuando se hace desde el corazón, abre el interior y nos introduce en el misterio de Dios. Desde Él es más sencillo convivir con los otros y compartir la vida, que es un regalo de Dios y nos hace hermanos.

Su visita, santidad, nos conecta con esa cadena de esperanza y de encuentro en la relación entre la Iglesia católica y su Iglesia. ¿Cómo no recordar hoy, con emoción, el abrazo entre Pablo VI y el patriarca Atenágoras en Jerusalén, el 5 de enero de 1964? Evocar hoy este abrazo resuena de una manera muy singular ante los graves acontecimientos que se están viviendo en Tierra Santa, en el mismo bendito lugar en el que se produjo aquel encuentro.

En aquella memorable ocasión, san Pablo VI afirmó: «Ciertamente, los caminos que por una parte y por otra conducen a la unión pueden ser largos y llenos de dificultades, pero los dos caminos convergen el uno hacia el otro y llegan a la fuente del Evangelio».

La clave que nos aportaba san Pablo VI para caminar hacia la unidad era la valiente propuesta de dejarnos interrogar por el mismo Cristo que derramó su sangre para que fuéramos uno. Y que, desde esa generosa entrega, abre su costado a la Iglesia. Mirarle y contemplar su amor por la Iglesia nos inspira e inspira, a los que nos llamamos y hemos caminado por la senda del cristianismo. Es verdad. Desde entonces, en esta senda  reconocemos divergencias, de orden doctrinal, litúrgico y disciplinar. Sin embargo —en palabras de san Pablo VI—, esas diferencias no han de ser el punto de partida del diálogo. «Lo que ya desde ahora puede crecer es esta caridad fraterna, ingeniosa en hallar nuevas formas de manifestarse; una caridad que, extrayendo las enseñanzas del pasado, esté dispuesta a perdonar, propensa a crecer con más gusto en el bien que en el mal, y sea cuidadosa, sobre todo, para conformarse con el Divino Maestro, y dejarse atraer y transformar por Él».

Hoy, esta tarde, oramos y acogemos así el don de la caridad fraterna. Es un deseo y también una herencia que recogemos desde aquel levantamiento de las excomuniones. Desde entonces los encuentros se multiplicaron, y hemos ido recorriendo esos caminos de la mano y bajo la guía de los sucesores de Atenágoras y de san Andrés, y de los sucesores de Pablo VI y san Pedro. Y así llegamos a este gozoso acontecimiento del día de hoy. Tampoco esta tarde podemos olvidar su relación, santidad, frecuente y fraterna con el Papa Francisco. Nos une. Todo un estímulo y ejemplo para avanzar en la misma dirección.

En este tiempo de guerras y violencias, donde el sufrimiento de tantos clama al cielo, en este acto, proclamamos a nuestro mundo que la convivencia en Dios y en paz es posible. Que nuestras Iglesias tienen el deber de ofrecer en Cristo un ejemplo de diálogo y encuentro en un mundo que está sediento de fuentes de fraternidad. Es cierto que somos distintos, pero podemos convivir, reconciliar y acercarnos gracias a quienes son tocados por Dios para llevarlo a cabo. Desde el legado de una fe y buenos trechos de tradición compartida, seguiremos dando pasos nuevos augurando la promesa de una buena cosecha a su tiempo.

Gracias, santidad, por ser mensajero de reconciliación. También por ayudar a que los católicos nos sumemos a celebrar, como hemos hecho recientemente, el Tiempo de la Creación. Su sensibilidad ha iluminado la encíclica Laudato Si sobre la ecología integral del Papa Francisco. En este ámbito, Su santidad ha sido auténtico pionero. De su aportación como referente de la teología ortodoxa, los católicos seguiremos aprendiendo y abriéndonos a todas las posibilidades que ofrece la «eco-teología». Constituye una invitación a unir transversalmente la teología de la creación, la antropología y el cuidado de la tierra. Nos estimula su empeño.

Acogemos igualmente su impulso para abrir nuestra conciencia y aprender a reconocer el «pecado ecológico», uno de los conceptos más famosos de su enseñanza en este campo. Sin olvidar que una ecología coherente ha de estar basada en la justicia social, sobre todo en un mundo económicamente desigual y con tanta inequidad. Ese desafío tan esperanzador nos une y nos hermana también.

En estos momentos en que la Iglesia católica se encuentra en pleno Sínodo sobre la sinodalidad, celebramos también los últimos trabajos de la Comisión Mixta Internacional, especialmente sobre la cuestión de la relación entre primado y sinodalidad. El llamado Documento de Alejandría, de 2023, no esconde las dificultades, pero trata de que aprendamos de la historia. Por eso, puede afirmar en las conclusiones que es necesario, desde el punto de vista teológico, ver sinodalidad y primado como «realidades interrelacionadas, complementarias, e inseparables»[1].

Y ahora aquí, en nuestra Iglesia local madrileña, queremos que estos caminos sigan avanzando y concretándose. Por ejemplo, asistiendo la Gran Noche de Pascua a las celebraciones de una y otra Iglesia, al menos el próximo año. Ojalá que, a partir de 2025, las fechas puedan coincidir en un único calendario, como es el deseo de Su santidad y del Papa Francisco. También participaremos juntos en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Y, desde luego, en cada oportunidad, cultivando con diligencia y esmero las relaciones de amistad y fraternidad.

Queridos hermanos: la oración es el camino. El silencio, como dice el Papa Francisco, es la vía. Este silencio que nos entronca con la oración de Jesús. Solo el silencio hecho oración nos permite acoger el don de la unidad. El silencio, esta tarde, es lo que queremos sembrar. Es nuestra siembra. Es también un signo para nosotros, llamados también a morir silenciosamente al egoísmo para crecer, por la acción del Espíritu, en la comunión con Dios y en la fraternidad entre nosotros.

Para nosotros esta noche es muy importante. Es un «antes y un después». Supone asumir un compromiso de oración y de ponernos en camino concreto hacia la unidad visible. Demanda, entre otras cosas, el compromiso de celebrar con más frecuencia la Misa por la unidad de los cristianos. Silencio, convivencia, reconocimiento… es la forma de «ensanchar el espacio de tu tienda» (Is 54, 2) como nos dice el lema del Sínodo. Como María, esta noche, respondemos a esta llamada con fidelidad, para hacer de Madrid y de nuestras diócesis un espacio de auténtica comunión.

Hermanos y hermanas: pidamos en esta oración común a la Trinidad Santa aprender a hacer silencio nuevamente, para escuchar la voz del Padre, la llamada de Jesús y el gemido del Espíritu, y anunciarlo a todos «para que el mundo crea» (Jn 17,21).

[1]Documento de Chieti, 5.

[2]Documento de Chieti, 4, 17.

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