Dejando tiempo al silencio, solo quiero saludar a todos los que esta noche nos reunimos también en oración y un saludo también a todos los que esta noche, de una u otra forma, están aquí con nosotros en nuestra oración y en la memoria de una Iglesia que es perseguida en muchos lugares solo por el hecho de ser cristianos. Esa es la experiencia que tiene mucha gente.
Y es que, pasados los siglos, nuestra Iglesia es una Iglesia de mártires y las persecuciones han sido siempre una siembra en la vida de nuestra Iglesia y una siembra de vida nueva, de brotes de esperanza y de una misteriosa unidad. La persecución genera una misteriosa unidad de los cristianos alrededor de ellos. Son aquellos que nos dicen que la salvación pertenece a Dios y que no renuncian al amor, al amor concreto en medio de la dificultad. Todos huimos del sufrimiento y nuestra sociedad cada vez más.
A todos nos gusta enmascarar la parte más dura de la vida, pero algunos, en muchos lugares de nuestra Iglesia, y con el lenguaje de la fe, son capaces de, a la persecución y a la dificultad, sacar el rostro precioso de la fe, del consuelo, del perdón y de la paz. Jesús fue el primero que abrió camino. Jesús fue el primero que con su vida suscitó a su alrededor complot y gente que quería matarlo.
Pablo y las primeras comunidades de los cristianos así lo vivieron, hasta hoy. Y no podemos olvidarnos de esa parte fundamental de la vida de la Iglesia: muchos lo silencian. Incluso tenemos la tentación, en muchas de nuestras comunidades, de olvidarnos, como si nuestro cuerpo solo viviera de una parte de él. Sin embargo, momentos como estos, noches como estas, testigos como los que hemos escuchado, nos dicen que la vida del cristiano está vinculada a esa vida y a ese testimonio. Cuando un miembro sufre en el cuerpo de Cristo, los demás miembros quedan especialmente solidarizados con él y en particular cuando un miembro sufre requiere de la atención especial del resto de los cristianos. Por eso, para que esta solidaridad sea efectiva, lo que necesitaremos será primero tomar conciencia de esta realidad. Sí, no olvidar, aunque sea dura, sino tomar conciencia.
Después necesitaremos crear vínculos de amor, porque lo que no se conoce y cuando no hay vínculos, es difícil amar. En tercer lugar, dejarnos interpelar. Sí, abrir el corazón para comprobar que cada vez que celebramos la Eucaristía, que oramos, que invocamos a Dios o damos gracias, hay miembros de este cuerpo que están sufriendo y que están perseguidos. No se trata de caer en el victimismo porque sería caer en el lenguaje más mundano, sino caer en el ser conscientes de nuestra realidad como cristianos y ser conscientes de la belleza de la fe. Quedarnos preparados para saber que siempre la paz, la justicia, la verdad y el encuentro con Jesucristo es capaz de sacar lo mejor del ser humano aún en medio de la dificultad.
Y que aquellos que están sufriendo especialmente este tránsito de esta belleza difícil necesitan nuestra oración, nuestra vinculación y nuestro apoyo. Recemos, primero para que el Señor nos ayude a crear estos vínculos y nos ayude a acoger la realidad sufriente y doliente del seguimiento a Jesucristo para que nos prepare y para que ellos nos preparan a acoger la dificultad de la vida sabiendo que el futuro es de Dios y que Dios siempre tiene la última palabra y que el amor, el perdón y la paz se siembran también con sufrimiento, con persecución, pero siempre con el abrazo del Señor.
Un abrazo que hoy también experimentamos y un abrazo que hoy, a través de la oración, queremos lanzar a toda esa Iglesia que en estos momentos está pasando la dificultad, el sufrimiento y la persecución.