Homilías

Miércoles, 25 octubre 2023 15:11

Homilía de monseñor José Cobo en la Misa de inicio de curso de la Curia diocesana (11-09-2023)

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Querido hermano Juan Antonio, obispo. Queridos vicarios, sacerdotes, miembros de la vida consagrada, delegados y delegadas, y todos los que de una u otra forma estáis vinculados en esta tarea preciosa de comenzar este curso en el ámbito de la Curia diocesana.

Iniciar un curso nuevo es siempre una oportunidad. Y una oportunidad de renovar las tareas que cada uno habitualmente tenemos encomendadas. Y lo hacemos en el contexto de la Eucaristía, donde cada uno, como hemos escuchado al principio, también traemos pues nuestros recuerdos y la gente a la que queremos. Es la mesa común, en la que Jesús quiere vincularnos de forma nueva entre nosotros, y nos injerta a todos a una vida más allá de la personal; a una vida en comunidad, y en una comunidad que es diocesana. Hoy Jesús, de forma nueva, nos inserta en su misión, y en la misión de la Iglesia

Cuando empieza un curso nuevo, especialmente este, parece que llegan también pues oportunidades nuevas, que aparecen nuevos retos; pero también, no lo olvidemos, llegan los viejos cansancios o las tentaciones también de siempre, como aquel viejo empleado que enterró su talento, el talento recibido, por miedo al señor. Este curso pastoral es un momento muy especial para que, y en el que yo os invito, a que nos abramos a un nuevo comienzo. Un comienzo que, como todo lo que viene del amor de Dios, no tiene fin, y siempre nos abraza a todos.

Curiosamente hoy, Pablo, en la primera lectura, enmarca lo que puede ser nuestro curso, las tareas de todos los que estamos aquí, y nos da pistas para afrontarlo desde la fe. Si estamos aquí no es porque trabajemos mucho, que eso ya lo hacemos; si estamos aquí no es porque pertenecemos simplemente a una estructura, o porque tenemos unos trabajos determinados: eso es lo que se ve. Si venimos aquí, si estamos aquí, es para renovar y descubrir lo que no se ve, y lo que realmente da vida a la tarea, a nuestra tarea: ser fieles a la misión que se nos da. Y que, como Pablo nos decía en la primera lectura, consiste en esto: nosotros anunciamos a ese Cristo, amonestamos a todos, enseñamos a todos con los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo. Ahí estamos.

La Curia, nuestra Curia diocesana, es un lugar especial de anuncio, y un lugar donde vivir con intensidad la misión de la Iglesia. Por eso hoy damos fuerza a esta Eucaristía, y nos reunimos alrededor del altar, para celebrar que somos Iglesia, también a través del trabajo, con sus luces y con sus sombras, y con las dificultades. Somos Iglesia al coger el teléfono, somos Iglesia al utilizar el ordenador, con los papeles, con los disgustos, con el día a día, con los horarios. También ahí somos Iglesia.

En esta Eucaristía, y por eso empezamos aquí, celebramos que somos el Cuerpo místico de Jesucristo. Y qué mejor forma de empezar un curso que acoger y renovar ese sentirnos así, sintiéndonos una comunidad concreta, un lugar donde se vive la vida de la Iglesia. Donde lo que hacemos, y lo que somos, quiere hacer vida, y encarnar lo que es el Evangelio. Somos, queridos amigos, desde nuestras tareas, con el proyecto que tenemos por delante, un Cuerpo que lo que quiere es ser armónico, según Cristo y según el Espíritu. Como se nos dice en el Evangelio de hoy, al ser el Cuerpo de Cristo, estamos entonces llamados a tocar y a curar a cuantos se acercan, y a hacerlo en nombre de Cristo. Que no se nos olvide.

Cuando perdemos la perspectiva de estar vinculados a Cristo, y de formar parte de su Cuerpo, entonces surgen parálisis, surgen los cansancios, y nuestras tareas, y esa es una tentación que siempre tendremos, se vuelven formalistas y vacías. Necesitamos, y os pido que hoy lo renovemos delante del Señor; necesitamos renovar que somos parte importante de nuestra Iglesia diocesana, sabiendo que, sin el Señor, no podemos hacer nada. Por eso necesitamos alimentarnos cada uno de nosotros de este mismo Dios, y alimentar a través de nuestra tarea la comunión con los demás. Es decir, que cuanto más estemos cada uno de nosotros íntimamente unidos a Dios, más lo estaremos entre nosotros, porque el Espíritu de Dios une, mientras que el Espíritu del maligno divide.

Hoy es una oportunidad para hacer nueva la llamada que Dios ha hecho a cada uno de nosotros, por mil lugares. Vuestro trabajo es especial. Gracias de verdad. Gracias por vuestra tarea: la que se ve, y la que no se ve. Gracias por los desvelos. Gracias por cuanto excede de la jornada de trabajo, y se convierte en solidaridad, y en cariño. Gracias por tantos esfuerzos, que no son solo trabajar, sino bautizar el trabajo, y la forma de relacionarnos, y tomar decisiones de forma evangélica. Gracias por bautizar cuanto hacéis, y por cada paso de conversión que damos juntos.

Con todo esto, queridos amigos, hacéis posible que prolonguemos la misión de Cristo en su Iglesia. Esa que encarga a cada apóstol, a cada obispo. Vuestra tarea, sea en la forma que sea, es parte de esa misión, porque vosotros sois las manos, los pies, los ojos y el corazón de la vida apostólica en esta diócesis de Madrid. Sin vosotros, la tarea del obispo quedaría coja. El trabajo es trabajo: sí, lo sé, y todos lo sabemos, pero, si no es trabajo en el Señor, nunca será el trabajo apostólico.

Por eso, necesitamos hoy, y os lo pido una vez más, el renovar nuestra misión y el renovar la llamada que el Señor nos hace, no solo a trabajar para nosotros, sino para su plan. Para eso tenemos el Evangelio que hoy se nos ha proclamado. En el Evangelio, Jesús se revela como quien sana de nuestras parálisis, Jesús va a la sinagoga, y allí encuentra a alguien que cree en Dios, que escucha la palabra, pero está parado, imposibilitado para trabajar, tiene el brazo atrofiado. Son esas atrofias que tantas veces vemos a nuestro alrededor y que a veces nos invaden, y que es bueno que, al inicio del curso, identifiquemos y detectemos. Porque Jesús nunca pasa de largo. Cuando se topa con la persona, él siempre la hace humana, y es capaz de sacar lo mejor de cada uno. Como sucede hoy con nosotros. Hoy pasa, se pone delante de nuevas posibilidades, de los cambios, de las perspectivas y de los retos que tenemos. Y Jesús es el único que nos va a sanar, para que nuestros brazos, nuestros corazones, se vuelvan ágiles, y trabajen en su nombre y en su Espíritu.

Por eso, en este momento especial, quiero poner delante de vosotros este subrayado especial, en este inicio de curso, que no podemos olvidar y que nuestra Curia diocesana asume y respira a través de ello. La Iglesia en la que caminamos está haciendo un camino sinodal, que pronto tendrá un momento especial de celebración: esto marcará el inicio de este curso. En el Sínodo se nos aparecen tres lugares. Tres palabras que descubren posibles parálisis a nuestro alrededor, o lugares donde hemos de insistir para sanar y para poner sobre ellos la voz del Señor. El Sínodo nos está llamando a la participación, a la comunión, y a la misión. Estos os propongo que sean lugares de especial cuidado en la vida de la Curia diocesana: participación, comunión y misión, como tres tareas para crecer, para curar, y para sanar.

Desde la participación, sería importante que cada uno de nosotros se sienta partícipe y corresponsable del trabajo de todos; el compartir esta misión, que no es nuestra, sino que es la misión de Dios, nos implica a todos. Eso se traduce en la necesidad de trabajar juntos. No por departamentos, donde cada uno hace que su espacio, el espacio que le corresponde, funcione, sino ahondar ahora en el esfuerzo de trabajar también por proyectos. Donde todos nos ayudamos a caminar a todos, mirando no solo mi objetivo, sino el objetivo de la misión, y uniéndonos a otros que caminan con nosotros, por encima de nuestro pequeño espacio, y sabiendo que la tarea es de todos.

Desde la comunión se nos llama a reconocer la diversidad que habita en nosotros, como un don del Espíritu. Porque somos diversos, es verdad; pero aún diversos, no olvidamos que todos, todos, hasta el más distinto, está vinculado a Cristo. La comunión, lleva al respeto y al cuidado fraterno unos de otros. Sin esto, corremos el riesgo de ser extraños que trabajan juntos, rivales que pueden llegar a olvidar la causa común que nos mantiene unidos; rivales que se han olvidado de que es el Espíritu el que habita en nosotros.

Participación, comunión y misión. Misión es la última palabra. Como decía, es la tarea de la Iglesia. Es la misión del obispo, que parte y que se enraíza a la vuestra. La misión nos hace vulnerables, y pequeños, y humildes, y nos ayuda a reconocer que somos discípulos, no los que lo sabemos del todo, y nos permite descubrir la alegría del Evangelio, una y otra vez, un día y otro, un curso y otro. Y la misión nos pone delante de los últimos, de los paralizados, de los que más necesitan esta Curia, que son los pobres, los enfermos y quienes aún no han visto la esperanza del Evangelio. Nuestra misión será ser cauce de la voz de Cristo.

Pues, queridos hermanos, que la comunión, la participación y la misión sean las notas de este inicio de curso. Las formas de afrontar los retos y los cambios que tendremos que emprender, pero sabiendo, que somos un único cuerpo. Pues gracias por formar parte de él. Gracias de verdad, de corazón, por toda vuestra tarea. Gracias por todo lo que sembráis. Que el Señor sea siempre nuestra guía, nos siga sosteniendo y nos haga miembros de un nuevo curso. Un nuevo curso como una oportunidad en la que también caminaremos juntos, a su luz y en su esperanza.

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