Homilías

Viernes, 26 enero 2024 13:08

Homilía del cardenal Cobo en la Eucaristía de la XXXIV Semana del Instituto Superior de Pastoral UPSA-Madrid (25-01-2024)

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Tomar partido por la vida de las personas más vulnerables forma parte del núcleo de la experiencia cristiana de cualquier persona bautizada. Aunque es una experiencia a descubrir y trabajar. Pocas cosas necesitan menos comentario que la evidencia de que la compasión ante el sufrimiento humano forma parte del ADN del seguimiento de Cristo.

Jesús mira y nos invita a mirar desde un punto especial de la vida humana. Lo entendemos si nos hacemos discípulos y en el seguimiento aprendemos de su mano cómo elige, cómo mira, hasta cómo organiza su tiempo y su agenda.

Celebramos una Eucaristía. Es el paso final de esta Semana de Teología Pastoral. No quiero que sea un lugar para decir cosas y verter palabras sobre los pobres. En la Iglesia tenemos una peligrosa tendencia a la retórica. La Eucaristía es acontecimiento y encuentro real de Jesucristo con su Pueblo, y quiere recoger cuanto aquí se siembra en nuestros corazones. Recoger los esfuerzos, las miradas y tantos deseos de ser instrumentos del reino de Dios. Por eso, la Palabra de Dios nos ayuda a corregir nuestras derivas, y centra la mirada y nuestro corazón ante lo esencial.

Hoy celebramos en la Iglesia la conversión de san Pablo. Curiosamente, el apóstol Pablo nos enseña a entender y renovar la centralidad de lo que es ser discípulo, y a mirar cómo Jesús nos propone. El aprendió a cambiar de rumbo y de perspectiva. La crisis, la caída del caballo, la caída a la tierra, hasta la ceguera, le lleva a tener ojos nuevos para ver la vida desde otra perspectiva. No era la que él se daba, sino la mirada de Cristo. Para ello le hizo falta pasar por el trago de estar a oscuras y de dejarse hacer por otros. Solo fiándonos y poniéndonos en las manos de otros, aprenderemos a mirar como Dios nos propone.

Los textos de la liturgia que habéis preparado no pueden ser más elocuentes y didácticos. Frente a la tendencia a espiritualizarlo todo, a olvidarnos de que nuestro Dios es un Dios encarnado, que sabe de nuestras penas y ha pasado por nuestros pesares, Santiago, en la primera lectura, confronta a una comunidad cristiana olvidadiza. Les recuerda, y nos recuerda que, además de la gracia y de la gratuidad, necesitamos también la responsabilidad personal y la necesaria traducción en obras. En el fondo, el mismo Pablo, después de haberse «caído del caballo», había intuido que «la fe actúa por la caridad» (Gal 5,6).

Por su parte, Jesús, en la sinagoga de Nazaret, en la inauguración de su vida pública, lo primero que destaca es la precedencia del espíritu, que es quien conduce y actúa. Anuncia la precedencia de la gracia y la gratuidad de la salvación retomando las palabras del profeta Isaías y descolgando de su mensaje lo que se refería al desquite y la venganza de Dios. Ese texto lo retira, dejando el anuncio de la gracia por delante. Pero no es una teoría: Jesús anuncia su misión tomando postura. La pobreza de Cristo es lo primero: la forma de pobreza no es material. Él inicia el sentido de toda pobreza: ponerse en manos de Dios.

Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista.

Ponerse en manos de Dios le lleva a Jesús a apostar, sentir y mirar anunciando. Llevando Evangelio, libertad y vista. Jesús vive lo que dice, y lo expresa con los publicanos, los pobres y los pecadores. Apostó por vivir en malas compañías y hasta por perdonar lo imperdonable.

Como expresión de esto se reclama la solidaridad, la fraternidad y, en palabras del Papa Francisco, «la amistad con los pobres». Nos introduce de este modo en la dinámica de la bidireccionalidad del amor: somos amados incondicionalmente por Dios, y nuestra respuesta no puede ser otra que el amor. Del mismo modo, ese amor de Dios lo volcamos en los demás, especialmente en quienes más carecen de amor. Al ponernos en ese movimiento, acogemos también la riqueza que sin duda nos ofrecen.

Evangelizamos y somos evangelizados. Fe y obras van unidas. Se complementan. Ciertamente, es lo que nos propone Santiago: su defensa de las obras no se opone a la fe y a la experiencia de salvación gratuita. Más bien, al contrario: considera que ambas juntas expresan una fe viva y verdadera.

En realidad, el día del juicio final, en nuestro cara a cara con Dios, no nos va a preguntar cuánto discurseamos sobre los pobres o qué sesudas reflexiones hicimos sobre el Evangelio de lo social. Sospecho que, más bien, nos preguntará por cómo hemos sido concretos y cómo hemos aprendido a dar misericordia en nombres concretos. Nos cuestionará acerca de lo que hicimos mal con las personas más heridas y vulnerables y probablemente, sobre todo, por el bien que dejamos de hacer, por nuestra complicidad silenciosa con el mal, por nuestros pecados de omisión y por el tiempo que perdimos en nuestra querida Iglesia en pelearnos por cuestiones no esenciales.

Necesitamos, como Pablo, ojos nuevos para, de la mano de nuestra iglesia, juntos y sinodalmente, aprendamos a mirar desde el suelo de este Evangelio. En nuestra diócesis nos duele la migración que está llegando, dejando miles de indocumentados. Lugares como Cañada Real. Y nos duele la falta de reconocimiento y de derechos de tantas personas en situación de precariedad, y el olvido de la cultura del cuidado de la vida. Y si cabe, aún más esa insufrible indiferencia moral en la que va cayendo nuestra sociedad, y que nos amenaza también a nosotros. ¡No podemos naturalizar el dolor de nuestros hermanos! ¡No podemos acostumbrarnos a que la injusticia se instale entre nosotros, dejando por doquier un rastro de sufrimiento infinito!

No tenemos como Iglesia soluciones para todos los problemas. Es también cierto que la Iglesia tiene que reivindicar con claridad, y desde la caridad política, que los poderes públicos tienen la responsabilidad de dar respuestas a estas situaciones. Pero también es verdad, antes que nada, que los pobres son criterio de discernimiento de cuanto hacemos. Lo que hagamos con ellos juzgará cada uno de nuestros pasos, como dijo Cristo. Sin ellos no hay camino. Sin su inclusión social y eclesial, la alegría del Evangelio sería un imposible.

Sin el Evangelio de lo social, la humanidad no tiene salida. La Iglesia sería otra cosa bien distinta de la Iglesia de Jesús. Por eso, os agradezco, queridos amigos y amigas del Instituto de Pastoral, vuestro trabajo. Necesitamos que la reflexión pastoral no sea colofón de lo que ya han reflexionado y determinado previamente otras disciplinas. Necesitamos una teología pastoral que constituya un momento primero que proponga una lectura creyente de la realidad, que desvele por dónde pasa Dios y donde se le oculta. Cada generación, en cada momento, tenemos que responder de forma nueva a aquella pregunta que hacían a los cristianos de los hechos de los apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2,37).

No estamos solos en esta misión. Hoy concluye la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El Evangelio de lo social es un buen vínculo que nos puede ayudar a converger con otras confesiones cristianas, incluso con otras tradiciones religiosas y, sin duda, con muchos hombres y mujeres de buena voluntad con los que compartimos muchas cosas.

Decía san Agustín que «solo el amor al prójimo purifica nuestros ojos para que podamos contemplar a Dios». Dios y el prójimo. Dios y los pobres. No solo son realidades que no compiten, sino que se reclaman mutuamente. Así lo estáis mostrando durante estas jornadas. Así lo expresáis en vuestros momentos de oración, en las ponencias y en los grupos de trabajo.

Necesitamos seguir reflexionando. Necesitamos del pensamiento teológico y de la perspectiva pastoral que nos abra nuevos caminos, y nos ayude a profundizar en el precioso legado que hemos recibido sin quedar prisioneros del formato en el que lo acogemos.

El futuro es tiempo de Dios. Por eso es tiempo de esperanza. Queridos hermanos y hermanas: hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. No os puedo desear otra cosa. Ojalá que hoy, aquí, en medio de vosotros, y en comunión con los pobres, se cumpla la Escritura que hemos proclamado. Que esta Eucaristía aliente nuestro camino.

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