Homilías

Jueves, 09 noviembre 2023 12:15

Homilía del cardenal Cobo en la fiesta de Santa María la Real de la Almudena (09-11-23)

  • Print
  • Email
  • Media

María, Madre de fraternidad

Hoy suena en esta plaza una Buena Noticia de esperanza con las palabras que acabamos de escuchar.

Son una llamada a la alegría de un pueblo reunido, en palabras de Zacarías. En el Apocalipsis resuena, y se hace nueva aquí, una promesa de plenitud, de esperanza, de júbilo, que suenan bien, sin duda. No habrá llanto, ni muerte, ni luto, ni dolor... todo se hará nuevo.

Sabemos que el Apocalipsis evoca un contexto final, un tiempo último, pero hay que reconocer que esa profecía de plenitud ya comienza a despuntar hoy, en este momento, pero también despierta en nosotros cierta impaciencia. Quizás especialmente cuando hoy vivimos en un mundo donde desgraciadamente hay llanto, muerte, luto y dolor... Y no me refiero únicamente a guerras lejanas, que desgraciadamente ahí están, sino a tantas heridas que asolan nuestro país, nuestra sociedad y sí, creo que también, a nuestra Iglesia.

¿Qué más querríamos que llegue ya ese tiempo de plenitud donde todo sea nuevo? Y, sin embargo, vivimos tiempos extraños. Tiempos de profundos desencuentros. Es fácil mirar a cualquier lado y percibir la ira, la incomunicación, la dureza que se nos está instalando en la entraña.

Llevamos años en los que da la sensación de que el mundo de ayer – y la sociedad de ayer- era un poco más amable, un poco más sereno, un poco más capaz de convivir desde la diferencia. Algo así ya lo hemos vivido en otros momentos de la historia y vemos que lo importante no es añorar el pasado sino es agradecer este tiempo, pues es el que Dios nos pone por delante.

Aun así, respiramos pesimismo. No sé si os pasa, pero hoy participamos de muchas conversaciones con ese mismo tenor: preocupación por el presente, crítica del ruido en esta sociedad de la comunicación, sensación de que las instituciones se tambalean, miedo al futuro, polarización ante cualquier cuestión... Sin embargo, la fe nos dice que hay que tener cuidado con esa mirada derrotista.

En cuanto uno empieza a hacer este tipo de reflexión es fácil que se produzca alguna de estas actitudes: o bien una nostalgia, que no siempre acierta, porque todos tendemos a idealizar el pasado, olvidando hoy las sombras de ayer. O bien una búsqueda de culpables a los que poder acusar de los deterioros, algo que solo sirve para enconar el enfado y levantar muros más altos. En el extremo opuesto, tampoco sería muy lúcido enaltecer el mundo de hoy sin capacidad crítica, cerrando los ojos a problemas que pueden ser muy reales.

La convivencia, o si queréis, esa convergencia de los muchos pueblos en uno solo, que anuncia el profeta Zacarías, no es homogeneidad ni uniformidad de pensamiento. No es una única forma de interpretar la realidad. Tampoco pasa por exaltar una única ideología, incapaz de convivir con otras visiones del mundo. La convivencia es la capacidad de salir de nuestro espacio para entrar en otro donde aprendemos a asumir diferencias, y hasta conflictos, sin convertirlos en motivo para la destrucción del otro. Sin demonizar al rival. Esto no supone relativizar, decir que todas las visiones son exactamente iguales y que por el mero hecho de que alguien sostenga una idea, esa idea ya es válida. Claro que no. La convivencia es diálogo, y es también discusión amable. Es tratar de trabajar por aquello que uno cree mejor para la sociedad. Pero sin convertir al rival en enemigo.

¿Por qué digo todo esto hoy, aquí y ahora? Hoy, cuando nos juntamos para celebrar una fiesta que quiere ser de todos. Porque nos reúne María. La Virgen de la Almudena, en un día especial donde acogemos la historia preciosa de estos 75 años de su coronación.

Nos reunimos en esta plaza donde la catedral se abre a la ciudad de Madrid, y donde María abraza a nuestras diócesis y a nuestros vecinos y vecinas, a nuestros servidores públicos que nos acompañan, y a cuantos sueñan con un nuevo cielo y una nueva tierra donde nuestro Dios siga haciendo despuntar su plan de amor.

La Iglesia y el mundo caminan juntos hacia la meta final. La Virgen María indica el camino para encarar el presente y construir ese futuro de fraternidad y convivencia en Dios.

Es hoy, a los brazos de la Almudena, de la patrona de Madrid, donde confluyen muchos elementos que podrían darnos pistas para una convivencia valiosa y necesaria en nuestro mundo y nuestra ciudad. Algunos son específicos para los creyentes. Otros, me atrevo a decir, que van más allá y se ofrecen a quien desee caminar hacia el bien común.

1.-Para acoger esa fraternidad, María nos hace capaces de sentirnos parte de una historia. Que una ciudad tenga a su patrona, nos habla de una historia compartida. Una historia que conocemos, y de la que todos somos herederos.

Desde los relatos sobre la aparición de la imagen de la Virgen entre la muralla, acogemos su importancia durante la repoblación cristiana de la sociedad en tiempos de la Reconquista, o el papel que ha tenido en la sociedad católica de los últimos siglos en que la devoción mariana ha tenido tanta relevancia.

Cualquier sociedad necesita conocer su pasado. Y sentirse heredera de dicha historia. Necesita conocer su itinerario y comprender el papel que han jugado en su configuración las distintas sensibilidades y creencias. No entendemos Madrid sin su Almudena, sin la madre que aparece cuando se caen los muros, de tantos muros que creemos firmes.

2.- Para entender la convivencia, María, la Virgen de la Almudena, con Cristo a sus brazos, nos anuncia, como esa imagen que se levanta en lo alto de la Catedral, que en la fe hay un lugar donde se nos acepta como somos. O, dicho de otro modo, sentir que hay un espacio seguro, un refugio, un lugar donde sentirnos en casa.

¿No os ha pasado que a veces nos encontramos con gente que quizás no tiene clara la fe, pero sin embargo a María le tiene una devoción incontestable?

Creo que lo que ocurre es que María refleja la acogida y aceptación que todos necesitamos. Contemplemos por un momento lo que el Evangelio nos presenta: ese calvario en el que Jesús se dirige a Juan y a su madre. En Juan nos podemos ver cada uno hoy. Con nuestros pies de barro, con nuestras luces y sombras, con nuestras heridas y cicatrices... En este mundo donde vivimos tan presionados por la exigencia, donde no se permite el más mínimo error... Juan, que con los otros ha huido, ahora se encuentra con un Jesús que, sin embargo, no le pide más de lo que puede dar. No le reprocha los pasos inciertos. Sencillamente le dice, señalando a María: «He ahí tu casa».

Y eso me gustaría compartir hoy aquí, con cada uno y cada una de quienes os habéis querido acercar a esta fiesta y al entorno de esta catedral: esta es vuestra casa, para que podáis venir con vuestras luces y sombras, que son parte del equipaje de cada uno.

Esta es vuestra casa para que en María encontréis el rostro del amor incondicional de Dios, que a cada uno nos dice: «conmigo estás en casa».

«Conmigo estáis en casa» dice María en cada momento, y lo dice desde cada una de nuestras parroquias y comunidades de nuestro Madrid que, con ella, quieren ser casa de todos en cada barrio y cada rincón.

María os espera, como a Juan, en cada parroquia o comunidad cristina, como lo hace en esta catedral.

En una ciudad donde aparece la desesperanza en tantos lugares, donde la soledad y la falta de futuro para muchos hace sufrir a demasiados, especialmente a los más jóvenes, María nos lanza el reto de seguir sembrando espacios de comunidad que muestren cómo es nuestro Dios y cómo nos acoge, tal y como hacen nuestras parroquias, colegios o comunidades cristianas. Es la propuesta de vida fraterna hecha vida y abrazo en cada rincón, que hemos de cuidar y ofrecer con cariño.

3.- Y para entender el sentido de la fraternidad que necesitamos, también la Virgen de la   Almudena, como buena madre, al ponernos bajo sus ojos, nos enseña a sentir que todos estamos ante la mirada amorosa del mismo Dios. Como ella ha hecho en nuestra historia, hoy también podemos sentirnos miembros de una misma familia humana, de una Iglesia y de una sociedad.

Acabo de señalar cómo el rostro de María refleja, para creyentes y hasta para no creyentes, el amor incondicional, la esperanza invencible, la aceptación real de lo que somos. Y si nos podemos reconocer bajo el manto de la misma madre, entonces quizás podemos empezar a mirarnos como hermanos y hermanas... sin exigirnos perfecciones imposibles, pero capaces de comprender que todos necesitamos protección, acogida, refugio y hogar.

Es lo que empezamos a vivir, como dice el libro del Apocalipsis, en nuestra iglesia. Desde cada comunidad, allí donde vive en cada barrio, la Iglesia despunta con rostro de vecino y vecina, muestra que la fraternidad es posible y visible. Nos anuncian que es parte de nuestra misión común el hacer de nuestras sociedades lugares donde esa fraternidad sea visible.

Que María, nuestra Virgen de la Almudena, nos ayude a forjar lazos, a tirar muros para que se vea su presencia, a colaborar en la búsqueda del bien común, a descubrir el rostro de Dios, y a encontrarnos, a encontrarnos unos con otros, en tanto que compartimos. María, madre buena, ruega por nosotros y por este Madrid que se pone, como Cristo, en tus brazos.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search