Queridos hermanos y hermanas:
Hoy hemos entrado todos por la misma Puerta. Ese gesto lo haremos sacramento en esta Eucaristía. En la vida tenemos muchas entradas, tenemos muchas posibilidades que se abren a nuestro paso. A menudo competimos por elegir una u otra puerta, pero hoy el Señor nos ha abierto una amplia puerta nueva y jubilar, y hemos entrado por ella.
Venimos como peregrinos de esperanza y ponemos nuestra vocación en manos del Señor para educar y catequizar con esperanza.
Hace poco el Papa León XIV nos recordaba con fuerza: «¡Cuánto necesita el futuro hombres y mujeres que sean testigos de esperanza!» (2 agosto 2025). Y esto es verdad: que en el futuro haya personas capaces de vivir con esperanza depende, en gran medida, de vosotros, educadores y catequistas. Porque sois llamados, vocacionados, a sembrar en la mente y en el corazón de niños, adolescentes y jóvenes razones para esperar, motivos para vivir día a día con confianza.
1.- Hoy las lecturas iluminan este peregrinaje y esta entrada conjunta como pueblo en Dios. Somos testigos de la fe en Cristo Jesús, y por eso estamos llamados a sembrar esperanza en aquellos que Dios nos ha confiado. No los hemos elegido ni han venido por simple casualidad, Dios os los ha confiado en la escuela o en la parroquia.
San Pablo lo decía con palabras llenas de entusiasmo: «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!» (Rom 10,15). Y eso sois vosotros: portadores de la buena noticia, que cada día se hace concreta en los procesos de iniciación cristiana y en los procesos educativos. En unos, con la misión de conducir al discipulado de Cristo. En otros, para transmitir los valores de Cristo. Y, en todos, para engendrar vida, para despertar el deseo del bien y la alegría de vivir en Dios.
2.- Cuando Jesús ascendió al cielo nos dejó una misión muy clara para todos, que está inserta en el bautismo de todo cristiano, en ese que hemos recibido y, gracias él, estamos aquí, gracias a la fuerza que nos da el bautismo. En ese bautismo se nos marcó a fuego diciéndonos: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos… enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20).
Y eso sois vosotros, que venís hoy aquí desde el manantial del bautismo de cada uno y de vuestra vocación; vosotros sois la vanguardia de esa misión. Porque hacer discípulos y bautizar toca de lleno a los que estáis metidos en los procesos de iniciación cristiana. Porque el bautismo es el que entreteje el proceso de discipulado, y se trata de presentarles lo que es la fe cristiana. Dejemos a un lado la preparación para un momento y dediquémonos a hacer cristianos, y contadlo así. El cristiano es aquel que se prepara, que hace un proceso y que guarda la Palabra, esa Palabra que le acompaña en los procesos a través de los sacramentos, pero que es un proceso largo que no se termina. No iniciéis para un momento.
La catequesis se convierte en una enseñanza: hacer memoria de Dios, dejar que la Palabra toque el corazón y transforme la vida, y haga así cristianos.
Hacer discípulos y bautizar, este es el mandato. Pero también Jesús continua con el mandato: enseñar a guardar lo que os he enseñado. No se agota en la catequesis, sino que se prolonga en toda la educación cristiana. No se reduce a la clase de religión, sino que atraviesa todos los ámbitos de la formación humana. Así lo recordaba el Concilio Vaticano II: “La escuela es lugar privilegiado donde el cristiano puede crecer según la nueva criatura que es en el bautismo, iluminando la cultura, el conocimiento y la vida desde la fe”. (cf. Gravissimum educationis, 8).
Así «La educación cristiana es un acto de esperanza: cree en la posibilidad de crecimiento del hombre redimido por Cristo.» (Catechesi tradendae, 60), cree en la posibilidad de crecimiento de la persona, y vosotros sois los instrumentos de esa esperanza.
Tanto en la catequesis como en la escuela sabéis bien que nada de esto sería posible si no hay comunidad. La fe solo crece en una comunidad que celebra, anuncia y vive la fe, la esperanza y la caridad. Porque todo se sostiene en la promesa del Señor: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Posibilitad el desemboque en las comunidades. Sed constructores de comunidades. Si no, la catequesis y la educación no se sostienen.
Tanto en la catequesis parroquial como en la educación escolar, la Iglesia nos recuerda que hemos de ser fieles en dos direcciones: fidelidad a Dios y fidelidad al hombre, O como recoge el Directorio para la Catequesis: fidelidad al mensaje y fidelidad a la persona en el contexto en que vive (DC, 95).
La fidelidad al mensaje supone respetar los procesos, la gradualidad, el tiempo que necesita cada persona para descubrir y confiar en el misterio de Dios (cf. DC, 179). Porque, como nos enseñó Benedicto XVI, uno no se hace cristiano por una idea o una decisión ética, sino por el encuentro con una Persona, con Cristo vivo (Deus caritas est, 1). Y ahí necesitamos procesos, tiempos, en la catequesis y en la educación; se trata de mostrar los signos de la acción de Dios en la persona y ayudar a descubrir la presencia de Dios en su vida, para luego proponer el Evangelio como fuerza transformadora que da pleno sentido a la existencia (cf. DC, 179).
Pero también está la fidelidad a la persona, a su situación concreta, a lo que son cada uno de ellos. Y sabemos que en Madrid nuestros niños y jóvenes viven situaciones a veces muy complicadas: la soledad, la desmotivación y la confusión.
3.- Tres notas que, para ser atentos a la persona, nos preocupan en los niños, adolescentes y jóvenes, esos que vienen y que Dios nos entrega en nuestras parroquias y en nuestros colegios: la soledad, la desmotivación, y la confusión, a las que a nosotros nos toca dar respuesta como “peregrinos y mensajeros de la esperanza”. Frente a eso, entrando por esta puerta y siendo peregrinos de esperanza, nuestra misión es clara, tendremos que salir por la misma puerta que hemos entrado con una misión: acompañar, generar vida y anunciar esperanza.
Acompañar.
La soledad reclama compañía. León XIV nos recordaba hace poco: «Apoyar la cabeza en un hombro que te consuela, que llora contigo y te da fuerza, es una medicina de la que nadie puede privarse, porque es signo de amor» (15 septiembre 2025). Eso es lo que hacéis vosotros. No dais clase ni catequesis a grupos anónimos, sino a personas concretas.
Acompañar los procesos de iniciación cristiana en la catequesis y acompañar procesos de maduración personal en la educación escolar, no es para vosotros solo un acicate y un criterio educativo, sino que es vuestra seña de identidad, el modo de vivir el amor al prójimo con aquellos que la Iglesia, la familia y la escuela os han encomendado. Especialmente si la vulnerabilidad de su juventud o de su infancia lleva consigo otras vulnerabilidades consecuencia de los entornos de pobreza y marginalidad en los que muchos de ellos viven.
Acompañarlos significa quererlos con un amor atento, uno a uno. Conocéis sus nombres, sus familias, sus estados de ánimo, sus capacidades y problemas. Y, sobre todo, los queréis. Ellos lo saben, aunque no lo digan. Y ese amor es el que queda a lo largo de toda la vida, y es el que un día reconocerán porque les marcó en su conciencia y en su vida,
El buen maestro y el buen catequista no moldean, acompañan. No imponen, sino que despiertan lo que el Espíritu ya ha sembrado.
Generar. Estáis llamados a generar, a generar vida.
La desmotivación reclama vida con sentido. Hay jóvenes sin esperanza; es triste comprobarlo, porque sin ella el futuro se hace opaco y los sueños se apagan. Es cierto que no siempre podéis cambiar sus circunstancias, ni evitar los condicionamientos familiares o sociales que los golpean. Pero sí podéis estar ahí, a su lado, para generar vida: vida verdadera, vida plena. Porque la Iglesia, a través de vuestra misión -siendo instrumentos de ella– no es solo maestra; a través de vosotros la Iglesia es madre que engendra y da vida.
Sabemos que en lo profundo de todo ser humano habita un anhelo de plenitud, de belleza, de verdad, de amor. Vosotros ayudáis a despertar ese anhelo y a mostrar que solo en Cristo se encuentra la respuesta. (Fratelli tutti, 55). Estáis llamados a generar vida, ayudándolos a encontrar el sentido de la vida, una y otra vez, en cada etapa de su proceso de crecimiento y de maduración personal. Pero no solo y no tanto con vuestro saber, sino más bien compartiendo con ellos esa sabiduría que se nos ha dado por gracia. Y, por tanto, siendo para ellos esa fuente, ese manantial donde siempre podrán encontrar vida, donde siempre podrán saciar su sed de Dios. «Educar y catequizar es sembrar en el corazón de las personas algo que dará fruto cuando Dios quiera», nos decía el papa Francisco.
Anunciar la Esperanza
La confusión de nuestro mundo pide la luz de la fe, y esa luz llega siempre a través del anuncio. San Pablo lo dijo con claridad: «¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de Él sin nadie que lo anuncie?» (Rom 10,14). Vuestra tarea, en este mundo a veces oscuro, en la catequesis y en la escuela, es anunciar de muchas formas: unas veces con gestos de paciencia y ternura, otras con palabras claras y directas, otras con silencio y coherencia de vida.
Anunciar, porque el Evangelio nunca excluye a nadie. Todos tienen derecho a escuchar que Jesús es camino, verdad y vida (Jn 14,6). Y, tanto con el anuncio implícito como con el explícito, concurren en hacer “discípulos” de Cristo, y en “enseñarles a guardar” lo que él nos ha mandado.
Queridos hermanos y hermanas. Al final, todo se resume en esto: acompañaréis a quienes se os confían en sus procesos de crecimiento, generaréis la vida de Dios en ellos, vida plena y con sentido, y les anunciaréis el Evangelio que salva y da esperanza. Así, seremos juntos testigos de esperanza y, gracias a vosotros, muchos niños, adolescentes y jóvenes se constituirán también en testigos de esperanza.
La misa terminará y saldremos juntos por esta puerta, pero saldremos como pueblo, llamados a estar juntos, llamados a experimentar la indulgencia de Dios y su misericordia, y a sembrar aquello que hemos celebrado.
Gracias por hacerlo, gracias por ser peregrinos de esperanza, y gracias por ser instrumentos de Dios e instrumentos de la Iglesia.
ENVIO FINAL
JUBILEO DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS
Terminamos poniéndonos en marcha y aprendiendo a peregrinar por el mismo camino, y saliendo juntos por la misma puerta por la que hemos sido acogidos.
Caminando juntos tenemos la certeza de que esta Iglesia de Madrid no se queda sin el anuncio de Jesucristo, porque si doce discípulos desplegaron el anuncio inicial, los que estáis aquí seguro desplegaréis el mejor anuncio de la bondad del Evangelio. No dejéis de anunciar y vivir juntos esta misión.
Gracias por vuestra tarea, por vuestro peregrinar, por vuestros sufrimientos a veces. Gracias. Seguid adelante.
Solo os pido una cosa, ya que estáis educadores y catequistas: poneros de acuerdo y transitemos puentes entre nosotros, como hemos comenzado a hacer. Sed testigos para seguir imbricando las parroquias y los colegios católicos. Todos compartimos una única misión, no tenemos que competir, nos jugamos el rostro de Jesucristo. Que nos vean juntos y puedan en nuestra unidad descubrir el rostro de Cristo.
Ayudadnos unos a otros a conectar, porque el “Id y anunciad” que recibimos no es solo para ti, es para todos, y con un mandato de caminar con “nosotros” grande. Ayudadnos, como lo estáis haciendo. Creo que estamos en un tiempo precioso. Ayudadnos a no solo coordinar, sino a sentir juntos sin competencias, sin dobles líneas, sin individualismos. No es tiempo de particularismos.
Si alguien puede establecer vínculos entre el colegio y la parroquia, que lo haga, ponérselo fácil. Si alguien de la parroquia puede ir al colegio, que vaya y haga notar que lo importante es ir como Iglesia a cada chaval integralmente. Y lo que podáis hacer a aunar, no dejéis de hacerlo. ¿No es el mismo Jesucristo? ¿No es la misma misión que va a la vida, más allá de la del colegio o de la parroquia?
Viéndoos aquí PENSAMOS QUE ES POSIBLE, QUE VAMOS DANDO PASOS. Jesucristo va a seguir siendo anunciado, porque vosotros así lo hacéis y lo hacemos juntos como peregrinos de Esperanza.
Gracias por tantos desvelos. Gracias por ser puentes. Gracias por compartir esta única misión que todos tenemos.
Y gracias a Dios porque se ha fiado de nosotros, de todos juntos. Y si se ha fiado, vamos a responder lo mejor posible con nuestra fe y nuestra manera de ponernos en marcha.
Gracias también a todos los sacerdotes que estáis aquí y también que estáis en esta labor de conectar, de hablar. Gracias a todos vosotros, catequistas y educadores, llamados a esta preciosa aventura.
Recibimos la bendición del Señor para tener fuerza y para ser instrumentos de este mandato del Señor, de su bendición y de su esperanza a todos nosotros.