Homilías

Jueves, 23 mayo 2024 11:36

Homilía del cardenal José Cobo en la Eucaristía de la Corte de Honor de la Almudena (22-05-2024)

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Esta tarde estamos aquí para celebrar a la Virgen de una forma más familiar y celebrarla es siempre una alegría porque no es simplemente un signo de cariño a la Virgen de la Almudena, sino que es reconocer a Dios y su presencia en medio de nuestras vidas y de nuestra sociedad, en un mundo que quizás hemos olvidado su presencia o lo hemos metido dentro de la Iglesia nada más o en las sacristías, o en momentos particulares de oración en casa. Sin embargo, venir hoy aquí es poner a Dios delante de nosotros y toda nuestra vida.

Lo peculiar de esta Virgen de la Almudena es que es una Virgen que necesita ser encontrada. Es una Virgen que necesita que salgamos de lo que siempre hemos hecho para encontrarla allí donde los muros se derriban y donde se cae lo que siempre ha estado puesto allí porque es la única forma de entender y de encontrar a esta Virgen: tirando muros y dejando que haya cosas que se caen. Esta Virgen se da a conocer cuando se derrumban las cosas, precisamente desde allí.

75 años: el tiempo de una coronación es importante. Yo me pregunto a veces qué significa la corona de la Virgen o las coronas que les ponemos. A veces a María les ponemos coronas que no son las suyas, a veces le vienen grandes porque en la corona van signos que todavía no han sido evangelizados. Son nuestros, pero no son de ella. La corona a veces a mucha gente, a nuestros vecinos, les puede sonar a lujo, a estatus, a alejamiento para alguno de ellos. Podemos poner a María coronas que no son suyas, las del poder y con ello utilizar a Dios para nuestro beneficio. Y así llenamos al Señor con nuestras peticiones sin escucharle antes.

A veces le podemos poner a María la corona del lujo y a veces nos olvidamos de los sencillos, de los pobres, de los últimos. Cuando las coronas de oro no acogen a los más pobres no son de María. Podemos hacer regalos a la Madre, pero a veces ella prefiere otras cosas y vosotras lo sabéis muy bien.

La corona de María a veces se la ponemos una vez al año y luego nos olvidamos. O que resplandece cuando estamos en la Iglesia y luego ya no. Es como aquellas personas que están en las residencias que van los hijos una vez al año, la quieren mucho, pero durante el año nos olvidamos. La pregunta de hoy aquí, al reunirnos con vosotras y con toda vuestra tarea, con este eco de la coronación, es cómo descubrir la corona auténtica de María. Quizás hoy el Evangelio - la boda de Caná - nos puede ayudar a descubrir cuál es la corona que María quiere que le pongamos. Y después la corona que también ella nos pondría a nosotros porque como buena Madre lo que ella recibe lo quiere dar a sus hijos.

La primera corona de María es el don de poder seguir a Jesús. Sin esa corona, María no quiere nada más. Si mirar la corona de María y querer coronarla no significa seguir profundamente a Jesús, no quiere otra. Porque quien recurre a María aprende a seguir a Jesús. No se puede rezar a María quitando a los discípulos del medio, sino todo lo contrario, con ellos y aprendiendo a estar con ellos con lo que significa así estar en nuestra Iglesia en un momento también donde hablamos de la experiencia de caminar juntos y de ‘ser sinodalidad’, ir con otros, aunque sean diversos.
María continuamente hace de la vida un lugar de Dios. Ella ha hecho un aprendizaje a lo largo de su vida: ella no va donde quiere, sino donde está Jesús. Muchas veces nosotros vamos donde queremos y le pedimos a María que venga con nosotros, pero ella va con Jesús y si se le pierde se le va la vida. Si el Hijo está en el Calvario, ella va allí. Y si el Hijo está en un sepulcro, hasta allí va. Y nos pide a nosotros hacer lo mismo.

Pero hay otra corona, aparte del seguimiento, que el Evangelio hoy nos dice: la corona de mirar la vida con los ojos de Dios. María aprende en aquella boda no solo a pasárselo bien, sino a ver lo que falta. Esa es una mirada muy maternal y femenina. Aprender a descubrir lo que está faltando en cada lugar. ¿Qué falta? Y cuando falta algo María podría haberse puesto a resolverlo y, sin embargo, la mirada de María, como es la mirada de Dios, cuando falta algo se lo pide a Jesús.

Quizás esa es la mejor corona. María, la mujer, la que representa en ese momento a toda la Iglesia, es la que nos representa a todos y nos pregunta si como Iglesia y discípulos estamos atentos a lo que falta para presentárselo a Dios. No lo que va muy bien, sino lo que falta en nuestro mundo, en nuestra sociedad y en nuestras familias. Sabiendo que Jesús es el que realmente lo va a solucionar.

María se fía totalmente de ello: una mirada que es la que nos pone hoy como corona y nos invita a mirar la vida desde sus ojos, desde sus ojos maternales. La corona de la mirada es fundamental para el día de hoy y reconozcamos por fin otra corona.

La corona fundamental de María es la que le colocamos cuando ella dice: “Haced lo que Él os diga”. No quiere otra. Y es lo que nos dice hoy aquí esta tarde a todos: no hagáis lo que creáis, sino que haced lo que Él os diga. Esa es la corona de la Virgen y esa es la que nos quiere poner hoy a nosotros. Y no significa ni más ni menos que aprender a vaciarse como aquellas tinajas para llenarse del vino de Jesús. Es recordar ese bautismo que tenemos todos y que compartimos y que está llamado a ser tocado por Jesús para transformarse en un vino donde todos beban. Todos. Los que se merecen y los que no se lo merecen.

Hoy María nos preguntaría cómo nos vaciamos de todo lo que sobra en esta vida para llenarnos de este bautismo que hemos recibido y dejar que Jesús haga el milagro. Hoy María nos preguntaría si estamos llenos de muchas cosas y a lo mejor no dejamos sitio para el agua del bautismo. Quizás hoy es un buen día, al contemplar a María que se vacía y se da, aprender a vaciarnos y escuchar lo que Él nos dice. Y para eso necesitamos a la Iglesia, a la Palabra de Dios y a los sacramentos. Esa es la corona de María.

Permitidme que cuando miramos a María coronada y la pone delante de nosotros, que nos vayamos como discípulos. En aquella boda María y los discípulos se enteraron de lo que Jesús había hecho: todos bebieron buen vino, todos se beneficiaron del milagro, pero solo María y los discípulos se enteraron del milagro de Jesús. Porque tenían una capacidad especial de ir con Jesús y porque se vaciaron de una forma especial y se dieron cuenta de lo que allí pasaba.

Hoy os invito a ser de aquellos que se dan cuenta de lo que hace Dios y que son testigos de lo que hace. Y en silencio son capaces de ofrecer su vino. María fue testigo del milagro y nosotros también somos testigos: celebremos en esta Eucaristía que somos discípulos. Que, si María está coronada, ella quiere que la portamos nosotros. Para ser discípulos, para mirar como Dios y para dar el vino de Dios a todos. Esa es nuestra tarea: los que saben lo que Dios hace.

Igual que ella, seamos testigos de los milagros del Señor e igual que ella acojamos su corona que es la de la Eucaristía. Igual que ella, demos el vino bueno de Jesucristo a todos aquellos que lo necesitan, porque hoy toca nuestras tinajas y de nuevo transforma nuestra vida en vino bueno, en milagro bueno, para todo aquel que necesite de Jesucristo.

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