Homilías

Domingo, 11 febrero 2024 15:10

Homilía del cardenal José Cobo en la Misa de la Jornada Nacional de Manos Unidas (11-02-2024)

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Para el hambre, queridos hermanos, los que estáis aquí y los que nos estáis viendo, no hay plan B. Dios puso al hombre y a la mujer sobre la faz de la Tierra y enseguida nos encargó poblarla y administrar su tesoro y así nos hizo guardianes de nuestros hermanos. Sin embargo, muy pronto, sucumbimos a la tentación de ser como dioses y nos colocamos por encima del bien y del mal y ese fue el comienzo de nuestras desgracias.

Hemos creado una cultura que olvida que somos creados, que Dios es el que nos vincula y le desplazamos y ponemos nuestras metas, nuestra técnica y nuestras pobres miras en el centro, olvidándonos de donde venimos. Este es el pecado original que llega a poner en riesgo la Casa Común y nuestra propia supervivencia. Hoy celebramos, una vez más, con cariño, la Campaña contra el Hambre en el Mundo. Digo con cariño porque pertenece al cariño de nuestra Iglesia. Y también hoy celebramos la Jornada Mundial del Enfermo: no resulta difícil vincular estos dos elementos desde el ministerio sanador de Jesús y desde la tarea que la Iglesia continuamente nos convoca.

Desde la experiencia profunda de sentirnos creados por Dios y vinculados unos a otros, Manos Unidas nos invita a caer en la cuenta sobre la necesidad de actuar contra la injusticia climática. La padecen muchas personas, especialmente en zonas empobrecidas de nuestro planeta. Es verdad, lo vemos, una persistente sequía obliga mucha gente a desplazarse por falta de alimentos, pero también de salud o de vivienda o de vida digna.

Son los llamados refugiados climáticos y, aunque lamentablemente esta categoría no cuenta todavía con estatuto legal, nos pone delante a los que viven fuera, los olvidados y hasta los cuestionados muchas veces. En el Antiguo Testamento el leproso vivía solo y fuera del campamento: era alguien descartado desde el punto de vista de la salud física, moral y religiosa. Jesús toma partido y actúa: su mensaje salvador siempre va acompañado de gestos de sanación y de perdón por parte de Dios y desde luego de una efectiva incorporación a la sociedad. Jesús toma partido, como hace el Papa Francisco en la Laudato Sí’, por una ecología integral que es mucho más de eso de una opción por lo verde.

Esa una opción por decir primero que somos creados y quedamos vinculados al sufrimiento y al hambre de muchísimas personas: nos pone delante las enfermedades y las muertes trágicas, la hambruna o los desplazamientos forzosos, en muchísimos casos evitables. Decía san Juan Pablo II: «Los pueblos del sur juzgarán a los pueblos del norte». Hoy, esta fractura de desigualdad es cada vez más evidente: por eso insistir, como hace Manos Unidas, en el concepto de injusticia climática no es un esnobismo de última hora.

Supone vincular estrechamente el cuidado que como creaturas debemos a todos los seres humanos, especialmente a los enfermos y vulnerables, vincularnos con el cuidado que merece la obra creadora de Dios. No tenemos derecho a maltratar lo que en un principio vio Dios, que era buena o incluso muy bueno, cuando culminó la obra de la creación con la creatura humana. Por eso, en realidad, el cuidado de la tierra no es una cuestión novedosa para nuestra tradición religiosa. Mucho menos, ajeno al contenido de la fe. Tiene que ver con la teología más básica de la creación y también con el anhelo de cuidar y preservar la obra de Dios, siempre en marcha, y redimida por la acción sanadora y reparadora de Jesucristo. No hay nada peor que la actitud indolente y la indiferencia.

Por eso, Manos Unidas nos convoca a cambiar nuestros estilos de vida, a tocar y a querer cambiar como Jesús quiere y afrontar las lepras de nuestro mundo. Una cultura utilitarista, extremadamente negligente, con el cuidado de la vida en toda su extensión, no tiene escrúpulos en maltratar y sobreexplotar el planeta. Instalados en una cultura individualista, la del descarte, no es de extrañar que se desprecie la fragilidad de la vida no nacida y la que por enfermedad o vejez no reporta utilidad a nuestras sociedades.
Pero como dice el lema de este año, ‘Es posible la esperanza’: el efecto ser humano va para adelante. Somos la única especie capaz de cambiar el planeta y lo somos porque además de naturaleza, tenemos historia y sobre todo porque somos creaturas capaces de ser tocadas por la gracia de Dios que hace posible que cambiemos. Por eso, frente a una actitud depredadora con el planeta, la dinámica a la que nos convoca el Evangelio es otra. Jesús se siente desafiado por el mal, por el pecado y por la muerte.

Por eso, se acerca a nosotros en la encarnación y también hoy en la Eucaristía: quiere que nos curemos y toca con su gracia nuestras miserias, nos desinstala definitivamente de ellas y nos convoca a todos a vivir en plenitud. Jesús quiere sanar la lepra y se implica: se expone al contagio de nuestro mal, y precisamente así nuestro mal se convierte en lugar de sanación. Jesús quiere curar la lepra, toca nuestra humanidad enferma y nosotros podemos tocar de Él su humanidad sana y capacidad de sanar. Somos capaces de ser curados y así también a ser instrumentos de salud, esa salud que solo el Señor puede ofrecer a nuestro mundo.

Así, hoy, queridos hermanos, es un día de esperanza: si el mal y las lepras de nuestro mundo son contagiosas, el bien y la salud de Jesús también lo es. Por tanto, podemos dejarnos contagiar por Cristo y podemos tocar y contagiar con su bien a toda la creación. No estamos solos: la sanación no es solitaria, vamos juntos. Esta aspiración es compartida desde un nosotros grande que hoy Manos Unidas nos pone y nos presenta para cambiar el mundo. Mirad, para los rabinos, en tiempos de Jesús la lepra era una enfermedad incurable y que la padecían mucha gente y quedaba desahuciada. Jesús, de manera siempre discreta, inaugura de parte de Dios un tiempo de segundas oportunidades, que es nuestro tiempo. Nada y nadie está definitivamente perdido. Ojalá aprovechemos el tiempo que empieza dentro de poco de la Cuaresma para convertir y sanar nuestro corazón a todas las lepras de nuestro mundo.

Juntos, queridos hermanos, somos convocados a tocar, a ser tocados, a tomar partido y abrazar la esperanza. Por eso, decimos con el salmista agradecidos, «Señor, tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación». Gracias a todos los que nos ponéis delante de nosotros este canto de esperanza que tiene que ver con la creación.

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