Homilías

Martes, 04 noviembre 2025 15:24

Homilía del cardenal José Cobo en la Misa en la solemnidad de Todos los Santos en el Cementerio de la Almudena (01-11-2025)

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Homilía del cardenal José Cobo en la Misa en la solemnidad de Todos los Santos en el Cementerio de la Almudena (01-11-2025)

“No es la muerte, sino la Vida la que hoy nos convoca”

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy nos encontramos en este lugar donde el silencio habla, donde los nombres están escritos en piedra y quedan grabados en nuestro corazón, sobre todo en el corazón de Dios, donde nunca se olvidan.

Y venimos convocados por la Vida, porque la tumba no es el final del camino. Nuestras tumbas miradas desde aquí, desde una capilla luminosa, se convierten en puertas abiertas para la esperanza. Recordatorio de una parte fundamental de la vida, pero recordatorio de un horizonte de esperanza.

Por eso hoy venimos aquí como un día de memoria, de esperanza y de mucho cariño.

1 - Día de memoria

Hoy es día de recordar. Recordamos rostros, voces, abrazos…

Recordamos a quienes caminaron con nosotros y ahora reconocemos que viven en Dios. Recordar es bueno, pero no para quedarnos en la melancolía ni en lo que fue, sino para transformar la nostalgia en una acción de gracias.

Recordar también es hacer justicia a Dios y a su corazón, porque reconocemos que Dios no nos olvida. Hoy la Iglesia reza por todos, también por los que nadie recuerda: los olvidados, los descartados, los muertos sin nombre, los que murieron en guerras, en la pandemia, en soledad. Todos son hijos e hijas amados del Padre. Dios los mira, los conoce y los llama por su nombre.

Y nosotros, con los que recordamos, nos sentimos que somos un pueblo que camina, un pueblo donde todos necesitamos de todos. “Nadie se salva solo”. Nuestra fe es siempre una historia compartida, una red tejida con vidas que se entrelazan en el pasado, presente y futuro.

2 - Día de raíces y de santidad

Hoy no sólo recordamos a los que murieron, sino que especialmente celebramos a los santos, a los que han vivido desde Dios. Algunos tienen nombre en el calendario, pero la mayoría no. Son los que hemos conocido, los que han celebrado la Eucaristía con nosotros. Son los trabajadores, que vivieron con amor, con entrega, con fidelidad, con ternura, que nos han dado esperanza en muchos momentos.

Cada uno de nosotros se parece a alguien, tenemos la huella de muchos santos, santos que hemos conocido. Cada uno de nosotros estamos aquí porque somos el fruto de la vida de muchos santos. Ellos son nuestras raíces. Gracias a su fe, a su bondad, a su ejemplo, hoy podemos mirar a la resurrección.

Ellos, con su vida, han hecho algo que pocos pueden hacer: nos han mostrado el rostro de Dios. Hemos descubierto que a Dios se le puede ver porque hemos visto que:

  • Mientras muchos dicen “ve a lo tuyo”, ellos se preocuparon por los demás.
  • Mientras muchos dicen “acumula”, ellos compartieron lo que tenían con generosidad.
  • Mientras muchos buscan ser importantes, ellos fueron felices en lo pequeño.
  • Mientras el mundo busca placer y éxito, ellos saborearon la vida desde el amor, el sacrificio y la fe.

Hoy celebramos que tenemos las raíces en esa gente a los que Dios ha hecho plenamente vivos, que la luz de Dios brilla en ellos. Dios los ha hecho vivos y, desde la resurrección de Jesucristo, han quedado incorporados a ellos y tenemos la suerte de que los hemos conocido, hemos hablado con ellos.

3 - Somos un pueblo de santos

Por eso hoy unimos las dos fiestas: la de los santos y la de los difuntos. Porque somos el mismo pueblo de Dios: el que vive en la tierra y el que vive ya en el cielo. Somos un solo pueblo, una sola familia. 

No queremos perder la memoria de los santos, porque ellos son nuestro patrimonio espiritual, una herencia que anima y sostiene la fe. Nos muestran que la santidad no es una meta imposible, sino que en la vida de todos los días podemos serlo nosotros.

Alguno puede tener la tentación de decir: “Yo no puedo ser santo. No tengo tiempo. No soy perfecto”. Pero la santidad no es hacer grandes milagros, “La santidad es dejar que el amor de Dios actúe en nosotros.”

La fuerza del bautismo es poderosa. Los santos no son héroes por esfuerzo propio, sino gente que se dejó amar, que se dejó perdonar, que confió y que fue capaz de transmitir el amor de Dios. La santidad es dejar que Dios brille en ti, en medio de tus cansancios, tus dudas, tus heridas.

4 - ¿Cómo dejar hacer a Dios?

Podemos dejar que Dios haga su obra en nosotros:

  1. Siendo felices desde las claves de Dios, no desde las del mundo. La felicidad cristiana nace del amor que se entrega.
  2. Siendo buenos, como aquellos que amamos y admiramos. La bondad sencilla transforma el mundo sin ruido.
  3. Viviendo las Bienaventuranzas, ese camino que Jesús nos propone: “Bienaventurados los pobres, los que lloran, los que siembran paz, los limpios de corazón, los misericordiosos…” No se trata de triunfar, sino de dejar que Dios abrace nuestras pobrezas.

5 - Bienaventurados hoy

Hoy nosotros recogemos la luz de nuestros santos y presentamos nuestra vida para que esa luz también otros la vean. Y para decir que hemos descubierto el secreto de la vida, hemos descubierto el horizonte de la vida.

  • Bienaventurado el padre o la madre que cada día se entrega con amor.
  • Bienaventurado el estudiante que vive con esperanza.
  • Bienaventurado el que apoya a sus amigos.
  • Bienaventurado el anciano que, con sus achaques o en la soledad, sigue confiando.
  • Bienaventurado el sacerdote o la religiosa que, entre cansancios, permanece fiel.
  • Bienaventurado el enfermo que transforma su dolor en luz.
  • Bienaventurado el que perdona, el que calla para no herir, el que consuela sin ser visto.

Ellos son los santos del presente, los que transparentan a Dios en lo cotidiano. Y en ellos reconocemos el rostro del mismo Jesús y nos han enseñado a ser santos.

6 - Día de esperanza

Este lugar no es solo un campo de tumbas. Es un campo de esperanza. Aquí descansan semillas de la resurrección. Como dice San Pablo, “lo que se siembra corruptible, resucita incorruptible”. Dios no olvida a ninguno de sus hijos. Y así como Jesús resucitó, también nosotros resucitaremos y resucita a los santos.

Por eso, al mirar la tumba, no vemos restos; vemos una promesa: la promesa que Dios ha hecho de un abrazo que no se rompe, de una vida que no termina. Nosotros también resucitaremos.

La esperanza cristiana no es un deseo vago, es una certeza que nace del amor de Dios, que transforma el dolor en futuro y la ausencia en comunión. Es la mejor semilla que podemos sembrar en nuestro mundo.

Hoy, hermanos, demos gracias a Dios por todos los santos que nos han precedido.  Demos gracias por nuestra vida. “Gracias, Señor, porque la vida no termina, solo se transforma.” Gracias porque morir es dar un abrazo a la Vida, porque morir es solo un paso hacia el Señor. Gracias porque hoy estamos aquí gracias a mucha gente que nos precedió, santos de Dios que nos indican en qué consiste la vida.

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