Homilías

Viernes, 29 marzo 2024 19:46

Homilía del cardenal José Cobo en la Pasión del Señor (29-03-2024)

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La celebración de hoy es la más valiente de todas las que ofrece la Iglesia porque nos coloca ante lo que nos enseñó Jesús en su vida histórica: «Quien no coge su cruz no puede ser discípulo mío».

La cruz provoca el volver el rostro y no mirar. Madrid está lleno de lugares de sufrimiento y dolor. Pero nos cuesta no invisibilizarlo, aprendemos pronto a caminar por nuestras calles eludiendo todo lo que es cruz.

Y el resultado es un sujeto y una ciudad desnortada, perdida, confundida por tantos vientos que nos llevan irremediablemente a fabricarnos una vida al estilo de una gran película , donde cortamos los tramos que no nos gustan.

Por eso Jesús vivió el vía crucis, por eso lo abrazó, lo atraviesa y nos invita a seguirle afrontando el mal y sus rastros de sufrimiento, y hacerlo a golpe de amor, de sacrificio y de entrega. Es momento de aprender y dejar que el crucificado nos dé la mano y nos ayude a enfocar la mirada y mirar allí donde el Padre Dios mira porque está el Hijo.

Cuando el Amor es grande, las palabras sobran. «Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente» (Jn 10,18). Eso es lo que hay detrás de la cruz, un corazón que no huye ante la dificultad, sino que se acerca más, se implica más, se compromete más. Por ti, por mí, por quienes sufren.

No tenemos una respuesta a lo que nos desborda. Nos paraliza el desconcierto, la soledad, el miedo. Entramos en shock. Pero hoy, si atinamos a enfocar donde Dios mira palpamos que ahí es donde se nos desvela la grandeza del amor de Dios. La grandeza de la fe es que mirando a Cristo crucificado aprendemos a llamar a las cosas por su nombre.

Él ya nos ha hablado muchas veces y nos avisa continuamente de su final trágico, habla de la Resurrección, pero eso ya no se escucha. Es típico apuntarnos al poema que dice: «No quiero cantar ni puedo al Cristo del madero, sino al que caminó en el mar». El Cristo del madero no es muchas veces agradable si nos recuerda a nuestras heridas y las de nuestra gente. Nos gusta más acudir a la meditación pero alejada del Calvario, los latigazos y la muerte concreta. Nos gustan las procesiones pero sin mirar tras la cruz. Nos va el intimismo teórico y muchas veces más del «Jesús de la mar» y no el del Calvario.

Pero nuestros jóvenes se siguen suicidando, las UCIS siguen estando repletas. También los tanatorios, los cuidados paliativos, los psiquiátricos y los funerales. Las víctimas siguen llorando y la muerte está ahí . No se puede quitar. Por muchos sueños infantiles que prometen la eternidad científica y el transhumanismo.

Mirad el árbol de la cruz, no apartéis la vista, porque es Dios el que pasa por ahí, y si no miramos ese árbol no veremos a Dios. Por eso la palabra de Dios de hoy nos invita de nuevo a mirar, y nos centra la atención como enfocándola más, «mirarán al que traspasaron». Mirar no solo la cruz, sino a quien está en ella, que es quien la ilumina y nos enseña a acogerla de otra manera. Mirar hasta ver que «al punto salió agua y sangre».

Es necesario ahondar y contemplar cada palabra en el corazón, pues no hay quien entienda que alguien dé la vida a los mismos que le están matando. Los discípulos prefieren no ver, porque antes de mirar a la cruz miran su propio miedo, su seguridad, y eso les incapacita para ver la verdad del amigo.

Mirad el árbol de la cruz para descubrir que la Cruz refleja el amor de Dios a todos. Allí nos muestra lo que valemos para Él.

Os invito a concretar, entre todas , y mirad y ver tres enseñanzas:

1.-Así hoy Dios nos explica el sentido de la vida traspasando y acompañando todo sufrimiento que se entrega por amor.

Hoy Dios se deja cornear por el dolor para quitarle hierro al propio dolor con su paso, y así arrancarle el mordiente que hace que el dolor sea un callejón sin salida, si se vive desde el amor y la ofrenda.

Hoy Dios opta por ser víctima con las víctimas del mundo para quedarse con y en ellas siempre.

Así el dolor y la fragilidad ya no es una maldición, porque, puestos ante la cruz, son lugar donde se manifiesta su amor que todo lo ilumina, sea lo que sea.

2.-Hoy Dios hace de la cruz una patena que recoge todas las cruces de nuestra vida y las de nuestros hermanos. Coge tu cruz, abrázala y ahí encontrarás una puerta estrecha. Una grieta que hay en todo, que es por donde se cuela la luz.

Esta es la sabiduría de la Cruz, fuerza de Dios para los creyentes y expresión para todos de dónde está Dios en la historia: aquí contemplamos su Gloria.

3.-La cruz nos hace mirar fuera de nosotros y aprender a descubrir la luminosidad de la cruz a nuestro alrededor. Nuestros barrios, nuestra ciudad nos espera.

Le dicen a Jesús: «Sálvate a ti mismo bajando de la cruz». Lo que buscan es el milagro, no la compasión. Quizás también nosotros preferiríamos a veces un dios de milagros más que compasivo, un dios que machaca con la fuerza y destruye a quien nos rechaza. Pero ese no es este Dios, ese es nuestro ego, un dios hecho a nuestra medida.

Por eso Jesús nos enseña hoy a llegar a Dios mirando a quien está cerca. Al pie de la cruz enseña a María a mirar a Juan de forma nueva. A Juan a mirar a la Madre. Incluso uno de los ladrones observa a Jesús y aprende a ver el amor crucificado. Y toca el cielo cuando gira al atención de sí mismo y mira a Jesús, a quien estaba a su lado.

Mirar al Crucificado es cambiar la mirada y reconocer que la cruz nos hace hermanos y nos ofrece el don de vivir de otra forma. La cruz tiene rostro.

Madrid está lleno de signos de cruz esperando nuestra mirada y nuestro abrazo. Nuestra vida cobra sentido si bajamos de la cruz a los crucificados. La pregunta es: ¿qué podemos hacer por Él?

Después de mirar, adoramos. El beso a la cruz es uno de los gestos más significativos de nuestra vida espiritual. Es el reconocimiento de un amor, es la gratitud, es la acogida de reconocer este amor hasta el extremo y entrar, aun sin entender bien, en su misterio.

Cuando se abraza la cruz comienza a florecer el árbol de la vida, y se ve esperanzados que el amor es más fuerte que la muerte.

Venid y adoradla. Es nuestra cruz. Es la cruz de esta Iglesia de Madrid, con todos sus pliegues y surcos.

Aquí está el Dios vivo que da la vida a los que se acercan a Él. Mirad el árbol de la Cruz.

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