Homilías

Viernes, 26 enero 2024 13:39

Palabras del cardenal Cobo en la Clausura de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (25-01-2024)

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Sed bienvenidos todos a la catedral de la Almudena. Gracias de verdad por vuestra participación. Y por esta plegaria compartida. Sabemos que agrada a Dios. Y que esta plegaria compartida es un signo de esperanza. No solo para nuestras iglesias, sino para nuestro mundo.

Este año, el lema que nos ha guiado para la oración, como nos decía el reverendo Ramiro, ha sido Amarás al Señor tu Dios… y al prójimo como a ti mismo (cf. Lc 10, 27). Y nos llega el eco de su predicación, que es el eco de aquella parábola donde Jesús decía: Vete, y haz tú lo mismo (Lc 10, 37), que es el último pasaje también que se nos propone.

Es curioso, pero, en este último día, y juntos, aquí, en esta catedral, y con el tesoro de la oración que compartimos, se nos invita a practicar la misericordia, a tener compasión, a mirar a los que están al borde del camino. A hacernos prójimos de tantos que hay a nuestro alrededor, parándonos y curando sus heridas, dejándolos en las posadas. Los Padres de la Iglesia interpretan que esta es la imagen de la Iglesia: la que acompaña al que está herido. Y hoy vemos que no estamos solos en esa misión.

El Evangelio practicado y hecho samaritano es un buen vínculo que nos puede ayudar a converger todas las confesiones cristianas, porque pone de relieve la centralidad del amor y la misión que Cristo nos encomienda.

Decía san Agustín que «solo el amor al prójimo purifica nuestros ojos para que podamos contemplar a Dios». Dios y el prójimo, Dios y los pobres son los ejes que aglutinan nuestra tarea, y nos ponen a mirar lo fundamental.

Parece que el Espíritu Santo sigue invitando a las diferentes Iglesias, a través de los que nos han preparado también esta Semana y estos materiales. Nos proponen algo muy concreto: el mundo necesita a los creyentes. El mundo necesitas nuestras Iglesias. Necesita sentir la acción de la fe. Y necesita ver a Jesucristo en lo que hacemos, para que entienda lo que significa el Evangelio del amor y de la esperanza.

Jesús, cuando le preguntan quién es el prójimo, como hemos oído, no da teorías. Simplemente muestra un rostro: a este que está al borde del camino. Cuando le preguntan quién es mi prójimo, Jesús no responde. Nos lanza una pregunta: qué haces tú por el prójimo. Este es el amor que poseemos. Este es el amor del que somos testigos. Este es el amor que necesita nuestro mundo. Porque, cuando se ayuda a un hermano herido, por la causa que sea, se está ayudando al mismo Cristo, que dice: a mi me lo hicisteis. Y, al mismo tiempo, estamos dando testimonio del amor de Cristo. Sin apellidos. Somos cristianos. Y ahí no se notan nuestras diferencias, al ser manos de Cristo.

Nadie da amor si no tiene amor. Si somos capaces de ser manos samaritanas, si somos capaces de bajar de nuestras ‘cabalgaduras’ para que el pobre y el herido sean nuestra preocupación, será porque dejamos que el amor de Dios nos traspase. Y esta es la trascendencia del amor. Que no es teórico ni interesado, sino real y samaritano. Cuando así sucede, la propia labor con los pobres nos evangeliza y acrecienta el amor entre nosotros. Entregar amor, y hacerlo juntos, hace que nos amemos. Porque el amor es de Dios.

Pero somos conscientes de que esta tarea es difícil: hay que bajarse de la cabalgadura, hay que ponerse de acuerdo, y eso a veces fatiga.

Pero solo, como dice el apóstol, hay un criterio que nos puede animar: no mirarnos a nosotros mismos ni a nuestros intereses, sino aprender como discípulos de la mirada samaritana del maestro. Y aprender a «apreciar a los demás más que a uno mismo». Seguramente, si conseguimos vivir esto, el camino hacia la unidad avanzará más rápido y seguro.

Queridos hermanos: gracias por el milagro de hoy. Gracias por reunirnos y abrir el corazón. Desde esta Iglesia en Madrid, os tenemos presentes porque tenemos una misión común delante. Mirando a la ciudad de Madrid, veo cómo necesita este testimonio de Cristo. Sin apellidos. Mirando a la ciudad de Madrid, debemos concentrarnos en anunciar a Cristo a los que no lo conocen, como en los inicios del movimiento ecuménico. Ese que estaba centrado en la misión. Anunciémosle no solo de palabra, sino con obras. Con la conciencia de que lo que yo hago, y lo que hace esa comunidad anglicana, o esa parroquia ortodoxa…, todo construye el Cuerpo de Cristo.

Todos los esfuerzos hacia la unidad están llamados a desplazar nuestras ideas y nuestras pequeñas miras, para aprender a escuchar juntos la llamada del Señor, y dejar que su mirada sea la que nos guíe.

Tenemos el camino, hermanos. Y aquí estamos. Con nuestras pobrezas, pero también con el Señor. Tenemos el camino: caminar juntos. Amar y servir juntos, poniendo la oración como prioridad, como se nos ha dicho. Como dice el Papa Francisco: «En efecto, cuando los cristianos maduran en el servicio a Dios y al prójimo, crecen también en la comprensión recíproca».

Deseo de corazón que esta semana haya sembrados frutos de unidad, de misión y de deseo para ser samaritanos de nuestro mundo, y que nos haga seguir rezando y trabajando por la unidad durante todo el año.

Gracias a los que estáis todo el año rezando por ella. Y gracias a los que colaboramos para hacer este pequeño milagro, esta tarde, desde esta catedral.

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