Jueves, 10 septiembre 2015 14:15

Carlos Cuesta “al cuadrado”

Ilmo. Excmo. Sr. arzobispo Castrense, Juan del Río; Ilmo. Sr. Deán, Excmo. Cabildo catedral, queridos vicarios episcopales, queridos hermanos sacerdotes, querido diácono, Altezas Reales Duques de Noto, Excma. Sra. Presidenta de la Comunidad Madrid, autoridades, civiles, militares y religiosas. Queridos hermanos que formáis esta Real Esclavitud de Santa María la Real de la Almudena, que nos habéis llamado y habéis organizado e invitado a congregaciones y hermandades. Sois más de 140 las que estáis representadas aquí. Hermanos y hermanas todos en nuestro Señor Jesucristo.

Hoy es un día especial para todos nosotros. El celebrar esta eucaristía aquí, en la catedral de la Almudena, que como os decía antes es santuario también de nuestra Madre, la Santísima Virgen María, en esta advocación entrañable de Santa María la Real de la Almudena. Es un día de gozo, y hay que vivirlo como Ella lo hizo, como nos dice precisamente ese salmo 12 que acabamos de cantar todos y que acabamos de meter en nuestro corazón. Hay que vivir esta fiesta de la Virgen también, como Ella, en confianza con Dios. Somos de alguna manera, queridos hermanos y hermanas, peregrinos de la confianza. Hay que vivirlo acogiendo la misericordia de Dios, hay que vivirlo en diálogo permanente con el Señor: la fuente de ese diálogo es Dios mismo, no hay otro. Hay que hacerlo viendo y experimentando con el Señor, de muchas maneras, para auxiliarnos a todos nosotros; hay que hacerlo procurando vivir siempre y hacer el bien, dando los mismo pasos que nuestro Señor Jesucristo, aquellos que la Virgen Santísima se encargó de que diésemos todos nosotros cuando Ella misma nos dijo en las bodas de Caná, también a nosotros: haced lo que Él os diga.

Hay que vivir este día de gozo contemplando el rostro de esta mujer, que Dios la hace grande porque deja que su vida sea un recipiente que solamente contiene a Dios. Hay que hacerlo haciendo verdad lo que la Virgen María hace también después de visitar a su prima Isabel y comprobar también que Dios mismo, que habitaba ya en su vientre, hace saltar de gozo a un niño que no aún había nacido y hace prorrumpir en un grito excepcional, reconociendo dónde está la dicha del ser humano, cuando Isabel dice: dichosa tú que has creído, que lo que ha dicho el Señor se cumplirá. Hay que hacerlo, hermanos y hermanas, haciendo un cántico nuevo. Me gustaría que hoy, esta tarde, todos nosotros aquí, todos los que habéis venido, todos los que estamos aquí, hiciésemos en nuestra vida verdad un cántico que tiene la misma novedad que el que hizo la Santísima Virgen María. Ella dejó que su vida fuese un pentagrama escrito en todas sus notas por Dios mismo. De esto se trata, queridos hermanos y hermanas; esto es lo que de alguna forma vosotros, las congregaciones y hermandades, en esa religiosidad popular, en torno a la Virgen María, en torno a nuestro Señor Jesucristo, en torno a un santo, un hombre o una mujer de Dios que vivieron fieles en esta vida, dando los mismos pasos de Jesucristo, vosotros digo queréis mostrar también, a través incluso de vuestra presencia pública, y hacer un enjambre de tales relaciones entre los hombres, que sean relaciones de hermanos porque se sienten hijos de Dios.

Yo querría acercar a vuestra vida esta tarde lo que la Palabra de Dios nos acaba de decir. El Evangelio de San Mateo tiene una fuerza especial y desborda, nos hace desbordar de gozo: nos fiamos del Señor como María. Qué página más sublime la del Evangelio que hemos proclamado. En primer lugar nos invita a manifestar el poder de Dios. Sí hermanos. Cómo podemos hacer eso. Esta fue la pregunta también de la Santísima Virgen María, cuando anunciaba el ángel que iba a ser madre de Dios: cómo será esto, puesto que no conozco varón. Esto es lo que el Evangelio que acabamos de proclamar nos ha dicho: María, desposada con José, y antes de vivir juntos, esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. En María, hermanos y hermanas, se manifiesta el poder de Dios. Sí, se manifiesta el poder de Dios en la sencillez, en la pequeñez, como nos decía hace un instante el profeta Miqueas: Belén, pequeña entre las aldeas, de ti saldrá el jefe de Israel. No fue una ciudad grande, un lugar famoso, no fue un lugar extraordinario, no, algo casi desconocido en la historia, y si lo conocemos ahora es por el acontecimiento de que Dios vino a esa aldea a este mundo, tomó rostro humano en esa aldea. Dios manifiesta su poder en lo pequeño, en lo sencillo, en los lugares insignificantes, con personas elegida por Él, como es el caso de la Santísima Virgen María. Belén, pequeña entre las aldeas: de allí sale un jefe, de allí sale como nos ha dicho el profeta Miqueas un pastor fuerte, con la fuerza del Señor, que mostrará su grandeza en medio del mundo hasta los confines de la tierra.

También el Señor a nosotros, como eligió a María, nos ha elegido. Esta tarde no estamos aquí por casualidad ninguno de nosotros. Las casualidades son las que se nos ocurren a los hombres decir. El cristiano no tiene casualidades. El cristiano tiene tiempo de Dios. Su tiempo, y en su tiempo, se manifiesta Dios en su persona. Y en esta fiesta de la Natividad de la Virgen María, el Señor a través de Ella nos quiere decir que dejemos que se manifieste el poder de Dios. Ese poder de Dios que hace hacernos siempre el bien, a todos, sin excepción. Ese poder de Dios que nos hace mirar a quienes tenemos a nuestro alrededor como hermanos, porque todos los hombres son hijos de Dios. Ese poder de Dios que nos hace ver en todos que ciertamente el diseño del ser humano ha sido hecho por Dios mismo: nos hizo imágenes y semejanza de Dios, a su imagen y semejanza nos hizo. Qué invitación más bella, queridos hermanos, hoy, que en esta fiesta de la Natividad de la Virgen, del nacimiento de María, del ser humano más perfecto que jamás ha existido, del ser humano que prestó la vida para que Dios se hiciese presente y tomara ese rostro en este mundo, de este ser humano donde se manifestó el poder de Dios, que trastocó todas las leyes del ser humano, todas las leyes de la naturaleza, el Señor quiere llamarnos a nosotros para que, como su madre, a quien Él nos entregó como madre, haga posible que manifestemos el poder de Dios, en nuestra vida. El poder de Dios en nuestra vida, queridos hermanos, se manifiesta cuando se crea la fraternidad, cuando se recrea la comunión entre los hombres, cuando se recrea y se hace la paz, cuando se construye la vida desde la justicia, cuya expresión y rostro de la justicia es el mismo Cristo. Qué maravilla: podemos manifestar el poder de Dios, hermanos, lo podemos hacer; solo hace falta que, como la Santísima Virgen María, digamos, como Ella hizo: aquí me tienes, Señor, hágase en mí según tu palabra.

En segundo lugar, hoy el Señor nos dice y nos revela la fuerza transformadora de la fe: la fe cambia el mundo, hermanos. Qué diferencia más abismal está en pasear por este mundo viendo al lado enemigos, viendo contrarios, y naturalmente hay que estar defendiéndose, hay que estar con el arma. Qué diferencia más abismal tener la fe y poder decir, con el apóstol San Pablo, que Cristo nos ha hecho hermanos, poder escuchar al apóstol que dice: no hay esclavos, libres, hombres y mujeres, todos hermanos, todos hijos de Dios.

En María, esto se manifiesta. Se manifiesta, como os decía antes, en las bodas de Caná, cuando aquella gente que estaba en apuros, que no podía celebrar la fiesta... Y, hermanos, estamos en un momento de la historia en que no se puede celebrar la fiesta. Y este momento requiere, más que nunca, que estemos dispuestos a escuchar a nuestra Madre, que nos dice: haced lo que Él os diga. Pasead por este mundo como paseó el Señor. Sí, hermanos. A la oscuridad, Él trajo la luz; de tener las puertas cerradas a quienes a mí me parecía que no se las podía abrir, las abre. Construye la fraternidad, construye la reconciliación, y entrega la misericordia, y entrega el perdón, y entrega la verdadera libertad.

La fe es fuerza transformadora. ¿No habéis visto en el evangelio que acabamos de proclamar, también, a José, el esposo de María? Nos dice el Evangelio que era justo, y en la Biblia el justo es el hombre o la mujer que están mirando a Dios, se ponen de cara a Dios. No es que no sean pecadores, pero la diferencia está en que el pecador decide volver la espalda a Dios, marchar por su cuenta, ser Dios él mismo, y el justo mira a Dios y le dice, como aquel que entró en el templo, que mientras uno decía ‘yo soy bueno’ el otro decía ‘yo soy un pobre pecador’. Pero miraba a Dios, mientras que el otro se miraba a sí mismo. José, que es justo, en principio no entiende por qué se han trastrocado todas las leyes: su mujer va a tener un hijo, y él no quería denunciarla, y él, bueno y justo, decide repudiarla en secreto. Pero, mirad, se aparece Dios a través del ángel en su vida y le dice a José: José, llévate a María, la criatura que hay viene del Espíritu Santo, dará a luz y tú además le pondrás nombre, el nombre de Jesús. Lo más grande, queridos hermanos, es poder poner nombre. ¿No habéis visto a Dios en la creación, que pone nombre a las cosas? Al hombre y a la mujer los llamó Adán y Eva. Y Dios nos da ese poder, el poder poner nombre. A José nada menos que poner nombre a Dios mismo. José es justo, escucha a Dios, es el prototipo singular de la fuerza transformadora de la fe.

Sí, queridos hermanos. Por eso, necesitamos anunciar a Jesucristo. Necesitamos de vuestras cofradías, la Iglesia os necesita: las cofradías, las hermandades; esa fe de los sencillos, pero de los que no tienen miedo ni les da vergüenza el manifestarla y entregarla a los demás, el hacerla pública, el defenderla, el hacer descubrir, no con las fuerzas que a veces utilizamos los hombres, sino con la fuerza de Dios.

Permitidme que haga un paréntesis y os cuente una cosa que a mí me impresionó mucho: en la primera procesión que hice del Corpus Christi, siendo arzobispo de Valencia, se me presenta un señor mayor y me dice: te voy a contar una cosa para que la sepas, en Valencia siempre hubo procesión del Corpus Christi, incluso cuando las prohibieron. ¿Cómo la hubo?, decía yo. En mi casa se guardaba el Santísimo y venía el sacerdote a buscarlo para, después, llevárselo a los enfermos o a quien quería comulgar. Y ese día mi padre pidió permiso, colocó al Señor, guardado en una cajita de plata, lo puso en su pecho, y todos sus hijos de la mano. Él de la mano de sus hijos, y los otros por detrás, iban con el padre, pero en silencio hicieron el mismo recorrido que hoy mismo se hace, el mismo que ha estado en toda la historia de Valencia... Queridos hermanos: la fe de los sencillos, la fe transforma el mundo. Y aquel hombre creía que Jesucristo transforma esta tierra, la cambia.

Hoy necesitamos esa fe. Mirad: el Papa Francisco nos está invitando a algo que a veces nos cuesta a los cristianos, que es a convertirnos, a dar la versión de nuestra vida, la de Cristo no la que queramos nosotros, no de Cristo a nuestro gusto, sino de Cristo la que Él nos da, la que Él nos regala. Y, por otra parte, nos está invitando a ser discípulos misioneros, a ser hombres y mujeres que, especialmente con obras, damos a conocer a Jesucristo, acompañadas también si hay que explicarlo de palabras, pero que no sean meras palabras. La fuerza transformadora de la fe.

Y, por último, hermanos y hermanas, el Señor nos invita a implantar la alegría en este mundo. Sí, esa alegría que decía el Evangelio y que escuchábamos hace un momento: Dios con nosotros. Hermanos, convenzámonos de esto: Dios nos ama, Dios nos quiere, Dios no es un extraño, sabemos cómo se ha comportado paseando como uno de nosotros por este mundo. Dios nos está invitando a que seamos ese buen samaritano que se acerca a todos los que encuentra en el camino y, especialmente, a los que están heridos, por el motivo que fuere. Dios cuenta con nosotros y Dios nos regala una tarea impresionante: transformar este mundo y cambiar el corazón de los hombres. Pero no a la fuerza, no. Siendo testigos, como lo fue el mismo Jesucristo, el Hijo de María, y como lo fue María.

Mirad. Un santo de Madrid, San Pedro Poveda, dijo en un momento determinado de su vida cómo tenían que ser los cristianos, y a él le tocó vivir un momento difícil de la historia de España. Pero dijo que teníamos que ser como Jesús: entró en el camino de los hombres, por el camino de Emaús, y se encontró con dos que estaban desencantados, estaban heridos, no había sucedido lo que ellos querían, y el Señor entra en conversación con ellos por el camino y se van dando cuenta de que su corazón está ardiendo, que su vida se transforma cuando les va contando cosas. No lo conocen y, sin embargo, cuando llega un momento en que el Señor se va a marchar, como ellos le necesitan le dicen: Quédate con nosotros que atardece. Y San Pedro Poveda dice: así tendrían que ser los cristianos. Hombres y mujeres que, caminando por este mundo con los demás, los demás sientan necesidad de decir: Quédate con nosotros. Pero yo añado: tendríamos que ser, queridos hermanos, como la Santísima Virgen María, porque quizá nos es más cercana a nosotros ahora mismo. Ella sale al camino, y llega donde Isabel, y es capaz de hacer sentir gozo a un niño que aún no había nacido, que estaba en el vientre de la madre, y salta de gozo. Y es capaz de hacer reconocer a Isabel dónde está la grandeza del ser humano: dichosa tú, que has creído, que lo que ha dicho el Señor se cumplirá. Isabel lo siente junto a María. María provoca esto. Dejémonos dar la mano como María para provocar esto.

Hermanos y hermanas: manifestad el poder de Dios, creed en la fuerza transformadora de la fe, implantad la alegría. Esa alegría de la que el papa Francisco nos ha hablado: la alegría que nace del Evangelio. Cristo es la alegría, es el Evangelio, se hace presente entre nosotros. Acojámosle y démosle a conocer. Amén.

El pasado 4 de agosto, el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, impartió la conferencia "Santa Teresa vive en la alegría del Evangelio" dentro del curso de verano de Teología de la Universidad Católica San Vicente Mártir de Valencia que, con el tema "Santa Teresa hoy", se desarrolló en el Seminario de Monte Corbán de Santander. A coninuación publicamos el texto de su intervención:

El retrato de santa Teresa de Jesús que vive la alegría del Evangelio es esa apuesta de una manera de ser y de entender la vida que nos entrega Teresa de Jesús. Ella vive una experiencia de la grandeza de Dios y del misterio del hombre, profundamente. Y lo vive con una pasión: que es mostrar a Cristo, verdadero rostro del amor, darle a conocer, a ver; y no teóricamente, sino con su propia vida. Por eso, santa Teresa de Jesús nos regala, en este retrato y en esa alegría vivida del Evangelio, la grandeza de Dios y el misterio del hombre, y hace una apuesta que podríamos traducir por esa expresión tan utilizada por ella: andar en verdad. Esta es una gran apuesta, y es en la que yo me voy a detener, utilizando algunos textos de un trabajo que hice hace años sobre santa Teresa y que, modificando algunos aspectos, voy a mostrar.

En Jesucristo, santa Teresa encuentra o nos descubre su propio misterio: el misterio cristiano revela el destino del hombre, el hombre nuevo según Cristo es el hombre redimido que participa de la vida de Dios, que ha sido alcanzado por la misericordia vivida. Y, al final del castillo interior, santa Teresa de Jesús, después de hablar de la grandeza de Dios, se detiene en el misterio del hombre y en el aprecio que se le debe tener como criatura hecha a imagen de Dios.

Entendió que debía situarse ante Él como criatura suya, en una postura receptiva y de pobreza. Como no está en el hombre la raíz de su existencia, no se pertenece. Esto es precioso. La raíz de su existencia no está en el hombre; por tanto, no se pertenece. La experiencia de criaturidad fue algo profundo y permanente en la santa, vinculado a la misma experiencia de Dios. El ser criatura y experiencia de Dios y oración está tan unido que no es posible separarlo en Teresa de Jesús.

Esto se resume en un poema maravilloso de Teresa de Jesús:

“Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarme has en ti.

De tal suerte pudo amor,
alma, en mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.

Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y así
en mis entrañas pintada,
si te perdieres, mi amada,
Alma, buscarte has en Mí”.

Me parece que es el imperativo más grande que tenemos en estos momentos. La Iglesia también, como dadora de sentido del ser humano.

Que yo sé que te hallarás
En mi pecho retratada,
y tan al vivo sacada,
que si te ves te holgarás,
viéndote tan bien pintada.

Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
No andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres,
a Mí buscarme has en ti”.

En el corazón del ser humano, ahí está tu imagen; búscate...

Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y así llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.

Fuera de ti no hay buscarme,
porque para hallarme a Mí,
bastará sólo llamarme,
que a ti iré sin tardarme
y a Mí buscarme has en ti”.

Después de hacer esta introducción, voy a dar cuatro pasos. “Santa Teresa vive en la alegría del Evangelio”. Un fundamento tiene ya: en primer lugar, andar en verdad para conocer el misterio del hombre. Otro es un punto de partida que tiene Teresa de Jesús: el hombre es llamado a la existencia. Tercero, voy a intentar haceros ver una doble experiencia: el hombre no es un solitario ante Dios, ha de vivir la solidaridad con los hombres; y, por otra parte, el ser humano tiene que conocer sus propios límites. Y, por último, ella vive con la seguridad de la certeza de su destino, ella sabe para qué está aquí. Lo que digo yo: esa gran enfermedad de las tres ‘des’, que padecemos los hombres en estos momentos, y que son desdibujamiento, desencanto y desorientación.

Andar en verdad, un fundamento para conocer el misterio del hombre. Andar en verdad fue la pasión por excelencia de santa Teresa de Jesús, algo con lo que vivamente se encontró metido en las entrañas y que fue creciendo en progresiva celebración conforme avanzaba en el camino de oración, en el diálogo con Dios. Esa fue una pasión: cuando empieza a hablar de la oración, lo primero que recuerda a los lectores es el amor, el cultivo de la verdad, porque solo en la verdad y con la verdad se puede tener acceso al mundo de la oración. No sería forzar mucho el pensamiento de santa Teresa si estableciésemos la equivalencia entre andar en verdad y darse a la práctica de oración. No habría problema. De todas modos, no se le debe presentar muy creíble la oración de quien no la afronta desde el andar en la verdad cuando prefiere verlo sin oración. Por eso, santa Teresa, en el Libro de la vida, dice una expresión preciosa: espíritu que no vaya comenzando en verdad, yo más le querría sin oración.

La amistad, la oración, es eso: amistad. Así lo define ella. Sólo se fragua a la luz de la verdad; sobre esta verdadera luz, asienta bien la oración. Sin este cimiento fuerte, todo edificio va falso. Así nos lo dice en Camino de perfección. La verdad tiene que andar en nuestros corazones por la oración, por el trato de amistad con quien sabemos que nos ama y que nos quiere. La verdad-oración o la oración-verdad, causa-efecto o efecto-causa, uno y otro enfoque se advierten en santa Teresa. Quiero dejar constancia de ello sin detenerme mucho más, pero es menos importante saber dónde empieza la rueda y mucho más saber que avanza toda ella y hace avanzar cuando estamos en esta dinámica. La verdad es una disposición y una consecuencia de la oración. Yo vivo en verdad en la medida en que dialogo con la verdad. Si no, aquel refrán castellano, “dime con quién andas y te diré quién eres”, se hace verdad en esto. Mucha verdad. Lo podríamos relatar, e incluso hacer una biografía.

La verdad es una disposición, es una consecuencia de la amistad con Dios. Bajo cualquier aspecto se presenta como grueso cauce que recoge la voluntad de ser del hombre. Nada hay abstracto y frío en la vida, mensaje de Teresa de Jesús, ni nada que se parezca a un juego dialéctico; todo arranca de la vida y lleva al calor de la vida, que es Cristo mismo. Y a la vida se refiere: lo que cuenta es la persona, y la persona no se compone por partes hasta sumar un todo; se le puede mirar desde distintos ángulos, pero es una única. Pero es siempre la persona, en indestructible unidad. La persona, además, no está sola; es, y no solo tiene una red de vinculaciones y relaciones. La persona, en Teresa de Jesús, se descubre cada vez más como relación, y la relación es más abundante y profunda con los demás cuanto más o mayor es la relación con la verdad misma, que es Dios.

Dios y los demás seres. Hacerse será definir vitalmente su ser relacional. ¿Qué es hacerse, qué es construirse? Pues definir vitalmente cómo es mi relación con los demás y, por supuesto, con Dios. Dios y los demás seres: el hombre es, será, lo que es su relación. Esto es fundamental en Teresa de Jesús: lo que es la relación será el hombre, como principio y destino, y presencia que nos vive y aguarda en el centro y en lo hondo. Andar en verdad es, además, vivir con las criaturas, pero sobrepasándolas, sacándonos de su finitud y de la contingencia, y experimentando el sabor de eternidad. Andar en verdad nos exige vivir las relaciones con los seres, pasando por ellos, lanzándonos a la búsqueda de quien nos sustenta. Hoy lo vivo y lo experimento con mucha más certeza. Por eso, no podemos engañar a nadie; nuestra cercanía a los demás tiene que ser primero para que andemos en verdad nosotros y para ayudar a andar en verdad.

De este modo, tenemos, por tanto, los dos extremos sobre los que se monta el andar en verdad en Teresa de Jesús: los dos puntos del arco de la existencia humana que hacen, de la aprensión de la Verdad, una actitud, una manera de ser. La Verdad, cumplimiento de todas las verdades, nos dice en el Libro de su vida, y las verdades –que somos nosotros- que dependemos de esta verdad. Y la verdad, dice Teresa de Jesús, se traduce en humildad, en el único modo de seguir siendo. No son extremos que se excluyen ni se enfrentan al hombre; ser, para el ser humano, es saber estar construyendo y celando nuestra unidad interior, vaciándonos de lo que somos e ignorando lo que de verdad no somos.

En Teresa de Jesús, los pasos se acercan. Recordemos, en primer lugar, que la visión de Dios y del hombre, de todo lo creado, están implicadas, indisolublemente unidas. Visión de ser en su rica y múltiple variedad, la luz contemplada desentraña el misterio.

Cuando a Santa Teresa de Jesús se le muestra una visión intelectual, que el Dios solo es verdad, se le aparece también en toda la magnitud y en toda la grandiosidad la extrema y menesterosa situación del hombre. La verdad y la mentira adquieren aspectos personales. La verdad es Dios y la mentira se incrusta en el ser del hombre hasta el punto de hacerlo mentiroso, y de negar que no se puede sustentar a sí mismo. El hombre es mentira solo porque ha nacido, tiene un origen, tiene una imagen, un retrato...

También Santa Teresa, con mucha fuerza en Las moradas, nos dice cosas como esta: “dase bien a entender lo que dice David en un salmo, que todo hombre es mentiroso”. Y tiene esa tentación al no referirse a Dios, ¿no?

El contraste entre Dios y el hombre es abierto y frontal. Contraste de ser, que se traduce en voluntad. En el Castillo Interior dice santa Teresa esta expresión: “Cuán diferente se inclina nuestra voluntad a lo que es la voluntad de Dios”. Ella quiere que queramos la verdad, nosotros queremos la mentira. Ella quiere que queramos lo eterno, y aquí nos inclinamos a lo que se acaba. Quiere que queramos cosas grandes y subidas, y aquí queremos bajas y de tierra. Y añade, en el Libro de la vida: “no somos contrarios, amando y queriendo lo que hemos de aborrecer”. Nosotros hacemos eso.

El contraste entre Dios y el hombre es moral, de actitud y comportamiento. Polarizan dos extremos: la voluntad de Dios y la del hombre. Hay que volver cordialmente a la verdad , y esta es una gran tarea que tenemos, un fundamento: andar en verdad.

No es que la doctora mística no alcance a ver y expresar la verdad metafísica del hombre, pero sin embargo el hombre, dice ella, solamente es lo que recibe en depósito de Dios. Somos verdad, imagen de la verdad, pero esta verdad metafísica la traduce rápidamente a nivel moral: lo que el hombre es metafísicamente, tiene que serlo moralmente. Lo que es o lo que se es flexiona en lo que se tiene que ser. Por eso, ella insinúa siempre el carácter dinámico y operativo de la verdad como cauce del ser nuevo, de la novedad que hay que dar. Hay que andar en la verdad, y la verdad no se estable, está ya; la verdad es el camino, y hay un camino, que es Cristo.

“Para conformarnos con nuestro Dios y esposo en algo, será bien”, dice ella, “que estudiemos mucho de andar en verdad”. Nos lo dice en Las Moradas.

Y, permitidme que en este sentido, os lea un poema precioso:

“Ya toda me entregué y di,
y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó herida,
en los brazos del amor
mi alma quedó rendida;
y, cobrando nueva vida,
de tal manera he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.

Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
Ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado”.

Y termina en otro poema, que es una maravilla:

“¡Oh hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.

Oh ñudo que así juntáis
dos cosas tan desiguales,
no sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.

Juntáis quien no tiene ser
con el Ser que no se acaba;
sin acabar acabáis,
sin tener que amar amáis,
engrandecéis nuestra nada”.

Una preciosidad el andar en verdad.

Un fundamento, un punto de partida: El hombre es llamado a la existencia. Ver que Dios es la suma verdad, que se nos manifiesta en Cristo, comporta una traducción inmediata en la línea de conducta, en la línea de la manera de estar en el mundo y en la vida. Por eso, santa Teresa es muy práctica: no es una teórica, te cambia la vida. Por eso, dice ella, “entendí el gran bien que hay en no hacer caso de cosa que no sea para llegarnos más a Dios, y así entendí qué cosas andar un alma en verdad”.

Un punto de partida, el hombre es llamado a la existencia. Es un articulo que escribí hace tiempo sobre cómo santa Teresa descubre su misterio. La actitud del hombre ha de ser la de una humilde respuesta, la de la Virgen María que dijo “aquí estoy, Señor, hágase en mí según tu palabra”. En el fondo, como es llamado a la existencia, tendríamos que decirle al Señor: “heme aquí, hágase en mí”.

Teresa sabe, por su propia vida, que el hombre es tardo en darse.

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