Catequesis

Lunes, 18 junio 2018 13:44

Discurso del cardenal Osoro en defensa de los Pactos Globales sobre Migrantes y Refugiados (18-06-2018)

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En este momento actual, cuando la comunidad internacional está comprometida en dos procesos que conducirán a la adopción de dos pactos globales, uno sobre refugiados y otro sobre la emigración segura, ordenada y regular, como cardenal arzobispo de Madrid y unido a los deseos del Papa Francisco, deseo animar en su tarea a quienes tienen altas responsabilidades de la gestión global y compartida de la emigración internacional para que encuentre su punto de fuerza en los valores de la justicia, la solidaridad y la compasión. Escuchad mis palabras desde la misión que el Señor me ha dado que entre otras es anunciar y promover un reino de justicia, de verdad, de amor y de paz, Todo ello nos está pidiendo un cambio de mentalidad como es pasar de mirar al otro como una amenaza a nuestra comodidad a valorarlo como alguien que, con su experiencia de vida y sus valores, puede aportar mucho y contribuir a la riqueza de nuestra sociedad. Por eso es fundamental salir al encuentro del otro, para acogerlo, conocerlo y reconocerlo.

En estas cuestiones no solo está en juego los números, sino las personas, con su historia, su cultura, sus sentimientos, sus anhelos. Ellos son hermanos y hermanas nuestros que necesitan de una protección continua, sus derechos fundamentales y su dignidad deben ser protegidos y defendidos. Destruyamos, como nos dice el Papa Francisco, el muro de esa «complicidad cómoda y muda», pongamos nuestra atención, nuestra compasión y dedicación en ellos. Hagamos opciones fundamentales, construyamos la fraternidad universal, ¿es utopía? No, es posible.

Hace unos días recibíamos en la catedral de Madrid, en un acto intenso y repleto de emoción, la Cruz de Lampedusa. Como ustedes saben, está construida con los maderos de una patera naufragada en el mar Mediterráneo. Una de las muchas que trataba de llevar a buen puerto el anhelo de un futuro mejor para sus arriesgados viajeros. Desgraciadamente los condujo, como en numerosas ocasiones, al infortunio y a la muerte. El Papa bendijo esta cruz y nos pidió que la hiciésemos circular por todo el mundo para recordar a los que han perdido la vida en la aventura migratoria y, sobre todo, como llamamiento urgente para evitar la repetición de estas tragedias inasumibles.

Lampedusa es una preciosa isla al sur de Italia. Está bordeada por playas imponentes. Los delfines y las tortugas salvajes surcan sus aguas en un paraje natural de gran belleza. Sin embargo, se ha convertido, muy a pesar suyo, en puerta de entrada y mirador privilegiado de un Mare Nostrum convertido en cementerio para muchos de nuestros hermanos y hermanas. Allí, el Papa Francisco pronunció un impresionante discurso. Se dirigía a quienes formamos parte de esa casa común que debiera ser Europa. Entre otras cosas, nos interpelaba sobrecogido con palabras de la Sagrada Escritura: «"¿Dónde está tu hermano?", la voz de su sangre grita hasta mí». Esta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestros intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad! ¡y sus voces llegan hasta Dios!... Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna... En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. iNos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!».

Los datos son muy elocuentes. La realidad se nos impone estos días en el puerto de Valencia y en Tarifa entre otros lugares. En la actualidad hay más de 740 millones de personas en movimiento en nuestro mundo. Alrededor de 250 millones son migrantes internacionales, de los cuales más de 65 millones se han visto forzados a abandonar su hogar por persecución o conflicto bélico. Asimismo, se estima que en el año 2050 el cambio climático desplazará a más de 250 millones de personas. Estamos viviendo un momento clave de la historia. Yo diría que nos encontramos ante una gran encrucijada. Una encrucijada en la que los flujos migratorios se han convertido en una gran oportunidad y riqueza para nuestra sociedad. Ciertamente, también plantean serios interrogantes a nuestra forma de vida, a las relaciones internacionales, a la gestión de la diversidad dentro de nuestras sociedades y a la manera que tenemos de dar una respuesta clara a las situaciones dramáticas de muchas familias que llaman a nuestras puertas. Sin duda, las migraciones se han convertido en el rostro humano de la globalización.

Con el fin de aprovechar esa gran oportunidad, los líderes mundiales acordaron en una cumbre de la ONU, celebrada en San Francisco en septiembre del año 2016, desarrollar dos Pactos Globales: un pacto sobre los refugiados y otro para una migración segura, ordenada, regular y responsable. Ambos deben aprobarse en una cumbre que se celebrará en Marruecos los días 10 y 11 de diciembre de este año. Para preparar adecuadamente este evento, entre abril de 2017 y noviembre del 2018 se están realizando sesiones temáticas informales, consultas regionales y con diversos organismos internacionales, gobiernos nacionales, autoridades y aliados de la sociedad civil, incluyendo a organizaciones de la Iglesia y expertos universitarios.

La Iglesia católica vive la realidad de los migrantes y los refugiados como «un signo de los tiempos» en el mundo actual. La Biblia se reconoce como una realidad en movimiento, con experiencias migratorias, de exilio, de acogida y de hospitalidad. Los textos bíblicos nos presentan al Pueblo de Dios como un pueblo en continuo peregrinaje y a Abraham, padre de grandes religiones, como un «arameo errante».

El Papa Francisco, desde el comienzo de su pontificado, a través de palabras y de hechos persuasivos, ha animado a la Iglesia a acompañar a todas las personas que se ven obligadas a huir de su hogar. En 2017, estableció la Sección de Migrantes y Refugiados dentro del nuevo Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral, bajo la dirección del cardenal Peter Turkson. Por el momento, el Papa profundamente concernido por el sufrimiento que la movilidad humana causa, ha decidido guiar personalmente esta sección. Por nuestra parte, la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal no cesa de sensibilizarnos. En el año 2015 se constituyó en España la Red Migrantes con Derechos, una respuesta global y coordinada de Iglesia a la realidad de las migraciones y el refugio en nuestro país. En mi diócesis de Madrid, instauré ese mismo año la Mesa por la Hospitalidad como órgano de coordinación y de concienciación eclesial y social.

El Papa Francisco anima a toda la Iglesia a participar en este proceso. Además, abre un diálogo con gobiernos y organizaciones internacionales para proponer algunos puntos de acción. Así, en el Día Mundial de los Migrantes y Refugiados, instaba a toda la Iglesia a conjugar cuatro verbos, a través de los cuales se ha ido desarrollando la propuesta eclesial, tanto en el ámbito pastoral como en el diálogo gubernamental sobre los Pactos Globales. Los cuatro verbos son: acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes y refugiados.

Los procesos iniciados por la ONU para elaborar los dos Pactos Mundiales representan una oportunidad única para articular una respuesta conjunta sobre cooperación internacional y responsabilidad compartida. Los 20 Puntos de Acción para los Pactos Globales intentan abrir ese espacio de diálogo con gobiernos y organizaciones internacionales con la esperanza de ver estas propuestas incluidas en los Pactos. En verdad, se trata de unos pactos que salvan vidas y que nos ayudarán a construir un futuro mejor.

Los 20 puntos, articulados en torno a los cuatro verbos mencionados, abogan por un conjunto de medidas eficaces y acreditadas que constituyen una respuesta integral a los retos que se plantean en la actualidad. Estas propuestas están basadas en las mejores prácticas que la Iglesia desarrolla en su trabajo con migrantes y refugiados. Obviamente no los voy a desarrollar, pero no dejaré de destacar algunos aspectos que reclaman nuestra atención.

1. Acoger: abrir nuevos canales humanitarios seguros v legales para los migrantes v los refugiados

La decisión de migrar debería ser voluntaria. La migración misma debería ser segura, legal y ordenada. En ese sentido, los estados debieran prohibir cualquier forma de expulsión arbitraria y colectiva. Es necesario respetar el principio de no devolución. Los estados deben evitar elaborar listas de países seguros, ya que a menudo tales listas no logran satisfacer las necesidades reales de protección del refugiado. Con respecto a España, y apoyados en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, sería deseable revisar la práctica de las expulsiones sumarias y su cobertura legal.

Igualmente, los Estados miembros de la ONU y otros actores implicados deberían ampliar el número y las formas de vías jurídicas alternativas para una migración y un reasentamiento seguro y voluntario, que garanticen el pleno respeto del principio de no devolución.

Ejemplos concretos de estas vías podrían ser: (a) los visados por razones humanitarias como el que acaba de conceder el Gobierno de la Nación a los acogidos en Valencia, (b) los visados de estudio, (c) adoptar programas de corredores humanitarios para las personas que viven en situaciones particularmente vulnerables, (d) implantar modelos alternativos de patrocinio privado de ciudadanos, comunidades y organizaciones, (e) adoptar políticas de reasentamiento para refugiados y ser responsables con los cupos acordados y comprometidos, (f) proporcionar visados para la reunificación familiar, y (g) habilitar espacios de acogida responsable y digna de los llegados, acelerando la tramitación de los procedimientos de protección internacional.

La Iglesia anima a los estados a adoptar una perspectiva de seguridad nacional que otorgue prioridad a la seguridad de las personas y a los derechos de todos las personas desplazadas que entran en su territorio, asegurándoles el acceso a los servicios básicos, facilitando procesos ágiles de identificación y de admisión a los solicitantes de asilo, y favoreciendo alternativas al internamiento de los extranjeros que intentan entrar en el territorio.

2.  Proteger: garantizar los derechos v la dignidad de los migrantes v de los refugiados

La Iglesia insiste en la necesidad de adoptar un enfoque integral e integrado, que sitúe a la persona humana en el centro, en todas sus dimensiones, con pleno respeto de su dignidad y sus derechos. El enfoque integral sigue siendo, sin lugar a dudas, la mejor manera de identificar y de superar los estereotipos peligrosos, evitando así estigmatizar a un individuo sobre la base de algunos elementos específicos y, en su lugar, tener en cuenta todos los aspectos y las dimensiones fundamentales de la persona entendida en su conjunto. Los migrantes, los solicitantes de asilo y los refugiados deben ser acogidos como seres humanos, respetando plenamente su dignidad y sus derechos, independientemente de su condición migratoria.

Cuando en la Iglesia conjugamos el verbo proteger, la propuesta consiste en: animar a los estados que tienen importantes flujos migratorios de trabajadores a informarles realistamente de lo que suponen los procesos migratorios y custodiar sus derechos laborales en toda circunstancia. En particular, se les debe proteger contra la explotación, el trabajo forzoso y la trata de seres humanos, evitando la confiscación de documentos y pasaportes por parte de empleadores, facilitándoles el acceso a justicia gratuita.

Entre otras buenas prácticas podemos mencionar: (a) conceder a los refugiados y a los solicitantes de asilo la libertad de circulación y permisos de trabajo, (b) desarrollar programas que involucren a la comunidad local en su acogida, y (c) favorecer políticas que permitan la creación de negocios y empresas; el acceso a los teléfonos móviles e Internet, así como a oportunidades de empleo en sus países de origen en el caso de regreso.

Igualmente, se anima a los estados a respetar las obligaciones derivadas de la Convención sobre los Derechos del Niño, sobre todo en el caso de los menores migrantes no acompañados o separados de su familia. Para ello convendrá (a) adoptar alternativas a la detención obligatoria, que nunca es el mejor interés del niño, (b) proporcionar centros de acogida, acogimiento familiar y tutela, (c) asegurar a los menores que alcancen su mayoría de edad continuar su formación y salvaguardar su estatuto de residencia regular.

Los estados deberán adoptar legislaciones que garanticen un acceso equitativo a la instrucción a todos los niveles, así como el acceso a una adecuada protección social, garantizando el derecho a la salud primaria y a sistemas de pensiones que garanticen la transferibilidad de la cobertura a otro país.

3. Promover: favorecer el desarrollo humano integral de los migrantes y de los refugiados

En la actualidad, la duración media del periodo de exilio de quienes han huido de un conflicto armado suele ser de 17 años. También para los trabajadores migrantes, el tiempo transcurrido fuera de casa puede traducirse en muchos años. Los estados de acogida, en lugar de ofrecer una mera respuesta de emergencia y servicios básicos, deberían ofrecer estructuras en las que las personas que se quedan durante un periodo de tiempo prolongado puedan desarrollarse como seres humanos, permitiéndoles contribuir al desarrollo del país que los acoge. Ello incluye formación para la integración, reconocimiento de títulos y acceso a la educación en todos sus niveles. Además, puesto que un principio fundamental de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de 2030 es "no dejar a nadie atrás", la comunidad internacional debería intentar incluir a los refugiados, solicitantes de asilo y a los trabajadores migrantes en sus planes de desarrollo.

La Iglesia desea que los estados promuevan y preserven la integridad y el bienestar de la familia, así como de las personas con necesidades especiales, discapacidad o vulnerabilidad, independientemente de su condición migratoria; así como que se adopten leyes que faciliten la reunificación familiar, el acceso a la educación especial y a programas específicos para colectivos vulnerables.

En último lugar, pero no menos importante, en este punto animamos a los Estados a adoptar políticas y prácticas que garanticen la libertad religiosa, en términos de profesión y de práctica, a todos los migrantes y refugiados.

4. Integrar: enriquecer a las comunidades mediante una mayor participación de los migrantes y los refugiados

La presencia de migrantes y de refugiados es una oportunidad ampliar el horizonte humano en clave de integración e interculturalidad. Esto se aplica tanto a quienes son aceptados, que tienen la responsabilidad de respetar los valores, las tradiciones y las leyes de la comunidad que los acoge, como a la población autóctona, que está llamada a reconocer la contribución positiva que cada migrante puede aportar a toda la comunidad. Ambas partes se enriquecen mutuamente gracias a un proceso continuo de interacción y permeabilidad. Se pretende alcanzar la igualdad fundamental, desde el respeto a la diferencia.

Como se trata de mostrar, estos puntos, articulados en torno a los cuatro verbos (acoger, proteger, promover e integrar), representan una actividad y un llamamiento a la acción. Su objetivo es el de empezar por lo que es factible y avanzar hacia el objetivo final de construir una casa común, inclusiva y sostenible para todos. Abrigamos la sincera esperanza de que los puntos propuestos desde la Santa Sede sean una orientación para los interlocutores políticos y para todos aquellos que desean comprometerse para mejorar la situación de los migrantes y solicitantes de protección internacional.

Los hechos demuestran que la migración se compone cada vez más de flujos mixtos. En muchos casos, es difícil hacer una clara distinción entre migrantes y refugiados. A menudo, sus necesidades son muy similares, por no decir idénticas. Por tanto, es oportuno hacer todo lo posible para que los procesos de redacción y de negociación logren la mayor armonía posible entre los dos Pactos Mundiales. Además, dado que ambos Pactos Mundiales se proponen tener un impacto real en la vida de las personas, deben incluir las metas y los objetivos a alcanzar y también mecanismos de seguimiento para evaluar los resultados.

Concluyo. Queridas autoridades, queridas amigas y amigos: Sí. Definitivamente, hay pactos que salvan vidas, pactos que construyen un futuro mejor para todos. Con ellos y, sobre todo, con sus destinatarios quiere comprometerse la Iglesia. Los desafíos que nos plantea nuestro mundo complejo e interconectado necesita, hoy más que nunca, respuestas creativas, sostenibles y transformadoras. Cuando una persona transmite algo importante en su vida, en gran medida se siente movida por una gran pasión que le anima a comunicárselo a los demás. Nadie se embarca en algo que ni vive, ni le moviliza por dentro. Somos hijos e hijas de una pasión por el ser humano, del anhelo de justicia y del deseo de combatir el sufrimiento evitable. Desde esta pasión, fecundada por la pasión del Señor Jesús, visibilizada en la Cruz de Lampedusa, queremos, con el Papa Francisco, no dejarnos llevar por la «civilización de la indiferencia», no perder «la gracia de llorar por la crueldad que hay en el mundo» y salvar el valor supremo de la hospitalidad, columna basilar de nuestra civilización y exponente de nuestro nivel de coherencia y de dignidad moral. Muchas gracias.

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