Catequesis

Martes, 22 noviembre 2022 14:55

Palabras del cardenal Osoro en la vigilia de oración con jóvenes (4-11-2022)

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Buenas noches a todos. Queremos dar gracias juntos al Señor por este encuentro que tenemos en este primer viernes de mes. Este encuentro en el que nos reúne un Dios vivo, Jesucristo, que está realmente presente aquí, en el misterio de la Eucaristía. Este Jesús que no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos estamos vivos además también. Somos imagen de Dios. Cada ser humano. Cada ser humano tiene la dignidad misma de Dios, porque nos la ha regalado Él.

Por eso, la respuesta de Jesús a la pregunta de los saduceos, que eran hombres de círculos de poder y de dinero, muy materialistas… Estos hombres negaban la resurrección. Van en contra de la fe en una vida más allá de la muerte. Y le presentan el caso de una mujer que se ha casado sucesivamente con siete hermanos y que, por el hecho de haber muerto uno tras otro, le preguntan, o le hacen esta pregunta: «¿De quién de ellos será la mujer si existe la resurrección?». La pregunta intentaba ridiculizar a Jesucristo Nuestro Señor. Intentaba ponerle en cuestión. En ridículo. Los saduceos citan el caso de una mujer que ha sido propiedad de siete maridos. ¿De quién será al final de los tiempos? Y Jesús da una respuesta que yo creo que es una gracia para todos nosotros: «Dios no es un Dios de muertos. Es un Dios de vivos». Para Él, todos están vivos. Jesús afirma la fe en la resurrección. En el triunfo. En el triunfo que ha tenido Él, y que ha alcanzado Él para todos nosotros.

Nuestra vida, cuando nos encontramos con el Señor, es una vida transfigurada. Somos hijos de Dios. Vivimos en la presencia de Dios. Vivimos en el ámbito de Dios. Se trata de acoger una vida nueva, donde las relaciones humanas son relaciones nuevas, no fundamentadas ni en el poder, ni el prestigio, ni en los títulos… No. Las relaciones humanas serán fundamentadas en un verdadero amor: el que ha tenido Dios para nosotros. El que tiene para nosotros. Esta es la gran cuestión que se plantea hoy en el mundo en el que estamos. Ya veis vosotros la realidad de nuestro mundo: dividido, enfrentado, en guerras, en posicionamientos ideológicos… Y Jesús nos dice: «Yo soy un Dios de vivos. Todos estáis vivos. Todos tenéis la imagen de Dios. Todos sois imagen de Dios. ¿Estáis dispuestos a vivir de esta imagen?».

La vida nueva que anuncia Jesucristo solo es posible vivirla no como propiedad nuestra. Nosotros somos de Dios. Somos hombres y mujeres que paseamos por este mundo con esta imagen: con el mismo amor de Dios. Y Jesús se apoyaba en el hecho de la resurrección de los muertos en Moisés. «Dios de Abrahán, Dios de Jacob, Dios de Isaac. No es un Dios de muertos, es un Dios de vivos». Queridos amigos: mirad. Nos reunimos aquí esta noche no en nombre de un muerto que vivió hace 21 siglos. Seríamos ridículos. Yo os estaría engañando. Nos reunimos en nombre de un Dios que vive. De un Dios que ha triunfado de la muerte. De un Dios que desea que los humanos vivamos de la imagen que Él ha puesto en nosotros, y acojamos su amor, y vivamos con esta arma, para transformar este mundo.

El Dios de Abrahán. El Dios de Isaac. El Dios de Jacob. El Dios que nos revela Jesucristo es un Dios de vivos. Todos están vivos para Él. Si después de esta vida no hubiera nada, estaríamos defraudados. La vida humana sería como describían los filósofos. «Ser hombre es una pasión inútil», diría Sartre. O diría Heidegger: «El hombre es un ser para la muerte». ¿Es eso lo que somos? Jesucristo ha venido a este mundo para decirnos que es una pasión ser persona. Y es una pasión rehabilitar en mi vida la imagen misma de Jesucristo. Pasear por este mundo, no con armas para matar, sino con el mismo amor de Dios, para hacer vivir a todos los que estén a mi lado. Tener la seguridad de que nuestra vida es para vivir. Y para vivir eternamente.

Nuestra civilización, nuestra cultura, tiene muchos conocimientos. Y tiene mucho poder. Pero, si os dais cuenta, nuestra cultura no ofrece para los hombres algo que es fundamental: no ofrece el agua que tiene el ser humano de infinito, de verdad. Nuestra cultura, cuando se cierra a una experiencia de Dios, hace que la vida del ser humano es inútil. Por eso, el mensaje de Jesús es un mensaje de alegría. Es un mensaje de esperanza. Es un mensaje renovador. Es un mensaje en el que nos dice el Señor: que vuestra vida no termina. Nunca tiene fin vuestra vida. Porque no puede tener fin el amor de Dios. El amor de Dios persiste. Sigue. Es eterno. Transforma.

Por eso, es verdad que nuestra condición biológica acaba, pero la VIDA no se extingue en nosotros. Solo la experiencia de un Dios verdadero, de un Dios-Amor, de un Dios que nos invita a permanecer en este mundo, transformando este mundo con su fuerza, es la que nos hace hacernos esta pregunta: ¿Por qué tenemos que morir, si el anhelo más profundo del corazón humano es vivir?

Qué bonita es aquella expresión que decía Gabriel Marcel, el filósofo francés: Decir «te quiero» es decir «tú no puedes morir nunca». Y esto es lo que ha dicho Jesús. Es lo que nos dice Jesús: os quiero, y no morís nunca. Y si tenéis mi vida, y sabéis regalarla, y sabéis introducirla en vuestro corazón y en la vida de los que os rodean, haréis un mundo totalmente distinto.

Cristo vence el mal. Vence la muerte. Tiene vida. Y engendra vida en aquel que lo acoge en su corazón. La última palabra de la historia no la tiene la muerte, queridos amigos: la tiene la vida, que es Cristo mismo. La última palabra la tiene Jesucristo.

Nosotros creemos que la VIDA vence. Cristo resucitado nos ha abierto un horizonte de esperanza y de sentido para toda la humanidad. Y, en estos momentos de la vida de la humanidad, es necesario. Y, por eso, es una maravilla contar con vosotros, los jóvenes. Es necesario anunciar esto. Es necesario decir en este mundo que la última palabra sobre nuestra historia no la tiene la muerte: la tiene la VIDA. Nuestro futuro está en buenas manos.

¿Estamos dispuestos a ponernos en sus manos? ¿Estamos dispuestos a ponernos en manos del Dios de la vida? ¿Estamos dispuestos a acoger la vida, que es Cristo mismo en mi vida, y pasear por este mundo regalando esta vida? Porque creemos que la última palabra no la tiene la muerte: la tiene la vida.

El Dios que nos revela Jesús nos llama a la vida plena. A la alegría sin fin. Queridos jóvenes: esta noche, cuando estemos en silencio junto al Señor, podemos decirle a Jesús: «Señor Jesús, junto a ti renace la esperanza. Yo creo que tú engendras en mí una vida nueva. Una vida que hace vivir a quien tengo a mi lado. Porque le regalo tu mismo amor. Le regalo tu vida, que en definitiva es tu amor. Nadie se sentirá defraudado. Tú eres el Dios de la vida. Creo en Ti, Señor. Y creo en Ti porque eso me hace vivir y dar vida a quien tenga vida.

Queridos amigos: yo sé que esto hay que pensarlo. Yo sé que esto… a veces podemos decir: bueno, qué va a decir el arzobispo. Pero el arzobispo no os miente. El arzobispo os habla en nombre de Jesucristo. Os dice que quien tiene la VIDA es quien la puede dar a los demás. Y la puede formular no estropeando la vida de los demás, sino rehabilitando siempre a los demás. Y, en ese sentido, os digo que quien tiene la vida es Jesucristo Nuestro Señor.

Acogedla. Probadlo. Probad un tiempo a vivir con la VIDA de Nuestro Señor. A ver qué sucede en vuestro corazón y en vuestra existencia. Dios no ata. Si probáis su vida, veréis qué acciones tenéis, cómo vivís, cómo os comportáis, qué relación tenéis con los demás, qué significan para vosotros los demás, qué cosas tenemos que proponer en este mundo para cambiarlo radicalmente, para que no sea un mundo para matar, sino un mundo para vivir y para sentirnos hermanos.

Señor, tú eres el Señor de la VIDA. Vamos a acogerle en nuestro corazón.

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