Catequesis

Jueves, 09 julio 2020 08:41

Vigilia de oración con jóvenes (3-07-2020)

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Como os decía al comenzar este encuentro, esta oración, hemos vivido momentos duros. Los sigue viviendo esta humanidad, porque la pandemia persiste e insiste. Hay muchos lugares de la tierra donde, por no tener medios también -los medios que tenemos entre nosotros-, están sufriéndolo aún mucho más. Por eso, yo creo que es providencial... El texto que siempre proclamamos en la oración que hacemos aquí, desde que llegué como obispo de Madrid, es el del domingo siguiente, el del domingo próximo. Y parece que el Señor estaba pensando en nosotros para decirnos la palabra oportuna, la que necesitábamos en estos momentos: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré».

Aceptando esta palabra en nuestro corazón, y en la presencia real de nuestro Señor Jesucristo, yo quisiera acercaros una meditación en voz alta que he estado rezando, no solamente... ayer empecé, para ver qué os podía decir, qué os podía transmitir, haciendo mía la Palabra del Señor y volcando esa Palabra en vuestro corazón. Pienso que lo que nos ha dicho el Señor en el Evangelio, en definitiva, es esto. Nos dice el Señor: «Yo te ofrezco una manera de vivir y de dar la vida. Esto es lo que te ofrezco». Y lo hace como en tres partes en este Evangelio que hemos proclamado.

En primer lugar, nos dice: «Cuento con todos vosotros. En mi vida y en mi misión, nadie tiene un privilegio especial. Quiero que participen todos los hombres». Fijaos la expresión que nos dice el Evangelio: «has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla». Sí. El Señor nos ayuda a nosotros a entender esto. Mirad. No podemos pensar que Jesús bendice a Dios porque los entendidos no entiendan. Sería mezquino para nosotros pensar que Jesús se alegra porque Dios no se revela a alguien. Dios no puede tener privilegios, con nadie. Lo que Jesús quiere decir cuando nos dice estas palabras, «he escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las he revelado a la gente sencilla», es que el Dios que Él muestra no puede ser aceptado más que por gente sencilla y sin prejuicios.

El fondo de la realidad última no es nada sino el Amor con mayúsculas. Hoy es un día para dar gracias, esta noche, por el don de la vida. Nadie se da la vida a sí mismo. La vida es un gran regalo, que no lo valoraremos suficientemente nosotros. Nos parece que es muy normal existir. Pero nuestra vida es un acontecimiento que podía no haber sucedido. Pero ha sucedido. Esta noche estamos aquí. Y estamos escuchando a Dios que nos dice la sabiduría y el entendimiento que quiere que tengamos. Los engreídos, los autosuficientes, los «sabios, tienen capacidad para crearse su propio dios. Un dios que perecerá con ellos mismos. Pero los sencillos son los que entienden perfectamente que Dios ha sido capaz de hacerse hombre, de pasear entre nosotros, de quedarse entre nosotros, cosa que... estamos terminando el día hoy, en que celebramos la fiesta de santo Tomás apóstol, y a Tomás le costó entender esto: «si no meto la mano en el costado, si no meto los dedos en las llagas, no creo». Y eso que le habían dicho los discípulos, los otros compañeros: «¡hemos visto al Señor!». Y, sin embargo, Tomás, receloso. Tiene que venir Jesús otra vez; aparecerse a todos, abriendo puertas. Abriendo puertas. Todos tenemos alguna puerta cerrada, queridos amigos. La experiencia de las puertas cerradas es terrible. No solamente cuando el mundo tiene dificultades, sino incluso cuando el mundo es acogedor. Y Cristo abre puertas. Nos abre puertas. Nos abre a todos. Sin excepción. Pero es verdad: los engreídos, los autosuficientes, los «sabios», se crean su dios, que perece con ellos.

Pero el Dios que nos revela Jesucristo necesita de gente sencilla, que se sitúe ante Él y entienda lo que nos dice el Señor en segundo lugar: que tomemos conciencia de que todo nos ha sido dado. Todo nos ha sido dado. Todo. Lo que somos, la vida. Todo. Y, mirad, hay dos expresiones en el Evangelio que son extraordinarias. Jesús dice: «Todo me lo ha dado mi Padre». Jesús tiene conciencia de que todo lo ha recibido del Padre. Él, como Hijo, lo ha recibido del Padre. Nosotros podemos decir lo mismo. Podemos reconocer esta noche que todo nos ha sido dado. Todo. Es su amor el que se nos está dando en cada momento. El fondo de la realidad última no es nada sin el amor. Por eso, es un día para dar gracias. Necesitamos recuperar la actitud de alabanza y de acción de gracias que hemos perdido. Siempre podemos dar gracias. Siempre. En todas las situaciones. «Todo me lo ha entregado mi Padre». Y sigue diciendo el Señor: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo». El verbo conocer aquí, en este caso, significa amar. Amar. Es decir, el Padre ama al Hijo. Jesús se siente amado. Como nosotros esta noche. Sentimos el amor de Dios en nuestra vida. El amor de Jesús, que está en medio de nosotros. Podemos decir: te salva quien te ama. ¿Os habéis dado cuenta de esto? Te salva quien te ama. Incluso en nuestra vida diaria. Te salva, no el que te da cosas, sino el que te ama. El que te quiere de verdad.

Jesús se siente amado por el Padre. Y Él conoce al Padre. Conoce al Padre. Es preciosa esta expresión del Señor: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». El único que puede revelarlo a través de sus gestos y palabras es Jesús. ¿No os habéis dado cuenta que en todo el Evangelio, todos los encuentros, todas las situaciones, todos los gestos de Jesús, son para revelarnos el amor de Dios? Empezando por su nacimiento. Es un Dios que ama. Que no se desentiende del hombre. Que no se desentiende de sus situaciones. Que no empieza por arriba, sino por abajo: en la sencillez, en la humildad. Estas cosas, ¿veis?, son las que nos salvan.

Y, por otra parte, el Señor no solamente nos hace tomar conciencia de que nos ama entrañablemente, de que Dios nos ama, y que el amor es lo que cuenta. Que salva el amor, que no nos salvan otras cosas. Y que salva el amor verdadero, que es el amor de Dios, que es incondicional para los hombres. Dios no te viene a visitar a ti y te dice: «a ti no te quiero porque has hecho esto». ¡No! Te ama, y si tú te das cuenta de ese amor de Dios, dices: «yo no puedo seguir haciendo lo que estoy haciendo. Yo no puedo maltratar al que tengo a mi lado. Yo no puedo servirme del otro». No.

Y, por último, no solamente el Señor nos ha dicho: «cuento con todos vosotros. No hay privilegios,. En el Reino de los cielos no hay privilegios,. Cuento con todos los hombres. Cn todos». Por eso el Señor nos dice: «Id al mundo entero y anunciad el Evangelio». Y, por otra parte, el Señor nos dice: «Tomad conciencia de que todo nos ha si dado, y hacedlo viendo el amor que Dios os tiene». Y, por último, son preciosas estas palabras que hemos escuchado: «Venid a mí. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré». Qué palabras más preciosas. Qué bien poder escuchar esta noche estas palabras. Tres invitaciones en estas palabras: «venid a mí», «cargad con mi yugo» y «aprended de mí». Jesús se dirige a todos los cansados. A todos los agobiados. A todos los que andan sin sentido. A todos aquellos que ya no pueden más. A los que dejamos al margen. A los que están abatidos por el sufrimiento de la vida. En estos momentos, en todas las partes de la tierra, hay sufrimiento, hay dolor. Jesús se dirige a todos.

Ahí, entre esos cansados y agobiados, también estamos nosotros, ¿eh? Hay situaciones en las que los cansancios y agobios pueden con nosotros. Y, por eso, fijaos, nos podemos sentir cansados. Podemos sentir que la vida nos pesa. Limitaciones personales, enfermedad, frustraciones, desencantos vividos, situaciones de injusticia en nuestro mundo, dificultades incluso dentro de la propia Iglesia... Dificultades. Todas estas cosas nos hieren. Y nos pueden llevar a una sensación de cansancio, de pesimismo y de desesperanza. Y, cuando estamos así, viene Jesús y nos dice: «Venid a mí». «Venid a mí. Todos. Todos». Nadie está excluido de su amor. No hay privilegios. Si este amor no excluye a nadie. Es un amor que libera a todos. Este amor ilumina la oscuridad de nuestra vida. Y llena vacíos de nuestro corazón. ¿Dónde encontrar descanso? Lo habéis escuchado: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados». Lugar de descanso y sosiego es su presencia real entre nosotros. ¿Veis? «Te ofrezco una manera de vivir y de dar vida», nos dice Jesús. Mirad. Nadie tiene privilegios. «Todo me ha sido dado. Y yo os lo doy a vosotros. Mi amor os lo doy a vosotros. Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os alivio».

Creo que es un regalo precioso el que el Señor, en el mes de julio, en este primer viernes, nos da, os da a vosotros y nos da a todos los que estamos aquí, para vivir. Cuenta con nosotros. No hay privilegios. Y, en el cansancio, es bueno acercarse a quien lo quita. Pensemos un momento ante el Señor, y le digamos también nosotros: «Aquí estoy, Señor. Con mis cansancios, con mis preocupaciones... Quiero ponerte aquí a todos los hombres de este mundo que están sufriendo en tantas situaciones, aquí mismo en España... Gente que se está quedando sin trabajo, gente que se está quedando sin casa porque no puede pagar...  al quedarse sin sueldo no puede pagar la renta que estaba pagando; gente que vive en situaciones límites, que naturalmente siente el agobio, de él y de los que sostiene él». Al lado de Jesús ponemos a todos también. Porque Él nos quitará el agobio. Hará posible que haya corazones tan grandes, tan grandes, que cuando venga alguien que está sufriendo, le acojan en su vida y en su corazón.

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