Catequesis

Miércoles, 29 diciembre 2021 14:55

Vigilia de oración con jóvenes (3-12-2021)

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Yo quisiera que escuchásemos esta página del Evangelio como si el Señor, realmente aquí presente en el misterio de la Eucaristía, nos estuviese hablando a cada uno de nosotros. Esta página del Evangelio de Lucas, el capítulo 3, es la que se va a proclamar en este próximo domingo, segundo de Adviento.

Cuando estaba pensando lo que os diría, hay tres palabras que resumen esta página del Evangelio: camino, oferta y preparación.

Preparad el camino del Señor. En Juan Bautista resuenan esas palabras del profeta Isaías: «Preparad el camino al Señor». De eso se trata: de preparar el camino para que el Señor llegue a nuestra vida. Y quizá hoy me atrevo a preguntaros: ¿Cómo preparar un camino al Señor en mi vida personal? ¿Cómo? ¿Cómo hacer espacio a Dios en medio de las prisas, en medio de la agitación, en medio del activismo en el que a veces vivimos, que nos impide en muchas ocasiones escuchar lo que el Señor nos dice? Preparad el camino al Señor. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo hacerlo en este momento de mi vida? ¿Cómo hacer espacio a Dios, el Señor?

En segundo lugar, el Señor nos hace una oferta. No solamente nos manifiesta que preparemos el camino, sino que nos hace una oferta: Dios nos ofrece su vida en nuestra historia personal.

Si os habéis dado cuenta, son impresionantes las palabras del Evangelio: «En el año décimo quinto del imperio del emperador Tiberio, vino la palabra de Dios sobre Juan en el desierto». Sitúa esta página del Evangelio en el marco de la historia del mundo pagano y de Israel: «en el año décimo quinto del imperio del emperador Tiberio». La salvación, queridos amigos, acontece en la historia. En la historia concreta. Bien concreta. Nos la presenta el Evangelio: «en el año décimo quinto del imperio del emperador Tiberio». Ante unos hombres y mujeres; unos creyentes, como el pueblo de Israel, y otros paganos. Sí: la salvación viene a nosotros. La vida plena que Dios nos ofrece acontece en un tiempo determinado. Y acontece hoy también para nosotros. Dios nos ofrece su vida en nuestra historia personal. Es verdad. Allí donde cada uno nos encontremos, tal y como nos encontremos, Dios viene a nosotros en la realidad concreta de nuestra vida.

Habéis escuchado que el Evangelio dice: «Vino la palabra de Dios sobre Juan en el desierto». ¿Dónde nos la ofrece a nosotros? Lo mismo que a Juan: en el desierto. Desierto significa lugar de silencio, de distancia crítica de las corrientes de moda que pueden existir en nuestro mundo, de todo aquello que nos separa de lo esencial. Ahí, en el desierto, Dios nos ofrece su vida. En el desierto, Juan nos enseña a escuchar a Dios.

¿Quién escucha a Dios en el desierto de su corazón? ¿Qué es lo que nos ayuda a ir a lo esencial de nuestra vida? Sí: vino la palabra de Dios. En el desierto.

¿Os habéis puesto alguna vez un tiempo a estar en silencio? ¿A estar mirándonos para nosotros? ¿Dentro de nosotros? ¿Lo que hay dentro de nosotros? ¿Os habéis puesto a escuchar esa voz que siempre, en el silencio, suena en nuestra vida? «Hay que preparar el camino» ¿Cómo? Dando espacio a Dios.

El Señor nos hace una oferta: «Mi espacio está en vuestro silencio. Escucharlo. Que os hablo. Que vosotros, además, en el silencio me preguntáis. En el silencio me habláis».

Camino. Oferta. Y, en tercer lugar, preparación. ¿Cómo preparar el camino? ¿Cómo hacerlo? Para hacerlo, el Bautista, como hemos escuchado en el Evangelio, echa mano del texto de Isaías. Y utiliza cinco verbos para decirnos cómo preparar el camino. Él nos habla de que hay que crear relaciones auténticas, pasar de la injusticia a la justicia, de la desconfianza a la confianza, de la tristeza a la alegría, de ser a veces inhumanos a ser humanos y felices.

¿Cómo preparar el camino? Creando relaciones auténticas. Y el Evangelio nos habla de cinco, con cinco verbos de cinco tareas: allanar los senderos, es decir, ser fieles; ser fieles, sin baches; salir de mi vacío; salir del sinsentido de la vida; encontrar el sentido en quien nos lo da y en quien nos lo ofrece. Allanar los senderos. El segundo verbo es rellenar los valles, quitar los desalientos, eliminar los barrancos, ver el horizonte.

Otro verbo: rebajar montes y colinas; eliminar mis ambiciones; la autosuficiencia de querer valerme por mí mismo, y de querer responder a las preguntas más fundamentales de la vida desde mí; que no puedo hacerlo, además; quitar la arrogancia, la autosuficiencia. Allanar. Rellenar. Rebajar. Y enderezar. Enderezar lo torcido. ¿Qué caminos torcidos hay en mi vida? ¿Salgo de mis ambigüedades? ¿Sé tomar un camino recto? ¿Qué caminos torcidos hay? Igualar lo escabroso. Otro verbo: nivelar los escándalos que existen en este mundo; el no sentirnos hermanos, el descubrir las grandes desigualdades que existen.

El Señor me invita a allanar, a rellenar, a rebajar, a enderezar y a igualar. Porque es ahí donde todos van a ver la salvación de Dios.

Son preciosas las palabras del Evangelio cuando habla de Jerusalén. Dice: «Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y vístete de galas perpetuas, de la gloria que Dios te da». En vez de Jerusalén, podríamos decir nosotros: Iglesia, de la que soy parte, despójate de tu vestido de luto, de la aflicción, y vístete de gala; vístete de esa gala que es la que te hace vivir en la verdad.

Este mensaje está dirigido a Jerusalén para alimentar la esperanza. Pero está dirigido también a cada uno de nosotros, de la Iglesia. ¿Qué significa el vestido de luto? Significan las tristezas, las desesperanzas, las desilusiones, los lamentos que me impiden vivir con la esperanza y con la alegría que me da Jesucristo. ¿Qué vestido de luto siento que tengo que dejar? ¿Qué vestido de fiesta me pide Dios poner en mi vida? Esta es nuestra confianza. Vístete de la gloria de Dios. Esta es nuestra confianza.

Esto que cantábamos antes, «El Señor ha estado grande con nosotros. Estamos alegres». Estamos alegres hoy porque el Señor nos invita a entrar en el camino; a dejarle espacio a Él; nos hace una oferta; y nos hace la oferta de entrar en el desierto, en el silencio, para escucharlo; y nos invita a prepararnos para encontrarnos con Él.

Allanar. Rellenar. Rebajar. Enderezar. Igualar. Es decir: fidelidad, salir de vacíos, de desalientos, de barrancos, de ambiciones, de autosuficiencia, de arrogancia…

Queridos amigos: el Señor nos está preparando para recibirlo en la Navidad. Esta memoria que hacemos de la Navidad, para nosotros es esencial. El Señor nos invita a entrar en el camino. Pero nos invita a entrar en el camino con un cartel que no diga: «Prohibido el paso». Necesitamos entrar en ese camino con todas las consecuencias. Es el camino que Jesús nos ofrece. Y, naturalmente, para entrar en ese camino, el Señor nos dice: podéis girar también; si os dais cuenta de quién soy yo, de lo que os ofrezco, de lo que os entrego, girad. Girad y haced mi camino. Que lo es de verdad; de vida; y os lleva a vivir en la alegría de ese amor de Dios que Él nos regala para que regalemos a todos los hombres. Esto es: preparad el camino para recibir a Jesucristo.

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