Homilías

Miércoles, 19 abril 2023 10:04

Homilía del cardenal Osoro en el Domingo de Resurrección (9-04-2023)

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Queridos hermanos obispos, don José y don Jesús. Deán de la catedral. Vicarios episcopales. Rector de nuestro seminario metropolitano. Queridos hermanos sacerdotes. Excelentísimos señores concejales del Ayuntamiento de Madrid: gracias por vuestra presencia. Queridos hermanos y hermanas.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Al amanecer, queridos hermanos. Al amanecer indica el momento en que hay luz. Pero este dato es difícil de conciliar con ese otro que nos dice el Evangelio: «aún estaba oscuro». Quiere decir que María va al sepulcro poseída por una falsa concepción de la muerte, que con la muerte todo termina, y no se da cuenta precisamente de que el día ha comenzado. ¿Somos nosotros conscientes, queridos hermanos, de que el día ha comenzado? ¿Somos conscientes, o todavía está oscuro para nosotros?

María ha ido al sepulcro a visitarlo. Sencillamente. Sin más. Busca a Aquel que es la vida, pero es un cadáver. Qué equivocación. Al llegar, vio la losa quitada del sepulcro, y el sepulcro vacío. Este sepulcro vacío es el triunfo de la vida sobre la muerte, queridos hermanos. Cristo ha resucitado y vive para siempre. Esto es lo que nos reúne a nosotros aquí, esta mañana, que no nos reunimos en todas las partes de la tierra donde hay discípulos de Cristo en nombre de un muerto que vivió hace 21 siglos. Nos reunimos en nombre de alguien que vive y que nos da vida. El sepulcro vacío es el triunfo de la vida sobre la muerte. Cristo ha resucitado y vive para siempre.

María Magdalena no capta bien la realidad, y su reacción es de alarma. Va a visitar a los discípulos. Avisa a Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y le dice: «Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Y salieron Simón y el otro discípulo camino del sepulcro. Corrían juntos. Nos dice el Evangelio que el otro discípulo corría más que Pedro. Se adelantó y llegó al sepulcro. Era aquel discípulo que tanto amaba Jesús, que es capaz de correr más; es el que avanza más rápido en su vida. Esta experiencia fundamental de sentirse tremendamente amado por el Señor es lo que le hace avanzar. Pedro, sin embargo, aún no había hecho la experiencia del amor en su propia vida. Había negado a Jesús tres veces. Por eso, quizá, va más lento. Pero Juan ha hecho esa experiencia de amor, y tiene la deferencia también de esperar a Pedro, e incluso de dejar a Pedro que se adelante al sepulcro. Es como si Juan le dijese a Pedro: «pasa tú primero». Podemos ver en este gesto de dejar pasar a Pedro primero el gesto de la reconciliación con Pedro. El amor es capaz de tener gestos de reconciliación. Y esta reconciliación se manifiesta esperando a Pedro y cediéndole el paso para que entre primero al sepulcro. Se manifiesta reconociendo al otro en el respeto y en la delicadeza.

Después, se dice que entró al sepulcro, y que vio y creyó. De Pedro no se dice más que entró. Pero del otro discípulos se dice: «vio y creyó». Este discípulo es el modelo de todo discípulo de Jesús. Ha de ser el modelo de todos nosotros, queridos hermanos, que queremos ser discípulos. Es el discípulo que ha acogido el amor, que ha hecho la experiencia del amor, de sentirse amado primero. Por eso ve y cree. El verbo «ver» indica que tiene la experiencia de la vida. Y «cree» significa que se adhiere a Jesucristo, al Resucitado.

Sí, queridos hermanos. Estamos reunidos, en este domingo, no en nombre de un muerto que vivió hace 21 siglos. Estamos reunidos porque creemos en la Resurrección de Cristo. Y si Cristo ha resucitado, Cristo vive, y no muere jamás. Aquel cuerpo roto y ensangrentado; aquel que fue despreciado y desechado por los hombres, y colgado en la cruz, ha resucitado y su cuerpo resplandece. Cristo vive, y está aquí, entre nosotros, queridos hermanos. Cristo vive para siempre. Nunca lo olvidéis. Aún en los momentos quizá de más oscuridad en vuestra vida. Cristo vive. Ha resucitado. Y nos invita a que participemos de su Resurrección. Nos invita a que vivamos como resucitados. A que resucitemos cada día. A que vivamos. A que hagamos el paso de la muerte a la vida.

Queridos hermanos: ¿estamos dispuestos, en este día, a dar este paso de la muerte a la vida? ¿Qué significa la Resurrección? La Resurrección de Cristo es un Sí a la vida de todo ser humano. Un Sí a nuestra vida. Nuestras aspiraciones más profundas pueden llegar a realizarse. Tenemos derecho a esperar un mundo nuevo. Un mundo de amor. Un mundo de paz. Un mundo donde brille la justicia. Un mundo de fraternidad. Y los discípulos de Cristo estamos llamados a presentar, a realizar, a vivir en este mundo entregando esta fraternidad, este amor y esta paz de Jesucristo Nuestro Señor. La vida nueva que brota del sepulcro vacío es el amor. Vivir la Resurrección es amar hasta el final. Pero, el que no ama, sigue en el sepulcro. Y, el que no ama, no puede celebrar la Pascua. No. Sabemos precisamente, como nos dice el apóstol san Juan en la primera carta, que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Y esto es lo que el Señor nos pide que hagamos en esta tierra y en este mundo.

Por eso, queridos hermanos, celebramos la Resurrección del Señor. Una Resurrección que nos compromete a luchar contra todo lo que conduce a la muerte; contra toda violencia; contra toda injusticia; contra los que siguen crucificando la vida de los demás y sembrando la corrupción. Nos compromete a todos nosotros a defender la vida humana. Incluso la vida de la naturaleza. El ser humano, que participa de la Resurrección, está llamado a ser el mejor ecologista, porque no solamente defiende la hierba o el árbol, al ser humano mismo, y quiere que el ser humano esté a gusto en esta tierra que ha hecho Dios para nosotros.

Al combatir las causas de la pobreza, al combatir las estructuras opresoras e insolidarias, al combatir el egoísmo que anida en nuestro corazón, estamos celebrando la Resurrección del Señor, queridos hermanos. Estamos llamados a defender la libertad verdadera contra toda situación esclavizante. La Resurrección del Señor, la Pascua, siempre es fiesta de liberación. Para ser libres nos libertó Jesucristo Nuestro Señor. Por un instante, dejad que entre Jesús en vuestra vida. Aunque sea un momento. Este Jesús nos ama. Este Jesús nos invita a que en nuestra vida solo regalemos el amor que Él nos tiene. Que demos su amor. Este Jesús nos invita a la libertad. A vivir en la verdad. A vivir en la justicia. A ser constructores de la paz. Para ser libres nos libertó Jesucristo Nuestro Señor. Este Jesús que ha resucitado, que como os decía al principio no estamos aquí reunidos en nombre de un muerto que vivió hace 20 siglos, por muy famoso que fuese... Es Dios que se ha hecho hombre, que ha resucitado y que nos ha llevado a nosotros a vivir también en su Resurrección. Para ser libres nos libertó Cristo.

Queridos hermanos: necesitamos trabajar por la paz, que es también un don de Pascua. Si vivimos de verdad la Pascua, necesitamos irradiar la paz y construir la paz donde se siente amenazada. A partir de ahora, nadie estará solo. Nadie estará perdido. La Resurrección del Señor, la Pascua, es siempre fiesta de liberación. Y daos cuenta de algo que es importante: para ser libres nos libertó Cristo. Para eso nos ha dado su vida. Tenemos la vida del Señor. Hagamos posible que sea esta vida la que aflore en nuestra existencia, la que comuniquemos a los demás. Necesitamos trabajar por la paz, que es también un don de Pascua. Si vivimos de verdad la Pascua, irradiaremos paz y construiremos paz donde se siente amenazada. En todos los lugares: en la familia, entre los amigos, en la sociedad, en las responsabilidades que tenemos, en el trabajo en el que estamos... Necesitamos trabajar por la paz. Irradiar la paz. Construir la paz.

A partir de ahora, queridos hermanos, para un discípulo de Cristo nadie puede estar solo. Nadie puede estar perdido en esta tierra. Vamos a buscarlos. Como dice la antífona que acabamos de hacer hace un instante: «He resucitado, y aún estoy contigo». Y esto el Señor nos lo dice hoy a cada uno de nosotros: estoy contigo. Estoy a tu favor. Déjame entrar en tu vida. Que el sol de Cristo Resucitado sea el que esté en nuestra vida. Que el fuego de Cristo no se apague nunca en nosotros, queridos hermanos. Que nos alentemos unos a otros a vivir este fuego de Jesucristo que transforma la realidad, que comunica el amor, que comunica vida, que comunica transformación siempre.

En este mundo, desde el inicio del cristianismo, los discípulos de Jesús se distinguían precisamente porque comunicaban vida. Siempre. Comunicaban el amor del Señor. Que el sol de Cristo no lo quitemos de nuestra vida. Que el fuego de Cristo no se apague en nosotros. Esta mañana, todos nosotros, aquí, en Madrid, en esta catedral, en toda nuestra archidiócesis de Madrid, queremos decirle al Señor: «Cristo Resucitado, que el viento de la noche no apague el fuego vivo que nos ha dejado tu paso en la mañana, y que nos ha dejado tu paso en nuestra vida al regalarnos tu propia vida por el Bautismo».

Queridos hermanos: ¡Feliz Pascua de Resurrección! Y vamos a entregar donde estemos, en la familia, en el trabajo, con los amigos, en las responsabilidades diversas que tengamos... entreguemos el anuncio de la Resurrección, no con palabras, sino con el testimonio y la cercanía de nuestra existencia, porque tiene el fuego vivo que pasó por nuestra vida, que es Jesucristo Nuestro Señor. Amén. ¡Feliz Pascua a todos!.

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