Homilías

Martes, 18 abril 2023 15:10

Homilía del cardenal Osoro en la celebración de la Pasión y Muerte del Señor (7-04-2023)

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Queridos hermanos obispos, don Juan Antonio, don José y don Jesús. Queridos vicarios episcopales. Cabildo catedral. Rector de nuestro Seminario Conciliar. Queridos diáconos. Queridos hermanos y hermanas, los que estáis en este templo, en la catedral de Madrid, celebrando este Viernes Santo, y quienes a través de TVE estáis siguiendo esta celebración.

«Inclinando la cabeza entregó el espíritu». Así muere Jesús en la cruz. Y ahí descubrimos el gran amor de Dios al mundo, que se hace solidario del sufrimiento de todos los seres humanos. Jesús muere hoy en la cruz.

Dirijamos nuestra mirada, queridos hermanos, ante el rostro ensangrentado de Jesús crucificado. Esta tarde, ese gran amor de Dios al mundo lo celebramos en el hecho histórico, sangriento y trascendente de la Pasión y Muerte de Jesús. Fue un viernes antes de la jornada de la Pascua de los judíos, concretamente el día 14 del mes de Nisán.

Acabamos de escuchar una expresión de Jesús que tiene una fuerza extraordinaria: «Tengo sed». La sed de Jesús es uno de los mayores tormentos de la cruz. Es una sed asfixiante, a causa de la deshidratación por la sangre perdida. La sed de Jesús es física. Es la sed del moribundo que quizás ya ni puede tragar. Pero, sobre todo, la sed de Jesús no es solo sed de agua, sino sed de justicia; sed de paz; sed de libertad, y sed de amor. Sí. Jesús tiene sed de vida para este mundo. Tiene sed de vida para esta tierra, en la que en muchos lugares hay crisis; en otros quizás olvidamos las raíces cristianas que tenemos, que nos han dado gloria y fuerza, libertad, autenticidad en el modo de vivir y de ser. Jesús tiene sed de todo ser humano. Tiene sed de cada uno de vosotros, queridos hermanos: los que estáis aquí, en la catedral, y los que me estáis escuchando, a través de televisión. Tiene sed de todo ser humano.

Pero yo querría haceros una pregunta a todos: nosotros, ¿tenemos sed de Él? Nosotros, ¿dónde apagamos nuestra sed?. Queridos hermanos: no apagamos nuestra sed en cisternas agrietadas que no contienen agua, como dice el profeta Jeremías. No. La sed nos la quita Jesucristo Nuestro Señor.

Y termina el relato de la Pasión diciendo: «E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu». Esta frase y esta expresión, «inclinando la cabeza», indica que Jesús se duerme. Es una muerte que no interrumpe la VIDA. Jesús no muere por morir, sino por mostrar su amor hasta el final. Nadie nos ha amado como Él lo ha hecho. Porque, como Él nos dice, nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Jesús es el que ha entregado su vida y su amor a nosotros. Y nos lo entrega para que vivamos. Nos lo entrega para que el mundo viva. Y, retirando ese amor, ni nosotros ni el mundo vive.

Hoy recordamos que la Pasión de Jesús se está proclamando en todos los crucificados de la historia. En todos. Esa pasión. Jesús está siendo crucificado en los millones de hombres y mujeres, de niños y jóvenes que sufren y mueren en la tierra. Jesús continúa crucificado en los que padecen el hambre, la desigualdad o la injusticia. También Jesús es crucificado en las víctimas de los sangrientos conflictos armados que tenemos en nuestro mundo. En los refugiados que se ven obligados a salir de sus países, como estamos viendo cerca de nosotros, en Europa. Y tantas otras guerras en nuestro mundo, que causan profundos sufrimientos a poblaciones enteras. Recordamos la Pasión de Jesús, que se prolonga en estos crucificados de la tierra.

El evangelio de san Juan nos dice: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena». Creo que este dato puede ser histórico y simbólico, ya que no permitían que la gente se acercase a los crucificados. Pero aquí, están presentes. De todas maneras, lo que significa es que mientras los hombres le abandonan, hay unas mujeres y un discípulo que siguen a Jesús hasta la cruz. Ellas, y el discípulo a quien tanto quería el Señor, son el principio de la iglesia cristiana que permanece fiel a la cruz. Nosotros hemos sido y somos seguidores. María la madre de Jesús permanece en pie. Acompaña a todos.

Queridos hermanos y hermanas: al pie de la cruz, en este Viernes Santo, pongámonos en manos de Dios. Sí. Pongamos nuestras preocupaciones, nuestras tristezas, nuestros problemas, quizá todo lo que tiene un peso y una densidad especial en nuestra vida. Encomendémonos a su misericordia. Encomendemos a su misericordia a todos los que viven alejados e indiferentes.

¿Por qué no crees, si Dios ha dado la vida por ti? Si Dios te ama. Si lo único que ha hecho es mostrarte su amor. ¿Qué es lo que necesitas en lo más profundo de tu corazón? Necesitamos que Él nos enseñe a amar, como Él nos ha amado. Necesitamos entrar en esta escuela maravillosa de Cristo, donde el amor tiene una manera de realizarse y de vivir, queridos hermanos. Esto necesita nuestro mundo. Esto necesita nuestro corazón, para estar a gusto consigo mismo, y para hacer posible que estén a gusto también los demás. Al pie de la cruz. Pongámonos en manos de Dios.

Pero la cruz de este Viernes Santo la contemplamos también con esperanza siempre. Por eso, es bueno esuchar una y otra vez ese canto: «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo». Y responderemos: «Venid a adorarlo». Pero, lo que nos salva es el amor de Jesús, ejecutado en la cruz. Jesús busca lo bueno para nosotros. Jesús no buscó la cruz por la cruz. Jesús predicó y vivió el amor. Anunció la buena noticia de la vida y el amor. Queridos hermanos, seamos anunciadores de esta noticia de la vida y del amor, que tiene un nombre: Jesucristo Nuestro Señor. Sí. Y tiene un rostro. Y tiene una manera de comportarse. Y nos incita a vivir de una manera. Venid a adorarlo.

No es la cruz: es el amor de Jesús ejecutado en la cruz el que nos salva. Jesús pasó su vida luchando contra el sufrimiento. El sufrimiento no es bueno. Jesús no buscó la cruz por la cruz. Jesús predicó y vivió el amor. Anunció la buena noticia de la vida y el amor. Y lo quiere acercar a nosotros para que nosotros también anunciemos esta buena noticia. Es verdad que el mundo se cerró a Él, y acabó crucificado en el madero de la cruz. Pero viene a anunciar esta buena noticia de la vida y del amor. Y, a los que somos discípulos de Él, a esta Iglesia extendida por toda la tierra que, unida a Jesucristo, unida a los que son sucesores de los apóstoles... esta Iglesia anuncia esta buena noticia a los hombres. Para eso está en el mundo. Jesús no huye de las amenazas. Tampoco cambia el mensaje de amor y misericordia. Prefiere morir antes que traicionar la misión.

Yo quisiera haceros esta pregunta, queridos hermanos, a vosotros y a quienes estáis escuchándome por televisión, seáis quienes seáis: ¿tratamos de vivir en fidelidad a nuestra conciencia por este Jesús que ha sido el único que ha ofrecido la salvación?, ¿que nos la ha regalado? ¿O yo prefiero dejarme arrastrar por otras historias? Dentro de muy pocos minutos, después de la oración universal, vamos a adorar todos juntos, y a besar la cruz. Al besar la cruz, al besar al crucificado, acogemos también su beso. Sí, el que nos da a cada uno de nosotros. Es su beso de amor, que nos reconcilia, que nos hace vivir, que nos hace salir de nosotros mismos para buscar a los demás. Es el beso que la Iglesia nos invita a dar hoy también. Es también el beso del deseo de transformar nuestra vida y de transformar nuestra historia, no con cualquier fuerza, sino con la fuerza del amor de Jesucristo Nuestro Señor.

Queridos hermanos: contemplemos hoy, en este Viernes Santo, a Jesús muerto en la cruz. Su cabeza inclinada. Abandonado en las manos del Padre. Su rostro desfigurado. Su costado abierto. Sus brazos extendidos, para abrazar de nuevo a toda la humanidad. Quizá es ahí donde nosotros, viendo a Cristo así, tengamos que decirle a Jesús crucificado: has colmado al mundo con la ternura del Padre. Tú, Señor, eres el rostro de la bondad y de la misericordia. El rostro de la ternura de Dios sobre cada uno de nosotros, y sobre toda criatura humana. Es el rostro que todo ser humano quiere encontrar, y descubrir y vivir, y dejarse abrazar por este rostro. ¡Todo ser humano, queridos hermanos!

Hagamos bien nuestra misión como discípulos de Cristo. Regalemos la ternura de este amor a quienes encontremos por el camino de la vida. Seamos capaces de entregar este deseo de transformar la historia, no con cualquier fuerza, sino con esta que viene de Jesucristo, que se traduce en el amor a los demás.

Contemplemos hoy, en este Viernes Santo a Jesús muerto en la cruz. Cabeza inclinada. Rostro desfigurado. Costado abierto. Brazos extendidos para abrazar a todos los hombres de nuevo. Para abrazar a toda la humanidad. Sí. A ti que crees. A ti que tienes dudas. A ti que dejaste un día. ¿De quién te fías? ¿Quién ha entrado en tu corazón? ¿Cuál es el horizonte que tienes en tu vida, para caminar, para dejar rastro y huellas que transformen esta historia y esta tierra? Tú, Señor, has colmado el mundo con la ternura de Dios. Tú eres rostro de bondad y de misericordiaa. Tú eres rostro de ternura sobre cada ser humano, sobre toda criatura humana.

Esta experiencia que tenemos nosotros, y que vamos a decirle al Señor al besar la cruz, esta es la que queremos tener nosotros también. Danos tu beso de amor para vivir. Haz posible que regalemos este amor. Que transforma. Que no mata. Que no hace enemigos: hace hermanos. Esta historia se cambia así: haciendo hermanos. Pero solo hay un método. Solo hay un instrumento y una fuerza. Solo: el amor de Jesucristo, que hoy se nos manifiesta precisamente en la contemplación de la cruz.

Bondad. Misericordia. Ternura de Dios. Gracias, Señor, por regalarnos tu vida y tu amor.

Que el Señor nos bendiga y nos sitúe en el camino de seguir regalando, como discípulos de Cristo y miembros de la Iglesia, esta ternura de Dios a este mundo que necesita, no de cualquier amor, sino del amor de Dios; no del enfrentamiento, sino de la fraternidad; no de la división, sino de la unidad. Pero de una unidad no conquistada en el igualitarismo, sino en la diversidad de los hijos de Dios que nos ha dado a cada uno unos dones para ponerlos al servicio de los demás.

Que el Señor nos guarde siempre a todos. Amén.

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