Homilías

Lunes, 08 mayo 2023 15:43

Homilía del cardenal Osoro en la Confirmación de jóvenes de Pastoral Universitaria (14-04-2023)

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Querido delegado de Pastoral Universitaria, Andrés. Queridos capellanes. Querido diácono. Queridos universitarios. Hermanos y hermanas todos. Querida delegada de jóvenes, Laura. Gracias a todos porque, una vez más hoy, se expresa lo que hace un instante escuchábamos en el salmo responsorial: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia».

Esta tarde, antes de ir hacer otras visitas que tenía que hacer, preparando algunas de las palabras que os iba a decir, me puse a ver la situación o las situaciones que en diversos lugares del mundo se dan: de conflicto, de guerra, de división, de totalitarismos, de falta de libertad… Y lo hacía porque creo profundamente que cuando Jesucristo y la vida del Señor entra en nuestra vida nos afana por hacer posible, no solamente ser nosotros hombres y mujeres libres, sino regalar esa libertad a los demás. Y, por eso, el salmo que acabamos de escuchar tiene también unas resonancias especiales y singulares: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia». Es el Señor quien hace milagros patentes. Quien da alegría y gozo. Quien da salud y prosperidad. El que ilumina la vida de los hombres.

Yo creo precisamente, queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes, que esto es lo que quizá tenéis que captar en este momento de vuestra vida en el que vais a recibir el sacramento de la Confirmación: captar la novedad que trae Nuestro Señor Jesucristo a este mundo y a esta tierra. Tendríamos que remontarnos muchas veces a la historia, y ver los primeros momentos del anuncio cristiano, cuando los discípulos de Jesús salieron del solar de Palestina al mundo conocido de entonces anunciando esa buena nueva que trae Jesucristo y esa buena nueva de entender la vida del ser humano a la manera de Jesús.

Para los hombres que escuchaban aquello, en un mundo de tanta división, de tantas rupturas, de esclavizaciones terribles, reales… aquello era una noticia impresionante. Era algo novedoso. Era algo que no estaban acostumbrados a vivir. Pero no es menos en estos momentos, aunque seamos hombres y mujeres con más cultura. No son los años en que nace el cristianismo y se expande la fe por el mundo conocido de entonces. Pero sí que son momentos de la historia y de la vida de los hombres en la que es necesario entregar una manera de ser, de actuar, de vivir, de relacionarnos, de entroncarnos en lo más profundo de lo que es nuestro ser y nuestra vida. Es necesario el realizarlo.

Y cuando os veo a vosotros, que sois jóvenes, que estáis aún estudiando todavía vuestra carrera, que os estáis preparando para un futuro distinto y mejor, me fijo en esa pregunta que les hicieron: ¿con qué poder, o en nombre de quién, habéis hecho esto vosotros? Pedro y Juan hablaban al pueblo de la noticia de Jesucristo. Un pueblo que estaba acostumbrado a vivir de una manera diferente a entender la libertad que entrega Jesucristo Nuestro Señor. Ellos contestaron sin ninguna dificultad que lo hacían en nombre del Señor. Y que levantaban de la postración a tanta y tanta gente, y la presentaban de otra manera en el mundo, con otras posibilidades para vivir y para hacer. Hacían, en definitiva, hombres y mujeres nuevos, capaces de entender la vida de esta manera que nos decía el Evangelio que acabamos de proclamar: el Señor hace posible, hace posible, que tengamos una manera de entender la vida nueva y diferente.

Yo quiero dar gracias a Dios esta tarde por todos vosotros. Porque, en libertad, habéis elegido, entre todas las posibilidades que un ser humano puede tener, esta manera de vivir y de entender la vida que es la que nos ofrece Jesucristo. Tanto los que os vais a confirmar como quienes os vais a confirmar también, pero vais a recibir la vida de Cristo por el Bautismo en primer lugar.

Quiero dar gracias al Señor porque, al veros a vosotros, veo cómo vuestra vida, una vez que terminéis los estudios, se diseminará por muchos lugares de España y de otros sitios. Y, si lleváis en vuestra vida esta manera de entender la existencia humana, esta manera de ofrecer la novedad que trae Cristo, en la manera de entenderlo que es el ser humano, en la manera de realizar las cosas en favor de los demás, sabiendo que los demás son mis hermanos y que construyo el mundo, no para unos vecinos o conocidos, sino para unos hermanos, que quiero que cada día vivan mejor, sientan más la pasión por hacer el bien a los demás… Eso tiene una significación especial para nosotros.

Por eso, el salmo que hemos recitado, «Dad gracias al Señor porque es bueno», lo digo desde lo más profundo del corazón: es importante que esta noche, aquí, en la catedral de la Almudena en Madrid, os reunáis jóvenes que habéis venido de muchos lugares. Unos habéis venido a estudiar a Madrid. Otros quizás sois de Madrid… Pero habéis venido a estudiar. Estáis en una fase de preparación de vuestra vida. Pero, pensad, y hoy es importante, que esta fase de preparación incluye lo que vosotros hoy vais a recibir: una manera de entender al ser humano. Una manera de defender al ser humano. Una manera de instaurar, de instaurarnos en este mundo; de instaurar una presencia que es diferente.

¡Qué bonito ha sido lo que nos decía el Evangelio! Cuando hicieron un milagro los apóstoles, y les dicen: ¿con qué poder, o en nombre de quién habéis hecho esto? ¡Qué maravilla! Quizá os puedan decir en la vida, una vez que terminéis la carrera y estéis trabajando: ¿pero, por qué lo haces así? ¿por qué defiendes a estos? ¿por qué los pones en primer lugar? ¿por qué manifiestas una manera de entender la vida que parece de otro mundo? Pero no es de otro mundo: es de este. Porque Dios ha venido a este mundo para proponerla en este mundo. En nombre de Jesucristo lo vais a hacer.

Hombres nuevos sois, porque el Señor os ha regalado su vida. Sí. Os ha regalado su vida. Nos ha hecho miembros de la Iglesia. De esta Iglesia que nació en aquel pequeño grupo que el Señor eligió, aquellos primeros hombres piadosos, apocados… Pero, cuando reciben al Espíritu, salen del solar de Palestina al mundo conocido de entonces para anunciar a Jesucristo. Y lo hacen con el testimonio de su vida. Y plantan tal atracción en los que los escuchaban, que los demás decían: «Yo, como estos». «Yo, como estos mismos».

El Señor lo hacía posible. Y lo hacía posible porque celebraban también, como nosotros esta noche, la Eucaristía. Sentados alrededor de la mesa, todos nosotros, vamos a recibir a Jesucristo que se va a hacer realmente presente en este altar. No solamente nos ha dado su Palabra, sino que se hace realmente presente en el altar. Y cuando uno se alimenta del Señor, y lo mete de lleno en su vida, si de verdad es consciente de lo que ha recibido, va transformando su existencia. Y su manifestación en la vida será al estilo de quien le ha dado la vida. Le entrega en su corazón la capacidad para construir la fraternidad, para vivir en la verdad, para dar la mano a aquel que lo necesita. Para dar la mano a todos los hombres sin excepción. Sin excepción. Aquello de los cristianos primeros: «¿pero, por qué curáis a este, que es de otra religión, es ateo?». «¡Es mi hermano!». Y eso hace un mundo diferente.

Yo quiero dar gracias al Señor por esta noche aquí, junto a todos vosotros. Tenéis un arma: el arma que Jesucristo mismo os da, que es su propia vida. Tenéis la belleza de acoger la vida de un Dios que no es un teórico; un Dios que se hizo hombre; que vino a vivir junto a nosotros; que nos ha dado su vida; que nos ha regalado una manera de entender la vida y de vivir; que nos da las fuerzas necesarias para caminar por este mundo. Sí. Un Dios que nos lanza a la misión. Un Dios que nos lanza a la misión, pero en la vida corriente y ordinaria, en lo que hacemos: como estudiantes, como hijos de una familia, como hombres y mujeres que os estáis preparando, no para vivir para vosotros mismos, sino para vivir para los demás.

Entrad siempre en esta tierra y en este mundo para encontraros con los hombres y construir con los hombres la fraternidad que tanto necesita este mundo en el que estamos viviendo. Salir al mundo con el corazón de Jesús, con la mirada de Jesús, con las acciones de Jesús es tremendamente importante. Siempre. Pero en este momento especialmente. Mirad: no es que esté naciendo una etapa histórica nueva; estamos en una etapa histórica nueva. Y lo que sea esta etapa histórica nueva dependerá de lo que cada uno de nosotros aportemos y tengamos en nuestro corazón. Vosotros sois jóvenes. Podéis aportar a esta etapa histórica nueva una novedad y una significatividad tan bella, tan grande... ¿Y si hubiese otra mejor? Pero no he visto que me enseñen otra mejor que la que me ha enseñado a mí Jesucristo, Nuestro Señor. No he visto. Ni existe, queridos amigos. Esta es la que tanta y tanta gente está añorando. Y la descubre. Y la quiere.

Aquí, entre nosotros, hay una persona que descubrió al Señor cuando tenía ya 40 años. Que no era cristiana. Que no estaba bautizada. Que encontró una familia que vivía con una singularidad especial el ser cristiano. Y que aquello le atrajo de tal manera que les pidió que le hablasen de Jesús. Que le hablasen de por qué vivían de esa manera, por qué hacían eso, por qué... Esta persona hoy es una persona comprometida profundamente con el anuncio del Señor en este mundo. Especialmente en Europa, donde vive.

Quizá nosotros también necesitamos de este encuentro radical con Jesucristo, Nuestro Señor. Quizá estamos acostumbrados a decir que somos cristianos. Pero yo os pediría esta noche algo muy sencillo, que es entrar en vosotros y ver lo que os aporta el hecho de ser cristianos: qué manera de vivir, de estar junto a los demás, de construir el mundo, de desarrollar lo mejor de nosotros mismos, no mirando para nosotros mismos, sino mirando para los demás. ¡Qué maravilla la belleza que alcanza este mundo y esta historia cuando los cristianos se ponen a trabajar en este mundo regalando lo que ciertamente transformó esta historia, y este mundo, y esta vida! Los lugares donde está llegando el cristianismo en estos momentos ven la novedad que tiene el ser cristianos; la libertad que engendra en el corazón de los hombres.

Por eso doy gracias a Dios por vosotros: porque, en los vacíos existenciales que pueda tener todo ser humano, habéis encontrado fundamento y vida en Jesucristo Nuestro Señor. Sí. Y sois miembros de una Iglesia. No os fijéis en la Iglesia, que siempre que nos fijamos en alguien pues encontramos defectos. Pero la Iglesia es obra del Señor. Es obra de Jesucristo. Es un pueblo. Y en la Iglesia no se hacen oposiciones especiales para pertenecer a ella. Se acoge a quien viene, a quien lleva la vida del Señor y ha recibido la vida del Señor. Y en esa Iglesia naturalmente que puede haber defectos, que son los que cada uno de nosotros tenemos y aportamos. Pero hay grandes gracias. Enormes gracias, que se dan en la historia a través de discípulos de Cristo que lo hacen presente. Lo que significa el desarrollo de los pueblos, de tantos y tantos pueblos donde se ha hecho presente la Iglesia a través de personas concretas. Personas muy concretas, que pasan por la vida haciendo el bien.

Queridos jóvenes: entrad en la vida y en la historia para encontraros con los demás. Pero no olvidéis el traje que Dios os ha puesto en vuestra existencia, que es el ser cristianos. Y ser cristianos, si lo tomaos en serio, es la aportación de la belleza más grande que uno puede hacer a este mundo. Porque no mira a los demás como alguien que es contrario, alguien que me quita libertad o espacios, sino que mira a los demás como hermanos y los llama para construir este mundo de una manera nueva y diferente. Con esa manera nueva que vosotros, por ser jóvenes, en el corazón, tenéis deseos de que este mundo sea de esa manera.

Vamos a encontrarnos con Jesucristo. Vamos a vivir un momento especial por quienes van a ser bautizados: hoy van a recibir la Vida de Jesucristo. Y vamos a vivir también ese momento en el que el Espíritu… pedimos por el sacramento de la Confirmación que venga el Espíritu sobre vosotros, y os dé como esa capacidad también fuerte, grande, valiente, de no tener miedo de ser discípulos del Señor. Mirad: quizá a veces estamos a ver los defectos de alguien que tenemos al lado. Pues es verdad. Pero miremos, no los defectos, sino lo que Jesús, cuando entra en nuestra vida, nos aporta. Y lo que nosotros podemos hacer y aportar cuando acogemos con todas las consecuencias la vida de Jesús.

Que el Señor os bendiga. Y yo agradezco al Señor que esta tarde podamos estar reunidos en esta celebración, sobre todo viendo, pues eso: rostros de muchos jóvenes que queréis acoger a Jesucristo y no os importa, sino todo lo contrario, entregar la manera de estar y de vivir en esta tierra y en este mundo que nos ofrece Jesucristo mismo cuando lo acogemos en nuestra existencia.

Que el Señor os bendiga siempre. Amén.

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