Queridos hermanos sacerdotes. Queridos alumnos y profesores de nuestros colegios diocesanos.

Hemos oído unas palabras muy bonitas en el salmo que hemos recitado juntos: dichosos, felices, atrevidos, valientes, responsables. Son palabras que el Señor quiere que nosotros incorporemos a nuestra vida. Que las tengamos en nuestro corazón. Que sean las que dirijan nuestra vida. Ser dichoso. Ser feliz. Ser atrevido. Atrevido para vivir al estilo y a la manera de Jesús, haciendo el bien, pasando por la vida ayudando a los demás. Ser valiente y no avergonzarme por decir que soy discípulo de Jesús. Y ser responsable también en los lugares donde estoy: en la clase a la que pertenezco, con el grupo con el que estoy, en el colegio al que voy caminando y aprendiendo y creciendo en edad y en sabiduría... Todo esto el Señor nos lo ha dicho a nosotros, en estas páginas que nos acaba de entregar.

Pero no quisiera hablar yo solo, sino que hablemos todos nosotros. Así que todos estos niños que estáis ahí, venid para acá, conmigo. Venid conmigo, anda. Vamos a hacer juntos… Venid aquí. Poneros aquí. Aquí, al lado mío. No tengáis miedo. Poneros para acá. Por aquí… No os dé vergüenza. Miradme a mí. Vamos a charlar nosotros… Poneros para acá. Ponte para acá. Así. Pero miradme a mí. Vamos a hablar de esto…

Es bonito lo que hemos escuchado, ¿eh? Nos dice que los discípulos de Jesús, en concreto Esteban, hacía prodigios, signos y señales. El prodigio más grande que puede hacer un ser humano por otro, ¿cuál creéis que es? Lo que uno puede hacer por el otro. ¿Qué puede ser? ¿Qué os parece a vosotros? ¿No lo sabéis? ¿Qué te parece a ti que puedes hacer por otra persona?

¿Ayudarla?

Claro. En todos los momentos de su vida. ¿El prodigio más grande es ser enemigo, o hermano?

Hermano.

Hermano. Es considerar al otro que es alguien de mi familia, y que si tiene una necesidad pues yo voy a ayudarle. Entonces yo creo que esto es especialmente importante para nosotros. Y eso, el que mejor nos lo ha enseñado a nosotros, qué es lo que podemos hacer por el otro, es Jesús. A Esteban, nos dice la primera lectura que hemos proclamado, le acusan por hablar de Jesús. Le acusan por poner de modelo a Jesús. Jesús, cuando se acerca a los hombres, ¿qué hace? ¿les mata o les hace vivir?

Les hace vivir.

Les hace vivir. ¿Y un discípulo de Jesús, si quiere imitar al Señor en la vida, qué tiene que hacer? ¿Estar con los demás para hacerles daño? ¿Para pisarles? ¿O para qué?

Para ayudarles.

Nicolás dice que para ayudarles. Para eso estamos todos en la vida. Hemos venido a este mundo, según Jesús, para ayudarnos unos a otros. Y el que quiera hacer otra cosa, no tiene nada que ver con Jesús. Por eso, Esteban, un discípulo de Jesús, que estaba lleno de gracia, que realizaba proezas porque Jesús le hacía hacerlas junto a los demás, es alguien que para nosotros hoy se presenta como un modelo. Un modelo. Ojalá a nosotros nos acusen porque ayudemos a los demás. ¿Eh? Porque nunca dejemos tirado a nadie. Porque siempre, al que está tirado, vayamos nosotros a levantarle. Ojalá. Yo creo que esto se espera de todos vosotros, que estáis estudiando en los colegios diocesanos. Pero, claro, para poder hacer esto hay que estar lleno del Señor.

Nos decía el Evangelio que hemos proclamado que Jesús hizo un milagro: dio de comer a la multitud. Dio de comer a la multitud. Las personas, cuando las ayudamos, cuando las damos la mano, si están tirados, cuando los consolamos o nos acercamos a las personas porque están tristes, cuando repartimos lo mucho o lo poco que yo tenga para que otro pueda comer también, porque no tiene nada… yo creo que esto es lo que Jesús nos dice que hagamos, ¿no? ¿O no? Que ayudemos a los demás. Que estemos al servicio de los demás.

Yo creo que, en los colegios diocesanos, aprenderéis muchas cosas. Aprenderéis de todo: matemáticas, lengua, los idiomas que deis -inglés o francés-, o lo que estudiéis ¿eh? Todas las asignaturas que tenéis os ayudan a crecer en sabiduría. Pero tenéis que crecer también en las medidas de vuestro corazón: que vuestro corazón se haga grande. Porque si tú creces mucho, Nicolás, te haces muy grande, pero eres un egoísta y solo miras para ti mismo, ¿has crecido de verdad?

No.

Pues, mirad, tenemos que crecer también en el corazón. Que nadie, cuando se acerque a nosotros, diga: este no quiere saber nada de mí. Que nadie pueda decir eso. Nosotros queremos estar al servicio de los demás. Y por eso el Señor hoy nos interpela. Y nos dice: «Trabajad por el alimento que perdura». Es decir, trabajemos por tener a Jesús en nuestra vida, ¿no?

Para ti, ¿qué supone tener a Jesús en tu vida? ¿Y para ti? ¿Y para ti? Pensadlo.

Felicidad.

Alegría.

Amor.

Pero un amor sin medidas. Un amor que acoge a toda esta pandilla que hay aquí, que son muchos, ¿eh? Un amor que no discrimina a nadie. Un amor que sale de ayudar, como Jesús: que no miraba si era más alto o más bajo, si tenía esta idea o la otra… Jesús iba a alcanzar el corazón de todos los hombres.

Pues yo espero que vosotros, todos los alumnos de nuestros colegios diocesanos, seáis capaces de aprender y de descubrir que Jesús, que Jesús, es el que os regala el proyecto más bonito y más bello que puede tener un ser humano. En definitiva, es el proyecto de decir: yo, con la vida de Jesús que tengo en mi vida, ayudaré a los demás, serviré a los demás, daré mi vida por el otro, nadie que esté a mi lado sentirá el desprecio sino que sentirá el amor que necesita todo ser humano para crecer. ¿A ti te gusta que te quieran o te desprecien?

Que me quieran.

Claro. Pues eso les pasa a todos. Por eso tenemos que aprender nosotros a acercarnos a los demás siempre. ¿A ti te gusta triunfar solamente tú? Te gusta triunfar, ¿no?

Sí.

Pero que lo hagan los demás también. Claro. Claro. Que lo hagan los demás.

¿Qué necesidades vosotros veis más, en este momento que…? Vosotros veis la televisión, estáis entre vosotros… ¿Qué es lo que más necesitan los hombres hoy? ¿Qué es lo que más necesita esta humanidad? ¿Qué necesita este mundo?

Alegría.

Alegría.

Paz.

Paz. Paz también. Hay guerras, ¿no? En muchos sitios. Y hay gente que está sufriendo, que se está muriendo. ¿Qué arma es la que tendría que tener nuestro corazón siempre? La mejor arma que podamos tener para poder arreglar este mundo.

El amor.

El amor. Y el amor no tiene cualquier medida. No es cualquier medida el amor. La expresión más bella de lo que es el amor es la que nos da, ¿quién es Aquel?

Jesús.

Jesús. Él nos da la medida: la medida auténtica del amor, que es hasta dar la vida por el otro. Bueno, pues aprendamos esto. Que esto lo aprendáis en los colegios nuestros, ¿eh? Que aprendáis la medida verdadera que tiene que estar en vuestra vida. Podéis ser muy sabios. Saber muchas cosas. Pero si no tenéis el amor de Jesús en vuestra vida, no solamente seremos unos desgraciados nosotros, sino que haremos desgraciados a los demás, porque no regalaremos a los demás lo que tienen que tener.

Porque creemos en eso, vamos a recibir a Jesús, que se va a hacer presente en el altar dentro de un momento. Vamos a recibirle a y decirle: «Señor, que en nuestros colegios, aparte de aprender muchas cosas —que aprenderemos muchas—, pero que sobre todo sepamos conocerte cada día más para tener las medidas verdaderas que pueden ayudar a todos los hombres». ¿No os parece que este es un proyecto bonito? Pues vamos a encontrarnos con Jesús aquí, en el altar, dentro de un momento. Él no solamente nos ha hablado: se hace presente en un trozo de pan y en un poco de vino.

Podéis marcharos.