Homilías

Martes, 20 junio 2023 09:43

Homilía del cardenal Osoro en la Eucaristía por el fin de curso de Vida Ascendente (2-06-2023)

  • Print
  • Email
  • Media

Queridos vicarios episcopales. Queridos hermanos sacerdotes. Hermanos y hermanas de Vida Ascendente.

Gracias por vuestra presencia, y gracias también porque nos dais la oportunidad de poder experimentar lo que hace un instante, en el salmo 149, recitábamos todos juntos: «El Señor ama a su pueblo». Este pueblo del cual nosotros somos una pequeña parte. Este pueblo de Dios extendido por todas las partes de la tierra, que quiere hacer en este mundo y en esta tierra ya un cántico nuevo. Y que quiere hacernos ver que este cántico tiene que resonar en la asamblea; tiene que vivir en la alegría por habernos dado el Señor la vida, por habernos creado; y tenemos que hacerlo alabándolo, cantándole y experimentando que el Señor ama al pueblo del cual nosotros somos parte. Hoy vosotros, todos, os reunís aquí, en la catedral de Madrid, porque queréis festejar la gloria de Dios y queréis cantar con júbilo a Dios.

La Palabra que el Señor nos regala en este día nos hace, en primer lugar, vivir un elogio; en segundo lugar, nos manifiesta una observación; y, en tercer lugar, nos invita a vivir el compromiso de la fe. Sobre estas tres realidades que la Palabra de Dios nos regala en este día en que nos reunimos aquí, en la catedral, Vida Ascendente, os quiero hacer algunas indicaciones.

Nos hace el Señor, como os decía, un elogio. Un elogio a los hombres y mujeres de bien. «Hagamos elogio —nos decía el libro del Eclesiástico— de los hombres de bien». Hay gente que no dejaron un recuerdo. Hay gente que estuvo en este mundo, pero como si no hubieran pasado por este mundo. Pero, queridos hermanos, nosotros, vosotros, nos decía esta primera lectura, sois hombres y mujeres de bien. Vuestra esperanza no se ha acabado. Ponéis la esperanza en Dios. Los bienes más grandes de vuestra vida, que es el amor que habéis tenido, y habéis manifestado, y habéis expresado a quienes han vivido junto a vosotros, y siguen viviendo junto a vosotros, perduran. Y ese bien, y ese amor que habéis dado a los vuestros, es una heredad que, como nos decía la primera lectura, pasa de hijos a nietos.

Queridos hermanos: vuestro recuerdo, vuestra alianza, vuestra fe, vuestra adhesión a la Iglesia, perdura. Dura por siempre. Y este amor a la Iglesia, y este amor que habéis manifestado en vuestra vida a quienes habéis tenido alrededor vuestro, nos ha dicho hace un instante la Palabra de Dios que ese amor nunca se olvidará. Por eso, yo quisiera acercar a vosotros y a vuestra vida este elogio. A vosotros, hombres y mujeres de bien, cuya esperanza no se acaba. Cuyos bienes, fundamentalmente los que habéis entregado con vuestro amor, perduran. Que habéis entregado la fe a los vuestros. Habéis sido testigos de lo que creéis entre los vuestros. Vuestro amor nunca se olvidará. Yo quisiera que este elogio que hace la Palabra de Dios fuese también el elogio que yo querría haceros a todos vosotros en este día en que se reúne en la catedral Vida Ascendente.

En segundo lugar, hay otra palabra. Nos hace el Señor una observación: observar la vida. Y el Señor nos pone el ejemplo de la higuera. Ver un árbol sin frutos es malo. Ver un árbol con frutos siempre es bueno. Vosotros mirad lo que habéis hecho por amor a los demás, a quienes habéis tenido alrededor, a las personas que os han conocido, a las que les habéis dado la vida. Observad vuestra vida. Habéis dado y seguís dando frutos. El Señor no quería un templo de cambistas. Por eso entró en el templo y echó a los vendedores del templo, porque habían convertido aquello en una cueva de ladrones. Vosotros, con vuestra fe entre los vuestros, donde habéis estado, habéis hecho posible que la vida de Dios se observase, se viviese.

Por tanto, yo también quiero que esta Palabra del Señor entre en vuestro corazón. Sois hombres y mujeres de bien. Con fallos, con necesidad a veces de pedir perdón al Señor. Pero vale mucho más lo que habéis entregado que los fallos que en esa entrega en la vida pudiéramos haber tenido. Observad vuestra vida, y veréis que habéis dado frutos. No habéis sido una semilla que no produce nada. Habéis dado frutos. Dad gracias a Dios por ello en este día en que nos reunimos aquí en torno a Nuestro Señor, en la celebración de la Eucaristía. Poned en el altar vuestra vida, junto al pan y el vino. Poned todo lo que disteis. Sin mirar para atrás.

Por otra parte, el Señor en el Evangelio nos invita a tener fe en Él. Y nos ha dicho: si tenemos fe, lo que pidáis lo tendréis. La fe alcanza la vida de Nuestro Señor, y nos devuelve a nosotros todo aquello que necesitamos. Recordad lo que hemos escuchado en la Palabra del Señor, cuando salieron de Betania y vieron una higuera con hojas, pero no había fruto; no encontraban más que hojas. Los discípulos oyeron a Jesús, que dijo: «Nunca jamás coma nadie de ti». Pero no así vosotros: habéis dado frutos. Habéis comunicado la fe. La habéis expresado. Os habéis manifestado como hijos de Dios y como miembros de la Iglesia. Tened fe en Dios. Sabéis lo que nos ha dicho el Señor hoy: todo lo que pidáis lo tendréis si tenemos fe. En estos años ya de vuestra vida, vivid con esta calidad —cuando se habla ahora de calidad de vida—, con esta calidad de vida que entrega Nuestro Señor cuando lo acogemos en nuestro corazón y en nuestra existencia. Y tened la seguridad de que aquello que nosotros pidamos, el Señor nos lo va a dar.

Por eso, esta mañana, en esta celebración, damos gracias a Dios. Damos gracias a Dios, y hacemos un elogio por todos los seres humanos que ya en los años adultos de su vida pueden reconocer que han hecho bien; que han sido hombres y mujeres de bien. Podemos ver también que algún fruto con nuestra vida se ha entregado; que no hemos querido ser un templo de cambistas, sino un templo donde Dios Nuestro Señor, tenía algo que decir a través de nosotros. Tened fe en Dios porque, como nos decía el Evangelio, todo lo que le pidamos Él nos lo va a dar.

Con esta confianza, hoy celebramos la Eucaristía. Y le agradecemos al Señor que nos invite a sentarnos a su mesa. Que nos invite a vivir de su Palabra, y a escuchar su Palabra. Que nos invite precisamente a adorarle a Él, a situarnos junto a Él diciéndole también como los discípulos: «Señor, ten compasión de mí. Ayúdame. Pongo mi vida en tus manos. Haz posible que tu corazón sea el que ocupe mi corazón. Y que en nuestro corazón, en estos años ya en que estamos de vuelta de tantas cosas, encontremos aquello que debe de mover nuestra vida y que es lo más importante, y dejemos otras cosas que son secundarias». Y lo más importante para nosotros es esta amistad con Nuestro Señor Jesucristo. Precisamente en esa amistad descubrimos lo que significa los modos, las maneras, las acciones que tenemos que tener para ser hombres y mujeres de bien.

Gracias por vuestra presencia hoy en la catedral, que de alguna manera significa la presencia de todas las personas mayores que están viviendo en nuestra archidiócesis de Madrid (a ellas las ponemos aquí junto a nosotros también) para que sigamos sintiendo que lo más importante en nuestra vida es ser hombres y mujeres de bien. Y eso no es posible por nosotros, pero sí es posible por Jesucristo, que se hace presente en el altar para todos nosotros.

Que la Santísima Virgen María, nuestra Señora de la Almudena —esta catedral es el santuario de nuestra Madre—, que Ella interceda por nosotros y nos haga sentir con Ella las mismas palabras que pronunció el día que Dios le pedía que prestase la vida. Que también nosotros proclamemos la grandeza de Dios con nuestra propia existencia. Amén.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search