Homilías

Lunes, 29 mayo 2023 15:28

Homilía del cardenal Osoro en la festividad de Nuestra Señora de Fátima (13-05-2023)

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Querido monseñor Luis Tineo, obispo. Queridos hermanos sacerdotes. Deán de la Catedral. Vicarios episcopales. Queridos hermanos sacerdotes Heraldos. Querida familia de los Heraldos del Evangelio. Querido hermano Carmelo, que presides a los Heraldos del Evangelio. Hermanos todos:

Gracias a todos vosotros, a esta familia que nos hacéis vivir esta fiesta de Nuestra Señora de Fátima de un modo singular y especial aquí, en nuestra catedral de Madrid.

Quisiera acercar a vuestro corazón y a vuestra vida la Palabra que el Señor nos acaba de regalar en esta fiesta.

En primer lugar, se nos ha hablado de que ha llegado el poder de Dios y con él ha llegado la salvación. En segundo lugar, el reconocimiento por parte del pueblo a quien presta la vida, para hacer presente a Dios. En tercer lugar, el reconocimiento de Dios a todos los que, al estilo de María, escuchan y se ponen disponibles para acoger la Palabra de Dios.

Sí, queridos hermanos. Llegó el poder de Dios, y con él ha llegado la sabiduría de Dios. Nos lo ha dicho la primera lectura que hemos proclamado del libro del Apocalipsis: apareció una señal, una mujer con la luna bajo sus pies. Apareció un dragón rojo como fuego, y el dragón se puso delante de la mujer que iba a dar a luz, para devorar al hijo cuando naciera. Pero, sin embargo, entonces y ahora, hemos escuchado también nosotros esta Palabra del Señor: llegó la salvación, llegó el poder, llegó el Reino de Dios, porque ha llegado la soberanía del Mesías, de Jesucristo Nuestro Señor.

Esto es lo que los discípulos de Jesús tenemos que anunciar en esta tierra y en este mundo: que el poder de Dios y su salvación ha llegado a los hombres. Y es verdad que Dios nos permite vivir en una libertad absoluta para coger y escoger el vivir mirando ese poder de Dios y lo que nos pide, y acogiendo la sabiduría y la salvación que viene de Dios. Le damos gracias al Señor por la libertad que nos da. Pero le damos gracias al Señor hoy, precisamente, porque esta mujer, María, se ha hecho presente de diversas maneras en momentos decisivos de la historia de la vida de los hombres. Y se ha hecho presente para recordarnos a todos que el poder de Dios y la salvación está entre nosotros. Que acojamos en nuestra vida ese poder. Que sintamos el gozo de vivir desde la soberanía de Dios. Especialmente, el gozo de haber acogido esta salvación que viene de Dios. Y que el Señor quiso elegir a esta mujer que nos reúne hoy a nosotros, la Santísima Virgen Maria, para hacer y dar rostro humano a Dios en Jesucristo Nuestro Señor.

El salmo responsorial que hemos escuchado, Salmo 44, tiene una fuerza singular: «Escucha, inclina el oído, mira. Prendado está el Rey de tu belleza». Esto es lo que Dios vio en la Santísima Virgen María. Y la vistió con el don más grande, que es ser concebida sin pecado original. La que iba ser Madre de Dios. Y la que nos reúne a todos nosotros aquí, esta mañana. Y nos reúne para que tengamos alegría, queridos hermanos. Sí. Tengamos la alegría que viene de Dios. La alegría de sabernos salvados. La alegría de tener una Madre y no ser huérfanos. La alegría de poder saber decir, de la mano de nuestra Madre, sus mismas palabras: «Proclama mi alma la grandeza del Señor». Al fin y al cabo, para esto estamos en el mundo: para proclamar la grandeza del Señor. Ha llegado el poder de Dios y la salvación. Anunciar esto a los hombres es a lo que está llamada la Iglesia de Jesucristo. Decir a esta tierra y a este mundo, decir a los que habitan este mundo, que Dios está con nosotros, que Dios tiene poder y tiene gloria, y que nos la ha regalado a cada uno de nosotros. Que acojamos en nuestro corazón y en nuestra vida esta presencia y esta gracia de Dios.

Hoy, nosotros, en este mediodía, aquí en Madrid, en la catedral, queremos reconocer a quien prestó la vida para hacer presente a Dios. Y al mismo tiempo que miramos a la Santísima Virgen María, nos miramos a nosotros mismos y nos preguntamos todos: ¿yo presto la vida -como mi Madre Santísima - a Dios para que se haga presente en esta tierra y en este mundo?. Queridos hermanos: la situación histórica y del mundo en que estamos viviendo está exigiéndonos a los discípulos de Jesús que no regalemos nuestra vida a medias, sino que prestemos nuestra vida para que Dios se haga presente entre los hombres a través nuestro. Que hagamos una opción. Queridos hermanos, una opción que conlleva aceptar las mismas palabras que la Virgen María escuchó y vivió: «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra». Queridos hermanos: ¿vivimos nosotros en esta dicha?. Sí. ¿Vivimos nosotros anunciando al Señor? ¿Vivimos nosotros comunicando el Evangelio, buena noticia de Dios para los hombres?.

Mirad: el libro de los Hechos de los Apóstoles nos habla muy claro. Nos habla claro a través de Pablo. Nos habla claro a través de los discípulos de Pablo, que le ayudan en el anuncio del Evangelio. Nos habla claro. Al pasar por las ciudades - nos dice el libro de los Hechos- comunicaban las decisiones de los apóstoles, para que las observasen. Y la Iglesia se robustecía en la fe, y crecía el número de creyentes. Porque acogían lo que el apóstol Pablo, unido a los demás apóstoles, decía. ¡Qué bonito es!. Estas palabras que hemos escuchado, cuando Pablo tiene una visión, y se le aparece un macedonio en pie que le dice: «ven a Macedonia y ayúdanos».

Estas palabras podían ser también para nosotros, en este momento histórico que nos toca vivir en este mundo. A cada uno de nosotros el Señor hoy, unidos a la Santísima Virgen María, que trajo la salvación, y que el Señor ha enseñado a la Iglesia para que siga mostrando la salvación a los hombres, el Señor también nos dice a nosotros: ven a este mundo, entra en este mundo, ayúdame a que se conozca mi fe; la fuerza y el poder de Dios que tiene para los hombres. Ven. Ven… Siempre, queridos hermanos, comunicando el Evangelio. Esto es lo que hace la Santísima Virgen también. ¿No recordáis aquellas palabras de la Virgen: «haced lo que Él os diga»? ¿No recordáis aquellas palabras de la Virgen: «hágase en mí según tu palabra»?.

Queridos hermanos: siempre comunicando el Evangelio. Es un don. Un don grande. Muy grande, queridos hermanos. Para todos nosotros, es especialmente importante el ir a toda la tierra; el comunicar el Evangelio a todos los hombres, como nos decía el salmo:«Sabed que el Señor es Dios, que Él nos hizo y somos suyos, que su mMisericordia es eterna y que la fidelidad de Dios llega siempre a nuestras vidas, a pesar de las infidelidades que nosotros tengamos».

Queridos hermanos, hoy, nosotros, imitando a la Santísima Virgen María, también queremos decirle al Señor: «Señor, cuenta con nosotros para anunciar el Evangelio». Pero no solamente eso. Le decimos al Señor: «contágianos Señor de tu amor, para poder anunciar el Evangelio».

Las palabras que hemos anunciado tienen una fuerza extraordinaria: «os he sacado del mundo». El mundo que representa el pecado, la división, la ruptura, la muerte, el olvidarnos de los otros. Hemos sido contagiados y llamados por Jesucristo Nuestro Señor. Él nos ha dado su vida para que estemos en el mundo, no con cualquier vida, sino con la de Él. Aquella que acogió la Santísima Virgen Maria: «hágase en mi según tu palabra».

Eso, queridos hermanos, no quiere decir que no tengamos dificultades en nuestra vida. Las tendremos. Es cierto. El anuncio del Evangelio es costoso. El anuncio del Evangelio supone acoger al Señor en nuestra vida, dejarnos contagiar por Él y no por el mundo. Y supone, sobre todo, regalar la presencia de Dios a todos los hombres. Para eso nos ha llamado el Señor. Queridos hermanos: «os he sacado del mundo para que seáis olor bueno de Dios para los hombres en medio de este mundo. Os perseguirán. Lo hicieron conmigo. Pero guardad mi palabra».

Yo diría que imitemos a la Virgen, que dijo: «hágase en mi según tu palabra». Vivir siempre de la Palabra de Dios. No de opiniones nuestras, que relativizan muchas cosas. Hagamos como la Virgen María, que sintetiza ese vivir de la palabra en ese canto que tantas veces nosotros hacemos: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones». Porque he elegido a Dios. Y esta elección la ha hecho para darle rostro a Dios en este mundo. Queridos hermanos: ¿para qué hemos sido llamados nosotros a la pertenencia eclesial? ¿A ser miembros de la Iglesia? ¿Por qué la Virgen María hoy, en esta fiesta de Nuestra Señora de Fátima, se acerca a nuestra vida?. Para que tomemos cada día más conciencia de que hemos sido llamados por Dios para dar rostro humano, cercano, a los hombres, de quién es Dios para todos. De quién es para nosotros. Y de quién tiene que ser, a través de nosotros, para los demás.

Queridos hermanos: vamos a recibir a Jesucristo Nuestro Señor, el hijo de María. Y, de una forma especial, yo quisiera que reviviésemos algunas páginas del Evangelio. Cuando los Reyes Magos van a adorar al Señor. Cuando los pastores van a adorar al Señor. Cuando la Santísima Virgen María nos recuerda ese «haced lo que El os diga» en las bodas de Caná. Cuando había dificultades para hacer la fiesta, y no tenían lo necesario para hacerla. «Haced lo que Él os diga». Cuando en este mundo cuesta hacer la fiesta: hay divisiones, hay guerras cercanas a nosotros, hay rupturas, hay enfrentamientos… «Haced lo que 'El os diga».

Nuestra Madre siempre a nuestro lado, queridos hermanos. Siempre entre nosotros, y con nosotros. Por eso también... Lo mismo que aquél gentío que, mientras Él hablaba a la gente, la mujer entre el gentío dio un grito tremendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Esta mujer dichosa, porque Dios contó con ella, con todas las consecuencias, para tomar rostro humano en esta tierra. Esta mujer nos acompaña a nosotros. Porque en la cruz, en un momento decisivo de la vida de Nuestro Señor, cuando estaba dando la vida por los hombres, por todos los hombres, hay una voz de Jesús al discípulo a quien quería tanto, pero en él estábamos todos nosotros: «Ahí tienes a tu Madre». Y permitidme, queridos hermanos, que en esta mañana yo también os diga lo mismo, recordando a Jesús: ahí tenéis a vuestra Madre. Una madre que dio rostro a Dios, que proclamó la grandeza de Dios, que alentó en los primeros momentos de la vida de la Iglesia a los discípulos para que siguiesen adelante, para que no volviesen para atrás la mirada, para que anunciasen el Evangelio. Esta misma mujer, en este siglo, en este momento histórico que vivimos, en las dificultades que tengamos, pero a través de las realidades que estamos viviendo, nos acompaña y nos sigue diciendo: «Haced lo que Él os diga». Amén.

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