Homilías

Sábado, 24 junio 2023 13:38

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de acción de gracias por su pontificado (24-06-2023)

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Queridos señores cardenales, señor nuncio de Su Santidad en España, arzobispos y obispos, queridos hermanos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas de la vida consagrada, seminaristas de nuestros seminarios metropolitano y misionero, hermanos y hermanas todos. Permítanme saludar de una manera especial a don Antonio María Rouco que me entregó la archidiócesis de Madrid hace nueve años con toda la riqueza que su ministerio y gobierno había fraguado la vida de esta Iglesia diocesana. Gracias, señor cardenal.

Gracias a todos por vuestra presencia y compañía en esta celebración de la Eucaristía en la que me despido como arzobispo de Madrid y comienzo una etapa nueva en mi vida, en la que las responsabilidades de gobierno pastoral de la diócesis terminan, pero me sigue quedando la responsabilidad que recibí con mi ordenación: entregar con mi vida la mejor noticia, la persona de Jesucristo. Doy gracias a Dios por esta nueva etapa de mi vida después de haber servido a la Iglesia en mi diócesis de origen, Santander, como vicario general y más tarde también y al tiempo como rector del seminario. Me tocó la gracia de reabrirlo después de veinte años cerrado. Todos los lugares donde he estado han sido una gracia de Dios. Mi tierra de origen, Cantabria-Santander: allí sentí y viví con claridad la llamada del Señor, tomando la decisión en la casa de ejercicios de Pedreña de entrar al Seminario. Entonces era obispo de Santander don Vicente Puchol uno de los fundadores del seminario para vocaciones tardías, como lo llamaban entonces. Recuerdo un día de agosto cómo llegaba a Madrid para hablar con quien era rector del Colegio Mayor de El Salvador para vocaciones adultas en Salamanca, don Ignacio de Zulueta, en la calle Goya. Ya había comenzado a trabajar, daba clases en Santander. Me admitieron en el Colegio Mayor. Estudié en la Universidad Pontificia de Salamanca filosofía y teología. Fueron años de formación, de gozo, de contemplación y vida, de conocer y vivir en el Colegio Mayor-Seminario para vocaciones tardías, en la que tuve la dicha de tener como rectores a don Ignacio de Zulueta, don José María Setién, don Antonio Duato y como director espiritual, en toda mi formación y después siendo sacerdote hasta su muerte a don Javier Álvarez de Toledo. Siempre daré gracias a Dios por aquellos años vividos tanto en el Colegio Mayor de El Salvador, como en la Universidad Pontifica de Salamanca, que son para mí dos realidades que junto con los profesores que tuve y los formadores, fraguaron mi vida y mi formación sacerdotal.

La Palabra del Señor que hemos proclamado ha sido muy clara: por ello la acojo con todas mis fuerzas, así puedo decir también con el salmo 138: «te doy gracias porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras; conocías hasta el fondo mi alma». Agradezco al Señor que a través de la Iglesia me siga recordando que me regaló una tarea especial: «es poco que seas mi siervo…te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra» (Is 49, 1-6).

Hoy, al dejar la actividad de gobierno pastoral de la archidiócesis de Madrid, con todas mis fragilidades y pecados, siento la dicha de poder decir con el profeta Isaías, sí, «el Señor me llamó y pronunció mi nombre»... y «tanto me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza» que me eligió para que su salvación llegase a todos los hombres. «A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación» (Hch 13, 22-26). Gracias, Señor, por tu elección y perdón por todas mis fragilidades e inconsecuencias que he tenido en la misión para la que tú me elegiste. Quizá, con el salmo 138, que hemos recitado, también pueda decir yo por mi parte: «Señor, todas mis sendas te son familiares… te doy gracias por tus obras y por el conocimiento que tienes de mí hasta haber llegado al fondo de mi alma»… Siento cómo las palabras del Señor que hemos escuchado en el Evangelio se hicieron realidad en mi vida: «la mano del Señor ha estado conmigo en todos los lugares y responsabilidades que he tenido: siendo sacerdote en mi querida y única parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Torrelavega (Cantabria), donde estuve solamente un año. Después, siendo vicario general de la diócesis de Santander hasta que me nombraron obispo. He recorrido en mi servicio desde el ministerio episcopal de norte a sur y centro España: obispo de Orense, arzobispo de Oviedo, arzobispo de Valencia y arzobispo de Madrid. Pido al Señor que me perdone todo lo que no me hizo dar testimonio claro de Él. Y a todos vosotros os pido misericordia: quise pasar junto a vosotros haciendo el bien, pero sé que en algunas ocasiones no lo logré. Perdón, misericordia y gracias. Doy gracias a Dios por este itinerario de mi vida episcopal. Aprendí a amar, servir y dar la vida en la Iglesia a la que quiero con toda mi alma. En ella el anuncio de Jesucristo ha sido mi pasión. A pesar de mis límites y pecados he sentido ciertamente la mano del Señor dándomela siempre. Y hoy, con el salmista, vuelvo a decir al Señor: «Te doy gracias porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras, conoces hasta el fondo mi alma».

Al finalizar mi ministerio episcopal activo aquí en Madrid, quiero decir al Señor: gracias Señor por todo lo que me has dado, gracias por los obispos auxiliares que me has regalado: don Juan Antonio, don Jesús, al obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño, don Santos, y a nuestro arzobispo electo de Madrid don José, por el presbiterio diocesano de Madrid, por el Consejo Episcopal que tanto me ha ayudado, por el Seminario Metropolitano de Madrid, con su rector don José Antonio, por el Seminario Redentoris Mater, con su rector don Eduardo Zapata y los respectivos equipos de formadores, por los seminaristas a los que he querido y he seguido su formación con toda mi alma, por todos los que habéis asumido responsabilidades conmigo en el gobierno pastoral: sacerdotes, religiosos y laicos, por todas las personas que el Señor me regaló en Madrid y puso a mi lado para que fuera su pastor. Ojalá en mi guía no hayáis tenido la sensación de ser extraños, sino de haber tenido padre y pastor. He querido estar con todos, a los de dentro, a quienes he animado a que se acerquen y estén también con los de fuera. Gracias Señor por todas las personas que me han ayudado: sacerdotes, religiosos, laicos, gracias Mari Carmen, miembro de la Institución Teresiana y Óscar, esposo y padre de familia. Al presbiterio diocesano, a la vida consagrada, a los laicos: gracias. Quiero tener un recuerdo y un agradecimiento muy especial hacia la Institución Teresiana que, en la complejidad de mi ministerio, en todos los lugares donde he estado como Pastor, desde siempre he sentido su ayuda, cercanía, entrega y amor a la Iglesia, así como su compromiso en ser siempre manos, pies, corazón y vida de la Iglesia. A todos los que habéis tenido responsabilidades en mi gobierno pastoral, vicarios, delegados y otros responsables de los diferentes proyectos, gracias y perdón. Rezad todos por mí, os entregué mi tiempo, mi saber y mi hacer, estuve siempre ocupado por vosotros, perdonadme las veces o los momentos en los que os fallé en mi dedicación. Desde hoy mi trabajo y dedicación fundamental será seguir rezando por vosotros. Recé por todos vosotros, ahora lo seguiré haciendo con la gracia de Dios, con más tiempo y dedicación a la oración. Pongo a la Iglesia que camina en Madrid en manos del Señor. Os he querido y habéis sido desde que fui nombrado arzobispo de Madrid, mi ocupación fundamental, pero además con la tarea más bella que un ser humano puede tener: daros a conocer a Jesucristo. Pues esta, pero de otra manera, seguirá siendo mí pasión por vosotros. Gracias a los jóvenes que desde que tomé posesión de la Archidiócesis habéis mantenido esa fidelidad mensual todos los primeros viernes de cada mes para uniros conmigo en la catedral para orar. Gracias. Pongo a la Iglesia Diocesana en manos de Nuestra Señora de la Almudena, a quien le digo: ¡ruega por nosotros! Amén.

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