Homilías

Jueves, 18 mayo 2023 10:33

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de reinauguración de la sede del centro de Madrid de Hermandades del Trabajo (06-05-23)

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Querido consiliario de Hermandades. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos hermanos y hermanas de Hermandades. Querido don José David, presidente.

«Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios». Para todos nosotros, reunidos aquí, en esta capilla de Hermandades, escuchar este salmo supone toda una tarea que el Señor nos invita a seguir realizando. «Cantad un cántico nuevo». Ese cántico nuevo que nos hace hacer una lectura del mundo del trabajo con una hondura y con una densidad absolutamente nueva desde la mirada que Jesucristo Nuestro Señor, trabajador también en este mundo, realizó. Y nos ha regalado a la Iglesia para que nosotros lo comuniquemos a los demás.

Pero no solamente tenemos que hacer este cántico nuevo, sino dar a conocer la victoria de Dios. La victoria del Señor, su misericordia y su fidelidad, que alcanza también a este mundo tan importante y tan necesario, y mandado por Dios hacia los hombres, como es el trabajo.

Contemplemos, como nos decía el salmo 97, la situación de este mundo. La victoria que Dios quiere que se cumpla en esta tierra. Aclamemos al Señor. Demos lectura de este mundo del trabajo. Y gritemos y vitoreemos la presencia del Señor también, y la necesidad de Él en este mundo en el que nosotros vivimos.

Quizá la Palabra que el Señor nos ha regalado en este sábado de mayo podría resumirse en tres palabras importantes: anunciar, conocer y orar. Tres palabras que resumen de alguna manera lo que el Señor nos ha comunicado en la Palabra de Dios que hemos proclamado.

Se trata, en primer lugar, de llevar la salvación hasta los extremos de la tierra. De anunciar a Jesucristo en todas las situaciones, para todos los hombres, y en las situaciones reales en las que el ser humano vive. Y una de ellas, fundamental, es la que el Señor le pidió al hombre: «Trabajarás con el sudor de tu frente».

Hemos escuchado la primera lectura del Libro de los Hechos. Se nos invita a llevar la salvación a todos los extremos de la tierra, en el mundo del trabajo, y llenos de la alegría del Espíritu Santo. Pablo y Bernabé fueron muy claros hacia los creyentes a los que hablaban, tal y como nos ha dicho la primera lectura que hemos proclamado. «Teníamos que anunciaros la Palabra del Señor. Lo que Dios quiere de los hombres». Si vosotros no nos escucháis, dijeron Pablo y Bernabé a los israelitas, iremos a los gentiles. Porque lo que el Señor quiere es llenar de luz a los hombres. De la luz que viene de Dios. De la salvación que Él ofrece. Y también a este mundo del trabajo, Dios ofrece luz y ofrece salvación.

Nos dice el Evangelio que, fruto de la predicación que hicieron Pablo y Bernabé, los gentiles alababan al Señor, y la Palabra de Dios se difundía por todas las partes de la tierra. Ojalá también nosotros hoy, desde esta celebración de la Eucaristía, y en esta sede de Hermandades del Trabajo, tengamos la capacidad para escuchar al Señor que nos habla, y nos invita a entregar luz a este mundo que también la necesita. No son los años 40. Ni los 60. Es otro momento histórico que estamos viviendo. Pero un momento histórico donde, ciertamente, hay que dar luz a este mundo del trabajo, donde a veces también se da una explotación diferente a lo que se daba en los años 40, pero sin embargo una explotación por no hacer llegar todas las dimensiones que tiene este mundo a las que tiene que alcanzar la profundidad del corazón del ser humano. Cuando Pablo y Bernabé predicaron, nos dice esta lectura primera que hemos proclamado, los gentiles se alegraron y alababan la Palabra del Señor. Es decir, los que no habían conocido al Señor, los que estaban fuera del pueblo de Israel, se alegraron. Se alegraron. Es verdad que les trajo complicaciones a Pablo y Bernabé, y los expulsaron de aquel territorio. Pero lo que sí es verdad también es que los discípulos estaban llenos de alegría y de la fuerza del Espíritu Santo.

Hoy pedimos para nosotros, para Hermandades del Trabajo, que tengamos la capacidad para abrirnos de tal manera a la acción del Espíritu Santo que sintamos el gozo también de poder penetrar en la profundidad a la que tiene que entrar Dios para que veamos también nosotros el presente y el futuro de las Hermandades del Trabajo. Es necesario repensar, entrando en las raíces mismas de lo que ha sido y es Hermandades del Trabajo en la vida de la Iglesia. Pero repensar una manera de entregar esta salvación y esta buena noticia a este mundo por todos los lugares, y llenos de la alegría del Espíritu Santo.

Anunciemos. Pero, para ello, es necesario conocer a Jesús. Jesús es el que nos da a conocer lo que Dios quiere de nosotros. Lo acabamos de escuchar en el Evangelio que hemos proclamado: «Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre». Si me conocéis a mi. Conocer a Jesús nos da a conocer a Dios y nos da a conocer lo que Dios quiere de nosotros. Por tanto, no hay anuncio verdadero sin conocimiento de Jesucristo Nuestro Señor. No hay anuncio verdadero sin conocimiento de lo que el Señor quiere en este momento histórico en el que estamos viviendo. Lo que nos pide a todos nosotros.

Anunciar. Conocer. Y, en tercer lugar, orar. Como nos decía el Evangelio, «el que cree en Jesús hará las obras de Él». Hermandades del Trabajo nace fruto de la profundización en la vida del Evangelio, y de lo que significa esa profundización precisamente en este mundo del trabajo. Obrar como Jesús supone el haber conocido al Señor, el creer de verdad en Jesús, y el creer que las obras de Jesús pueden llevarse a cabo también por todos nosotros.

Queridos hermanos, hay algo en la vida de Jesucristo que a mi siempre me hizo ver lo que con tanta hondura dijo el Papa san Juan Pablo II: «De la primacía del valor ético del trabajo se derivan otras prioridades. Entre otras, la primacía del hombre sobre el trabajo mismo. También la primacía del trabajo sobre el capital. Y, por supuesto, el destino universal de los bienes sobre el derecho a la propiedad privada». Nos lo decía el Papa san Juan Pablo II en la encíclica Laborem Exercens. ¡Qué maravilla descubrir la primacía del hombre! ¿Es esto lo que mueve la vida, los proyectos, las búsquedas del hombre? ¿Es esto lo que mueve? Queridos hermanos: a veces nos lo creemos. Pero no es esto lo que mueve... No. La primacía del hombre. Tenemos que hacer grandes esfuerzos en esta humanidad, que llegó a alcanzar grandes metas, pero grandes esfuerzos para que nunca olvide al hombre. Fue el hombre al que Dios le dio el poder de cuidar todo lo que existe. Y, para no olvidar al hombre, urge, queridos hermanos, no olvidar a Dios que lo creó y lo hizo semejante a Él.

Es de una hondura y de una belleza extraordinaria que al comenzar este encuentro en Hermandades tengamos, en primer lugar, el encuentro con Jesucristo en la celebración de la Eucaristía. Es verdad que hoy surgen tareas importantes que afectan la hondura desde la que tenemos que hablar siempre de la cuestión social, relacionadas con la defensa de la vida, con los derechos fundamentales del hombre... Vivimos tiempos en los que la ciencia y la técnica nos brindan posibilidades extraordinarias para mejorar la existencia de todos los hombres si es que sabemos usar correctamente los descubrimientos que se vienen haciendo. Pero siempre es bueno recordar esas palabras del Papa san Juan Pablo II, cuando nos invitaba a ver en la vida la nueva frontera de la cuestión social. En la vida misma. Sí. En la Evangelium Vitae, nos dice el Papa, nunca olvidemos esto: la vida tal y como Dios nos la ha dado a los hombres. ¡Qué belleza adquiere la existencia de Hermandades cuando vemos que el trabajo pertenece a la condición originaria del hombre!. Sí. Leámosla con detención, llegando a la hondura con que se describe lo que supone que el creador plasmase al hombre a su imagen y semejanza, y nos invitó a trabajar esta tierra. Como nos dice la Biblia, «a causa del pecado el trabajo se transformó en fatiga y sudor». Pero el proyecto de Dios sobre el trabajo mantiene su valor inalterable: baste contemplar a Jesucristo semejante a nosotros, que dedicó años de su vida al trabajo. Necesitamos el trabajo para realizar, para hacer posible el desarrollo de la sociedad. El verdadero bien de la humanidad. Pero siempre sabiendo que el trabajo está en función del hombre, y no el hombre en función del trabajo. Y esto es lo que Hermandades nunca olvidó. Y, siempre que volvemos a los orígenes, nunca podremos olvidar.

Queridos hermanos: por eso, la Palabra de Dios que acabamos de proclamar nos ayuda a todos nosotros, por una parte, a descubrir que tenemos que anunciar la buena noticia del trabajo, de lo que es el trabajo, según la liberación que nos ha dado el Señor. Para ello, conozcamos a Jesús, porque en Jesús se nos ha mostrado lo que Dios quiere de nosotros. Pero también, para ello, obremos con Jesús. Y, para obrar con Jesús tenemos que entrar en una comunión viva con el Señor, como lo estamos intentando hacer esta mañana en esta celebración de la Eucaristía, donde el Señor se hace presente entre nosotros.

Que el Señor siempre nos bendiga, nos guarde y nos haga entender todo lo que... la belleza que adquieren esas páginas de la vida. Necesitamos el trabajo para realizarnos. Necesitamos el trabajo para hacer posible el desarrollo de la sociedad. Necesitamos el trabajo, que es un verdadero bien de la humanidad. Pero siempre, como nos decía el Papa san Juan Pablo II, sabiendo que el trabajo está en función del hombre, y no el hombre en función del trabajo. Y Hermandades supo hacerlo, ya desde el inicio. Y en este momento que vivimos, es necesario que volvamos a recuperar las raíces esenciales y fundamentales para poder hablar a este mundo del trabajo con credibilidad por nuestra parte.

Es verdad que toda renovación a veces requiere movimientos. Y movernos de la silla nos cuesta a todos, empezando por mi. Nos cuesta a todos. Pero sin movimientos no es posible la renovación. Haciéndolo con sensatez. Pero es necesaria la renovación. Entre otras cosas, porque el mundo en el que estamos ha cambiado. No es el mismo que cuando se inician las Hermandades del Trabajo. Y no se trata de cambiar lo fundamental: el origen, las dimensiones fundamentales... Sino de atender también a la realidad en la que está viviendo hoy este mundo del trabajo. Seremos fieles a quienes hicieron posible Hermandades si somos capaces de ser fieles al momento histórico que está viviendo el trabajo.

Que Jesucristo Nuestro Señor, que se hace presente aquí, en el altar, dentro de unos momentos, nos ayude a todos nosotros a redescubrir este mundo del trabajo, las necesidades que tiene, lo que en este momento se nos pide a todos nosotros, pero hacerlo desde la fuerza y la hondura que nos da Jesucristo Nuestro Señor, como se lo dio a Hermandades en el inicio de su trabajo como Hermandades del Trabajo en esta historia. Que el Señor nos bendiga y nos guarde a todos. Amén.

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