Homilías

Miércoles, 01 marzo 2023 16:13

Homilía del cardenal Osoro en la Misa del Miércoles de Ceniza (22-02-2023)

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Querido don José, obispo auxiliar. Queridos vicarios: vicario general, vicarios episcopales. Queridos rectores de nuestros dos seminarios, el Seminario Conciliar y el Seminario Redemptoris Mater, misionero. Queridos sacerdotes todos. Hermanos y hermanas.

Comenzamos este tiempo de Cuaresma. Un tiempo y una oportunidad que nos da Nuestro Señor para dar la versión a la vida, a nuestra vida; la que Él desea y quiere que presentemos como testigos recorriendo este mundo, en los diversos lugares donde estamos y vivimos, y desde las responsabilidades que cada uno de nosotros tenemos.

Hemos escuchado al Señor. Nos invita una vez más, y nos dice: «Convertíos y creed en el Evangelio». Estas palabras, tomadas del Evangelio de san Marcos, se nos dicen hoy en el momento de recibir el signo de la ceniza. En este miércoles, con toda la Iglesia, comenzamos nuestro camino cuaresmal. Comenzamos un camino de conversión para llegar así a la alegría de la Pascua con un corazón renovado.

Quizá la pregunta nuestra, esta tarde y esta noche, sería esta: ¿Qué significa este gesto de la ceniza al comenzar la Cuaresma? El tomar la ceniza es un gesto de humildad. Quiere decir que reconozco lo que soy: criatura frágil, limitada, hecha de tierra. La ceniza nos recuerda que nuestra existencia humana está limitada por la muerte. Pero también nos recuerda que esto no agota la verdad de la celebración que escucharemos como una gran Buena Noticia que el Señor quiere que llevemos a todos los hombres: «Convertíos y creed en el Evangelio».

Son una invitación, estas palabras, a vivir plenamente. La ceniza nos está recordando que estamos marcados por la ineludible realidad de la muerte. Pero también nos recuerda que, más allá de la muerte, se nos abren las puertas de la resurrección y de la vida. Esto significa que no podemos vivir absolutizando esta vida y construyéndonos sobre falsos valores. La Cuaresma retorna nuestra vida a que vivamos el realismo de unos hombres y mujeres creados por Dios, sabiendo que Él nos acompaña y que nos alienta a vivir de cara a Él, de cara a sus promesas, de cara a sus mandatos.

Al comenzar esta Cuaresma, somos llamados a una profunda conversión. «Convertíos». «Creed en el Evangelio». No vayáis por la vida creyendo no sé cuántas otras cosas más, que no dan sentido a vuestra existencia. Acoged la Buena Noticia. Acojamos a Jesucristo, queridos hermanos. Que nos regala una manera de vivir y de estar en el mundo. Que nos regala su fuerza, su gracia y su amor. «Convertíos. Creed en el Evangelio», se nos dice a cada uno al tomar la ceniza. Se trata de una invitación a un cambio profundo de nuestra vida, y a una adhesión a Jesús, que es el Evangelio vivo de Dios.

Miremos por un instante, queridos hermanos, el mundo en el que vivimos y que nos rodea. Mirémoslo. Contemplemos lo que está sucediendo en el mundo: las situaciones duras en las que tantos y tantos hombres y mujeres, jóvenes y niños, viven en muchas partes de la tierra. Contemplemos. Contemplemos nuestra propia realidad. Es necesario un cambio en profundidad. La adhesión a Jesucristo, la adhesión a alguien que es más que nosotros pero que nos ha dicho las posibilidades que tenemos cada ser humano para tomar una dirección en la vida, nos las regala Nuestro Señor. El Evangelio vivo de Dios.

Dos palabras: convertíos y creed. Convertíos. Es decir, el Señor nos está invitando a cambiar de manera de pensar y de actuar. Dios no puede cambiar nuestra sociedad sin que nosotros cambiemos personalmente. Lo podría hacer, pero quiere contar con nosotros. Y quiere hacernos santos. Todos somos urgidos en este tiempo, y somos urgidos a una verdadera conversión personal. Queridos hermanos: nuestro mundo necesita convertirse a Dios. Nuestro mundo necesita del amor de Dios. Necesita de su perdón. Necesita de su gracia. Necesita, el mundo en el que vivimos, que entre en nuestra vida la revelación de una manera de ser humano, y de ser humanos, que nos ha regalado Dios mismo haciéndose hombre.

«Convertíos». El Señor nos está llamando, y nos está diciendo: «Mirad. Que el mundo en el que vivís necesita de mi amor, y del perdón que yo os entrego». «Creed en el Evangelio». Necesitamos como nunca acoger la Buena Noticia del Evangelio de Jesús. Necesitamos creer en el poder transformador del Evangelio. Queridos hermanos: no estamos solos. Dios sostiene nuestra vida. El clamor de todos los que sufren, que están en una situación difícil, por la que atravesamos, nos está llamando a un cambio de vida.

El Evangelio de Jesús, el que acabamos de proclamar. nos propone tres medios para combatir el mal del mundo: la limosna, la oración y el ayuno. Eran las tres prácticas religiosas que había en el mundo que Jesús encontró cuando se hizo hombre.

En el Evangelio, Jesús descubre tres aspectos de la vida de un creyente que, se puede decir, abarcan todas las direcciones que están en el ser humano: para con Dios, a través de la oración, dejarnos y dejar que Dios nos llame; para con el prójimo, la limosna, ayudar al otro, con lo que somos y con lo que tenemos; y para con uno mismo, el ayuno. En estas tres direcciones, el discípulo de Jesús tiene que profundizar. El discípulo de Jesús no puede quedarse en lo exterior, sino situarse delante de Dios, que es el que nos conoce hasta lo más profundo de nuestro ser, sin buscar premios ni aplausos aquí abajo. Pero tiene que situarse, dejando que el Señor entre en estas tres direcciones de las que os acabo de hablar: con Dios, en el diálogo con Él, en la oración; con el prójimo, en la ayuda que podemos prestarle; y para con uno mismo, en ese ayuno que nos invita a descubrir lo grande que es Dios. En estas tres direcciones, se nos invita a situar nuestra vida.

Hoy, Dios nos invita a reconocer nuestra debilidad y la distancia que hay entre nosotros y el Evangelio, entre nosotros y la vida de fidelidad. Nos invita a contemplar a Jesús. Hoy, Dios nos invita a ser sinceros; a no quedarnos encerrados en nuestras faltas o en nuestra infidelidad al Evangelio, porque si nos quedamos ahí, quedaríamos atrapados con toda seguridad, y prisioneros de nosotros mismos. Por eso, el Señor nos invita a estas cosas. Tú, en cambio, cuando hagas limosna… Queridos hermanos: la limosna a la que se nos invita es la solidaridad con los hermanos. Es el compartir lo que tengamos en un mundo donde está creciendo el hambre; donde está creciendo la injusticia; donde está creciendo la idolatría de los bienes, que nos creemos que hace al hombre más feliz, y es mentira: le hace infeliz, lo engaña, lo defrauda, porque no realiza lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en lugar de Dios, que es la única fuente de felicidad y de vida. Tener lo necesario es importante. Y eso lo hemos de buscar también, en nuestra conversión, para todos los hombres.

«Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto». Es la oración que Jesús nos invita a retirarnos y a vivir desde lo más profundo de nuestro ser. Desde el interior. «Retirarnos a nuestro cuarto», en el original, era el local de la casa inaccesible a los extraños. El cuarto. Retírate a tu cuarto. Se trata de entrar en una profunda relación con Dios. Y mirar la vida desde ahí, con los ojos del Padre, como lo hizo Jesús. Ha llegado el momento de cerrar con cuidado la puerta, y de acoger esa mirada del Padre que vela sobre cada uno de nosotros; de hacer silencio para escuchar a Dios, que nos llama a una verdadera conversión.

Cuando ayunéis, no pongáis cara triste. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara. Que el ayuno cuaresmal no es para estar en forma; no es para reducir el peso; no es para es mejorar la imagen. El ayuno cuaresmal es una crítica a una sociedad de consumo, en la que estamos inmersos. Es un ayuno para compartir. Y para ir al encuentro de los que más necesitan.

Queridos hermanos y hermanas. ¿Veis qué bien suenan en nuestro corazón estas palabras a las que nos llama Jesús: «convertíos y creed en el Evangelio»? Al comenzar nuestra Cuaresma, los 40 días, hasta llegar a vivir y festejar la alegría de la Pascua, nos vamos a volver al Señor con las mismas palabras del salmo que hemos recitado hace un instante: oh Dios, crea en mí un corazón puro. Renuévame por dentro. Renuévame con espíritu firme. Devuélveme la alegría de tu salvación.

Es un tiempo oportuno para vivir también la celebración del sacramento del perdón. Ese sacramento que nos devuelve la identidad real. Con el que, a pesar de lo que tengamos, el Señor nos devuelve a la originalidad de nuestro ser. Un corazón puro. Una renovación por dentro. Un espíritu firme. Una alegría. La alegría de sabernos queridos por el Señor, y transformados por Él.

Queridos hermanos: os invito a todos, y me invito a mí mismo, a vivir este camino de conversión para así, en este tiempo, prepararnos para llegar a esa alegría pascual con un corazón totalmente renovado, más unidos a Jesucristo, más unidos a la Santa Madre Iglesia de la que somos parte, más convencidos de la tarea que tenemos que realizar en nuestro mundo para vivir identificados con el Señor. Lo absoluto de nuestra vida no es construirnos falsos valores. Lo absoluto de nuestra vida es Dios mismo, que se acerca a nosotros siempre que le dejamos entrar en nuestra vida.

Hoy también se acerca. No solamente en la Palabra, que nos abre a un tiempo de gracia impresionante. Se acerca a este altar, y se hace presente entre nosotros. Haciéndose presente, nos habla al corazón. Cuando hagas limosna, tú, no la hagas para hacer bien. Cuando ores, no lo hagas para que te vean. Cuando hagas limosna, repartes lo que tú tienes con otro que no tiene nada. Cuando oras, te abres a Dios plenamente. Y también ayuna, porque eso te recordará que lo que tienes que limpiar es tu corazón y tu vida.

Hermanos y hermanas: unidos a nuestro Señor Jesucristo, nos abrimos a este horizonte de conversión y de gracia que nos abre este día del Miércoles de Ceniza en este tiempo de Cuaresma que vamos a vivir, y que yo deseo que nuestra Iglesia que camina en Madrid lo viva plenamente, de tal manera, que en ese vivir plenamente la Cuaresma lleguemos necesitados de abrazarnos al Cristo que triunfa en la Resurrección. Que así hoy nos encontremos con Jesucristo.

Amén.

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