Homilías

Miércoles, 19 abril 2023 16:05

Homilía del cardenal Osoro en la Real Colegiata de San Isidro con los obispos de la CEE (19-04-2023)

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Queridos hermanos cardenales, arzobispos y obispos. Hermanos sacerdotes. Miembros de la vida consagrada. Presidente de la Real Congregación de San Isidro, y miembros de la Congregación. Queridos hermanos y hermanas.

Quiero iniciar mis palabras dando gracias a Dios por todas las gracias que en este Año Santo de san Isidro estamos recibiendo. Gracias a todos los miembros de la Conferencia Episcopal Española que han tenido la deferencia de acercarse a esta iglesia, a este lugar donde veneramos y se conserva el cuerpo incorrupto de san Isidro, y santa María de la Cabeza. Unirse a la Iglesia particular que camina en Madrid, y que celebra este Año Santo de san Isidro. Gracias de corazón en nombre de todos los madrileños a todos los obispos, y gracias por dar un reconocimiento y entrada en vuestra vida a este santo de la puerta de al lado como es San Isidro: un vecino de un Madrid muy diferente al que tenemos hoy, pero al que este santo le dio identidad cristiana, mostrando en y con su vida lo que es una familia cristiana, la dignidad del trabajo, la vida de caridad de la que fueron testigos también los vecinos de su tiempo.

En este Año Santo están siendo miles las personas procedentes de toda España, de América Latina, de Filipinas y de otras partes del mundo las que van pasando por esta basílica para rezar y pedir favores a san Isidro Labrador. Gracias, queridos hermanos obispos, en nombre de todos los madrileños que saben hacer de esta ciudad, en la que tiene su sede la Conferencia Episcopal Española, lugar de encuentro y fraternidad, construida día a día, en la que nadie se siente extraño. También para todos los que seguís esta celebración por TV nuestro abrazo de padres y pastores: que la paz de Cristo esté siempre con todos vosotros.

Queridos hermanos. ¡Qué bien vivía y mostraba con su vida san Isidro Labrador esas palabras que acabamos de escuchar!: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Jn 3, 16-21). Lo creía san Isidro, y lo manifestó con su vida. Sintamos todos nosotros, con gozo, la misión más apasionante, como es decir a todos los hombres lo que acabamos de escuchar en el Evangelio que hemos proclamado: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna».

En este día en que nos acercamos a esta Colegiata de San Isidro Labrador los obispos de la Conferencia Episcopal Española, quiero acercar a vuestro corazón tres realidades de su vida, de la vida de este santo: la fe, la esperanza y la caridad.

Él vive acogiendo el don de la fe y el ser testigo de la Resurrección. Mira y contempla las consecuencias que tiene para uno mismo y para la humanidad poner el «yo» en lugar de «Dios». Fijémonos en la vida de san Isidro y observemos cómo dio forma a su vida precisamente su vida de fe. Es la que da forma a su existencia. ¡Cuántos encuentros con Jesucristo! ¡Cuántos momentos con María la Madre de Jesús! Llevó la novedad de Dios con obras a todos los que encontró por su camino. Porque la fe es abrazar también a los que no formulan la vida desde la fe. Esos también son de los nuestros: nunca podemos lavarnos las manos.

En segundo lugar, vive en esperanza, como san Isidro, que para ello vivió en diálogo permanente con Dios. El diálogo con el Señor, la oración, nos da salidas siempre a nuestra existencia ante todas las situaciones en las que podamos vivir. El diálogo con el Señor nos ofrece y da capacidades para mostrar que la desesperación, el apocamiento, el encerrarse en uno mismo, el no tener horizontes… nos encierra e incapacita, mientras que el diálogo con el Señor nos abre a la esperanza. Me he emocionado muchas veces cuando vengo a esta Colegiata de San Isidro y me arrodillo ante el cuerpo de san Isidro y santa María de la Cabeza, su esposa, y pienso ante ellos: vosotros nunca dijisteis «no puedo más». Sin embargo, esta frase se pronuncia muchas veces en nuestra sociedad. El desesperado cuestiona también a Dios. Y una sociedad desesperada pone sus esperanzas en pequeñas cosas sin importancia. ¿Dónde estuvo la esperanza de san Isidro Labrador? Tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Él fue su esperanza. Un Dios que se hizo carne; que se ha hecho uno de nosotros, y nos acompaña; que nos llama y nos ama, y nos ha dado la vida; nos hace mirar al prójimo y provoca el hacer el bien, eliminando desesperanzas, envidias y celos.

Y, en tercer lugar, san Isidro vive con las medidas del amor de Dios. Regala su mismo amor. Él escuchó y amó con fuerza estas palabras que escuchaba en la predicación: «Yo soy la verdadera vid… permaneced en mí y yo en vosotros… pediréis lo que deseéis y se realizará» (Jn 15, 1-7). Vive regalando el amor mismo de Dios, desde esa comunión plena con Jesucristo. ¡Dios es amor! ¡Qué bien nos lo recordaba el Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est! No hay otro camino para el encuentro con Dios: amar y dejarse amar. Así vivió san Isidro.

¿Por qué el pueblo de Madrid captó y se entusiasmó con este santo? ¿Por qué ha marcado la vida, la historia, las tradiciones de Madrid este santo? Quisiera decíroslo con pocas palabras: cuando la altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, las personas entendemos que ese es el criterio decisivo para valorar positiva o negativamente la vida. Fue el amor al otro lo que hizo de san Isidro un santo del pueblo. El amor por el cual a uno le es grata la otra persona. El amor mueve a buscar lo mejor para la vida del otro; no excluye a nadie, construye una fraternidad y nos abre a todos. ¡Pobres de nosotros, cuando examinamos nuestra vida, y encontramos que estamos cerrados a alguien! El amor de Dios nos abre.

Hoy, reunidos aquí todos los obispos de la Conferencia Episcopal de España para celebrar la Eucaristía en esta Colegiata de San Isidro, pedimos al Señor, por intercesión de san Isidro Labrador, que encontremos en Jesucristo, donde la presencia real se realiza en el misterio de la Eucaristía, ese amor que necesitamos para tener vida y vivir, no para nosotros mismos, sino dando vida a los demás.

No olvidemos que la historia de Madrid y sus habitantes fue fraguada por la fe. Siempre hubo un espacio para Dios, que no es una idea: es una persona que nos da fuerza y capacidades para ampliar el círculo y convertirnos en una sociedad abierta que integra a todos, donde se da la verdadera amistad social. San Isidro oyó estas mismas palabras que nosotros hoy hemos escuchado y que se hacen verdad en el misterio de la Eucaristía, donde el Señor se manifiesta realmente en su Cuerpo y en su Sangre y nos dice: «Permaneced en mí… pues ese da fruto abundante… sin mí no podéis hacer nada». Al Señor lo recibimos, y nos acercamos en el Misterio de la Eucaristía a Él. San Isidro Labrador intercede por nosotros. Amén.

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