Homilías

Miércoles, 19 abril 2023 10:01

Homilía del cardenal Osoro en la Vigilia Pascual (8-04-2023)

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Querido arzobispo metropolitano del Patriarcado Ecuménico de España y Portugal: gracias por su presencia. Queridos hermanos, obispos auxiliares, don Juan Antonio, don José y don Jesús. Vicarios episcopales. Deán de la catedral. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos seminaristas. Hermanos y hermanas: queridas Comunidades Neocatecumenales que esta noche os hacéis presentes aquí, en esta Vigilia Pascual. Hermanos que estáis siguiendo esta celebración a través de TVE.

«Sí. No está aquí. Ha resucitado». Estas fueron las palabras del ángel a las mujeres que fueron al sepulcro. Pero estas palabras, hermanos, son para ti y para mí esta noche. Para todos nosotros. En esta noche de Pascua, llena de luz, y que da sentido hondo a nuestra vida humana. En este tiempo en el que vivimos, en el que a veces puede haber asfixias de miedo, de angustia o de dolor. Sin embargo, surge la luz de la vida, que es Jesucristo. Esta noche es más clara que el día. Que la luz de esta noche disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro mundo. Sí, queridos hermanos. Que las disipe.

«Al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro». Las mujeres son las primeras en madrugar. El amor madruga más que el sol, dice un dicho. Hace ver cuando está oscuro. El amor nos hace testigos. Ellas han testimoniado la muerte y sepultura de Cristo. Son representantes del compromiso y de la fidelidad de Jesús. Y, en este momento, aparece el ángel del Señor por la angustia de la muerte.

La piedra que cierra el sepulcro es también un símbolo de los bloqueos que nos frenan en nuestra vida entera. Hoy hay muchos hombres y mujeres que tienen la sensación de llevar una piedra encima que no les deja vivir. Esa piedra puede ser, o el lastre de un pasado doloroso, o las heridas que agobian nuestra vida, el sufrimiento que nos impide levantarnos y continuar nuestro camino... Tantas piedras. Esa piedra es también tanta injusticia que pesa sobre el mundo como una losa. Tantos sufrimientos... Guerras inconcebibles cercanas a nosotros. Quizás hemos intentado muchas veces liberarnos del peso de esa piedra. Pero todo ha sido en vano. Esta piedra puede ser todavía el miedo y la inseguridad en la que estamos viviendo. La pregunta que tenemos que hacernos esta noche es esta, queridos hermanos: ¿Qué piedra ahoga mi vida? ¿Qué piedra mi deseo de sentido? ¿De una vida profunda? ¿Te atreverás a salir del sepulcro? ¿Te atreverás?

La piedra que cierra, como es decía, es símbolo a vece de nuestros bloqueos, que frenan nuestra vida. Habéis visto cómo el ángel habló a las mujeres, y les dijo estas palabras: «No temáis, vosotras. Ya sé que buscáis a Jesús crucificado. No está aquí: ha resucitado. Ya no está en el sepulcro». Esto es lo que querría deciros esta noche, queridos hermanos, a todos. Sí. Ha empezado algo nuevo. Todo es nuevo. Todo es diferente. Todo puede ser diferente: en tu vida, en la mía, en la de todos los hombres. ¡Cristo ha resucitado! El crucificado no está aquí. ¡Resucitó! No se puede encontrar en el lugar de la muerte al que vive. No está en el sepulcro.

Aquellas mujeres no comprendían nada. Pero no salían del asombro. Habían acudido al sepulcro simplemente para cumplir con un deber de entrañable recuerdo, y quizá realizar un homenaje a quien había estado con ellas tantas veces.

Hermanos, el ángel del Señor se dirige esta noche también a nosotros para decirnos: ¡No está aquí! ¡Ha resucitado! Jesús no es un personaje del pasado. No. Vive. Él vive. Y es una presencia en nuestra vida. ¿Habíais pensado que todo se desvanece con la muerte, y que todo termina con la nada? ¿Dónde se apoya vuestra esperanza, queridos hermanos? ¿Cuál es el punto más sólido de vuestra vida? ¿De cada una de nuestras vidas? ¿Qué significa para mí esta noche que se me grite y se me diga: ¡Ha resucitado!?

Sí. Cristo ha resucitado. La muerte no tiene la última palabra. Por eso, en este día de Pascua, necesitamos renovar la certeza profunda de que la vida prevalece sobre la nada. Que el sentido prevalece sobre lo absurdo. Que la verdad, que es Jesucristo, permanece sobre la mentira. Que la justicia, que se revela en el Señor, y da las medidas auténticas de la justicia, prevalece sobre la injusticia. Que el amor, manifestado de una forma absoluta en Jesucristo, permanece sobre la violencia.

Quizá necesitásemos esta noche, de pronto, que saliese Jesús al encuentro. ¡Y sale esta noche! Sale esta noche, y nos dice lo mismo que Él dijo a aquellas mujeres: «Alegraos. No temáis. Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán. He resucitado. He vencido a la muerte. Estoy con vosotros. Os doy una manera nueva, absolutamente nueva, de vivir; de entregaros los unos a los otros; de vivir en la amistad, en la fraternidad; de construir una vida en la que nadie sienta que el hermano le mata, sino que le hace vivir». A estas mujeres les da el encargo de comunicar la Resurrección. La misión evangélica es comunicar a dos mujeres, por parte de Jesús, anunciar la vida y anunciar la alegría de la Resurrección. Que vayan a Galilea.

Es en Galilea donde se escuchó por primera vez la buena noticia de Dios y su designio de una vida nueva. Pero ahora, queridos hermanos, seremos todos nosotros, todos nosotros, los que tengamos que volver a anunciar esto. Al trabajo de cada día, a nuestras casas, a nuestras familias, a la sociedad entera, a los amigos... Es como si el Señor esta noche nos dijera a todos nosotros: «Volved a la realidad de cada día. A la vida ordinaria. Esa es vuestra Galilea. Pero, en esa vida ordinaria, vivid con la fuerza del Resucitado». »Me vais a encontrar. Yo os encuentro».

Queridos hermanos: los discípulos de Cristo podemos decir al mundo, y anunciar al mundo, que existe la esperanza. Que hay futuro para todos los hombres. Que la vida es posible. Que la vida es más fuerte que la muerte. La pasión del mundo continúa, pero ya ninguna cruz será maldita, y en todos los surcos de la muerte se siembra esperanza. Esa esperanza que sostiene nuestra vida. Y esa esperanza solo puede ser verdadera esperanza si se apoya en el Dios de la vida que se nos manifiesta en Jesucristo. Él nos ha hablado esta noche, Él se va a hacer presente en medio de nosotros. Él va a entrar en la vida de quienes van a ser bautizados en esta noche santa.

Sí, hermanos. Podéis decir al mundo que existe esperanza. ¡Demos esperanza! No con nuestras fuerzas, sino con la fuerza y la gracia de Nuestro Señor Jesucristo. Demos gracias a Dios, porque ha iluminado la historia de la humanidad con la luz del Resucitado. ¡Qué sería este mundo sin esa luz! ¡Qué seríamos nosotros sin esa luz! Demos gracias. La historia, con la luz del Resucitado, con la fuerza del Resucitado, es diferente. Es distinta. Tiene otra hondura. Tiene unas consecuencias especiales. Construye fraternidad. Destruye la mentira. Destruye las armas que no son propias para utilizarlas el ser humano. Hijo de Dios y hermano de todos los hombres. La pasión del mundo continúa. Pero no hay ninguna cruz maldita: todos los surcos de la muerte pueden estar sembrados de esperanza, y de hecho están sembrados de esperanza; de esa esperanza que sostiene nuestra vida; que se apoya en el Dios de la vida, que se ha manifestado en Jesucristo Nuestro Señor.

Por eso, queridos hermanos, en esta noche santa damos gracias a Dios porque ha iluminado la historia de la humanidad con Cristo Resucitado. ¡Qué diferente es la historia de esta humanidad con la luz de Cristo Resucitado a ponerle al margen! Es absolutamente nueva. Él hace posible que todas las noches, incluso las noches de tu corazón y del mío, estén llenas de claridad. Por eso, podemos decir esta noche todos juntos: «Oh, noche más clara que el día. Oh, noche más luminosa que el sol. Oh, noche que no conoce las tinieblas. Porque, cuando llegan las tinieblas, aparece la luz del Resucitado. Cristo, luz del mundo, enciende nuestras lámparas apagadas. Rompe las cadenas que podamos tener. Alienta en cada uno de nosotros la vida nueva».

Queridos hermanos: os deseo que la luz de esta Pascua no se apague nunca en nuestro corazón. Nunca. Siempre acercaos a esta luz. No lo olvidéis. ¡Ha resucitado! Está la luz entre nosotros. Dejemos que ilumine nuestra vida. «Oh, noche más luminosa que el sol. Oh, noche que no conoce las tinieblas». Cristo enciende tu lámpara apagada. Rompe tus cadenas. Alienta tu vida nueva. La que Él te ha dado.

Que la luz de la Pascua, queridos hermanos, nunca se apague en vuestro corazón. Y si alguna vez habéis tenido dudas, dejad que esa luz entre. Entra. Solo hace falta abrirle la vida. Abrir nuestro corazón. Que esta Pascua reavive en cada uno de nosotros el fuego de una renovada esperanza.

Queridos hermanos: ¡Cristo ha resucitado! No estamos reunidos aquí en nombre de un muerto que vivió hace 21 siglos. Estamos reunidos aquí en nombre de un Dios que se ha hecho hombre, que ha resucitado y que ha alcanzado para todos los hombres una vida absolutamente nueva.

¡Feliz Pascua a todos!, queridos hermanos. Que Cristo Nuestro Señor, que se va a hacer presente en el misterio de la Eucaristía en este altar, nos haga revivir en lo más hondo de nuestro corazón esa luz inmensa que él sabe entregar, y que nos hace ver la vida y a los demás de una forma absolutamente nueva.

Feliz Pascua a todos: a los que estáis aquí en esta celebración, y a los que estáis siguiendo esta celebración por TVE. Un abrazo de Pascua y alegría a todos.

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