
«Dicen que había un sembrador joven de corazón, que recorría los campos con una bolsa llena de semillas. Cada mañana salía temprano, con ilusión, y las iba lanzando en la tierra que encontraba». Así comenzaba el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, la homilía este jueves, 2 de octubre, en la catedral de la Almudena. Era la Misa corpore insepulto por el alma de José Antonio Álvarez, obispo auxiliar de Madrid, fallecido este miércoles, 1 de octubre. El corazón de la diócesis de Madrid, representado en los numerosísimos sacerdotes y fieles congregados en el primer templo madrileño, se volcaba en su obispo auxiliar.
Ese sembrador, continuaba el cardenal Cobo, escuchó un día, al amanecer, una voz: «Ha llegado la hora, deja tu saco y ven conmigo». «Aún no he terminado mi tarea», le respondió, pero la voz insistió: «No temas. Lo que sembraste es suficiente. Otros recogerán la cosecha. Tú ven, sígueme». Volvió la vista atrás, vio crecer flores y «comprendió que su misión no era verlo todo terminado, sino confiar en que la vida que había entregado daría fruto en las manos de Dios y en los corazones de su gente».
«Eso ha sido nuestro hermano José Antonio», ha continuado el arzobispo. Su vida ministerial —con sus fragilidades y sus grandes virtudes— ha sido un camino de entrega, de siembra silenciosa, de sacrificio escondido. Un sí continuo al “sígueme” que le dio al Señor, como su lema decía y como hemos aprendido conviviendo con él».
32 obispos y más de 500 sacerdotes
La Misa había comenzado con una solemne procesión de entrada al son de «si el Señor es mi luz y mi salvación, quien me hará temblar». «Nuestro amigo —decía el cardenal— nuestro hermano, ayer fue llamado al encuentro del Padre» con Jesucristo, «el principio y el fin de la historia». Alfa y omega, como representaba el Cirio Pascual situado a la derecha del féretro con los restos mortales del obispo auxiliar.
Un féretro colocado de cara al Pueblo de Dios, como corresponde a un obispo, que era revestido con su casulla y su mitra mientras la liturgia pedía a Dios que quede «revestido de la gloria en tu presencia»; con el báculo, signo del pastor, «para que sea reconocido ahora por Cristo, el Supremo Pastor»; y la Palabra «que se predica a los hermanos».
Un total de 32 obispos y más de 500 sacerdotes han participado en la celebración, acompañando con su oración a la madre del obispo fallecido, Ángela, a su hermana y su cuñado y a sus sobrinos. Entre los concelebrantes se encontraban los cardenales Carlos Osoro y Antonio María Rouco Varela, eméritos de Madrid, y los otros dos auxiliares de la diócesis, Vicente Martín y Juan Antonio Martínez Camino.
La gloria que viene de la Cruz
El cardenal Cobo continuaba su homilía. Un obispo, decía, un apóstol, «no deja grandes monumentos» sino «semillas: la Palabra predicada, los sacramentos celebrados, las lágrimas compartidas, la fe transmitida». La gloria, ha continuado, «viene de la Cruz; la gloria auténtica brota desde el sacrificio, desde el amor que no se guarda». La vida y sus sorpresas «no se entienden sin la pedagogía de la semilla, y solo a la luz de la Cruz».
«José Antonio ha ofrecido cada día lo que tenía, su oración, sus manos que bendecían, su forma de coger el pan y repartirlo en la Eucaristía». El arzobispo de Madrid ha subrayado también cómo el estilo de Cristo enseña a sembrar «desde la cercanía, la misericordia y la esperanza». En José Antonio, ha desgranado el cardenal Cobo, estas eran una cercanía a Dios, a la diócesis y a los hermanos; una misericordia caracterizada por el «no juzgar, sino abrir caminos», y la esperanza: «Su mirada señalaba a Cristo Resucitado; “lo que Dios quiera", decía continuamente».
El arzobispo ha concluido afirmando que «lo que queda de un pastor son las huellas de amor que ha dejado en esta diócesis», y «José Antonio se ha sembrado en nosotros». Y ha invitado a «preguntarnos qué siembra estoy dejando». «Que no temamos gastar la vida en el servicio», ha pedido, «es momento de sentir la llamada a sembrar juntos, por encima de nuestros planes y proyectos».
Tras la conclusión de la Eucaristía, el arzobispo ha asperjado el féretro con agua bendita y lo ha incensado, pidiendo que se abra la puerta del cielo para aquel que «consagró su vida a anunciar el Evangelio de Cristo». A continuación se ha formado la comitiva fúnebre hasta la cripta de la Almudena, donde los restos de José Antonio Álvarez han sido enterrados junto a la capilla del Santísimo.
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