«Celebramos la solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo». Con esta revelación –alfa y omega de la Iglesia universal–, el obispo auxiliar de Madrid monseñor Santos Montoya, comenzaba la solemne Eucaristía que presidió este domingo, 3 de junio, en la catedral de Santa María la Real de la Almudena. «Hemos escuchado la palabras de Jesús en el Evangelio: “Tomad, este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre de la alianza”. Conocemos esas palabras y, sin embargo, ¿cómo las recibimos? ¿nos dejan igual o nos conmueven?», preguntó a la comunidad allí reunida. Tal vez, destacó, «hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante este misterio», cuando «Jesús no nos está dando con estas palabras una mera información…». Detrás de ese misterio, recordó, se esconde «el testamento de Jesús» para que «nos aprovechemos de Él», para «nutrirnos hoy», para que «lo hagamos nuestro de tal manera que nos ayude a ofrecer la vida sin reservas para la salvación de todos».
En torno a este himno eucarístico, el prelado destacó que Dios está «especialmente» en la Eucaristía: «La fe lo señala de un modo especial», como también sabemos que «está presente en la Palabra, en los sacramentos, en las personas y, sobre todo, en los más necesitados». Eucaristía que «es alimento para la vida del mundo» y «no es un filtro que ciega o aleje de la realidad cotidiana».
«Humanidad y divinidad están unidas en el regalo de la Eucaristía»
Asimismo, monseñor Montoya destacó que «no podemos separar la persona de Jesús de su misión». De esta manera, «reconocerlo presente en la Eucaristía, nos lleva a reconocerlo fuera del templo». Y hacerlo, sin medida, «en las carencias de nuestro mundo» para «transformarlas en bien para todos: en la política, en la economía, en los medios de comunicación, en los desvalidos, dentro y fuera de nuestras fronteras, y en las víctimas».
Con los ojos puestos en la procesión que, al caer de la tarde, recorrería las calles de la capital, el prelado recordó que «humanidad y divinidad están definitivamente unidas en el regalo de la Eucaristía». Porque «no se puede ocultar lo que Dios ha querido mostrar», y porque «no hay miedo ni complejo en quien se afirma en esta presencia del Santísimo Sacramento del Altar».
Antes de terminar la homilía, hizo especial hincapié en los «peligros» o «tentaciones» que pueden acechar al que pone su corazón en el milagro del Pan de Vida: «Por una parte, encerrar a Cristo en el templo para evitar la intemperie de la calle, de lo público, de lo que incomode; y otra tentación de ir a las calles y a los distintos ambientes sin la caridad de Cristo que se nos ofrece permanentemente en la Eucaristía». Recordad que «la Eucaristía no es un museo», concluyó, y «quien se acerque con fe a este misterio vivo y vivificante, quedará transformado». Al término de la Misa, el Santísimo quedó expuesto en el altar de la Virgen para su adoración.
El Santísimo recorre las calles de Madrid
A las 19:00 horas, comenzó la solemne procesión por las calles de Madrid, presidida por monseñor Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar, acompañado por los obispos auxiliares monseñor José Cobo, monseñor Santos Montoya y monseñor Jesús Vidal. La procesión recorrió las calles Bailén, Mayor, Milaneses, Santiago, Lepanto, plaza de Oriente, Pavía y San Quintín, para regresar por Bailén a la plaza de la Almudena. Por la posibilidad de lluvia, Conservación del Ayuntamiento de Madrid prefirió que no saliera la tradicional custodia del siglo XVI. El Cabildo decidió usar una custodia de la catedral en andas a hombros de los seminaristas.
Antes de la reserva del Santísimo, monseñor Martínez Camino impartió la bendición con el Santísimo a los fieles congregados.
Una prolongación del Jueves Santo y un culto público y solemne de adoración, de amor y de gratitud a Jesús Eucaristía por el regalo que nos dio el día de la Última Cena, cuando quiso quedarse con nosotros «todos los días, hasta el fin del mundo».
