Archidiocesis de Madrid - «Que nunca falten en nuestra querida diócesis de Madrid sacerdotes santos y apóstoles»

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Lunes, 10 mayo 2021 15:51

«Que nunca falten en nuestra querida diócesis de Madrid sacerdotes santos y apóstoles»

El arzobispo de Madrid se ha reunido con los sacerdotes que en los años 2020 y 2021 han cumplido las bodas de plata y las bodas de oro sacerdotales, en el día en que la Iglesia celebra a san Juan de Ávila, patrono del clero secular español. «Gracias por vuestra vida», les ha transmitido, por esos 50 y 25 años «de entrega y servicio a la Iglesia y a la diócesis» en los que «habéis sido capaces de mantener esa fidelidad a Nuestro Señor». Unas vidas, ha reconocido, con «momentos de luz y quizá más oscuros; pero en todas las circunstancias, saber responder a Nuestro Señor Jesucristo y decirle sí es importante». Y por encima de todo, «habéis querido dar a conocer a Nuestro Señor y seguir a la Iglesia, que es nuestra madre» y «que nos entrega lo mejor: a Jesucristo».

El encuentro ha tenido lugar en el salón de actos del Seminario Conciliar de Madrid, en el que, manteniendo todas las medidas de seguridad, se han reunido más de medio centenar de sacerdotes homenajeados. Les han acompañado los cuatro obispos auxiliares de Madrid, monseñor José Cobo, monseñor Juan Anotnio Martínez Camino, SJ, monseñor Jesús Vidal y monseñor Santos Montoya, así como el vicario episcopal del Clero, Gil González.

De manos del cardenal Osoro, los presbíteros han recibido como regalo dos documentos de la Comisión Teológica Internacional: La libertad religiosa para el bien de todos (edición con comentarios coordinada por Javier María Prades), y La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia (edición con comentarios coordinada por Santiago Madrigal). Asimismo, se les ha hecho entrega de la bendición apostólica del Papa Francisco por su aniversario de ordenación presbiteral.

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El arzobispo, en su intervención, ha destacado del patrón del clero que fue «un hombre de su tiempo, que abrazó el comienzo del desarrollo de un nuevo humanismo en el que la persona había descubierto su dignidad», un «gran defensor de la igualdad entre cristianos viejos y nuevos, los judíos conversos», un santo que hizo un llamamiento a una «vida de oración y penitencia» y un doctor de la Iglesia que creó la Universidad de Baeza «para hacer de alguna forma una universidad pastoral».

«Si volviera a nacer sería de nuevo sacerdote»

En el turno de testimonios, José Luis Montes, que hizo sus bodas de oro sacerdotales en 2020, ha definido en dos palabras lo que han significado para él estos años: gratitud y gozo. Gratitud «a Dios, por haber nacido en el seno de una familia cristiana y porque, sin mérito mío, me llamó al ministerio sacerdotal». Gratitud también hacia el que fuera primer arzobispo de Madrid, «don Casimiro [Morcillo], que creó muchas parroquias en el extrarradio», en línea con las «exigencias del Concilio Vaticano II» y al más puro estilo de una «pastoral en salida». Y gratitud hacia «todos los obispos de Madrid, por su confianza». El sacerdote, responsable de Patrimonio, ha concluido: «Pese a todas las dificultades mi gozo sigue siendo íntegro, y si volviera a nacer sería de nuevo sacerdote».

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Pedro Muñoz, párroco de Santa Inés (Villaverde), cumplió el pasado 4 de mayo sus 25 años como sacerdote. «Doy gracias a Cristo Jesús que se fio de mí y me confió este ministerio», ha comenzado su intervención, utilizando las mismas palabras que el apóstol Pedro en su primera carta. Ha querido dar las gracias también a la Iglesia, «que nos ha ido capacitando para el servicio», a la familia, a los amigos y «a los hermanos sacerdotes», cuyas vidas son como «vasijas en manos del alfarero». «Merece la pena ser sacerdote», ha afirmado, a la vez que ha pedido «que nunca falten en nuestra querida diócesis de Madrid sacerdotes santos y apóstoles».

Muñoz ha indicado asimismo que «la clave del sacerdote no es otra que el amor» y que su «mejor homilía» es la propia vida. «Un mundo herido de pobrezas solo se conmueve ante el testigo». Y ha reclamado la «necesidad de una cada vez más intensa y comprometida vida interior» que actualice todo lo que supuso la imposición de manos en el momento de la ordenación, y que esté «nutrida de la Eucaristía y la Palabra».

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Espiritualidad acorde a los tiempos

El acto ha contado igualmente con una ponencia de Ángel Cordovilla, sacerdote y profesor de Teología de la Universidad Pontificia Comillas, que ha hablado de la necesidad de «renovar nuestra vocación y ministerio desde una espiritualidad acorde con el cambio cultural». Así, ha ido desgranando el decálogo de espiritualidad del ministerio apostólico presbiteral que comienza por recuperar una espiritualidad teologal. «El sacerdote es ante todo el memorial de Dios en un mundo que prácticamente vive como si no existiera», y puesto que «hay una sed de espiritualidad», se impone una orientación «desde el discernimiento» del «anhelo del espíritu» hacia el «verdadero Espíritu».

Cordovilla se ha referido también a una espiritualidad de la diáspora. «La Iglesia ha pasado a ser –ha destacado– la pequeña levadura destinada a fermentar toda la masa». En un mundo en el que ella ya no es el centro de la vida social, y en el que el sacerdote se enfrenta a una «marginación» y pérdida del «rol tradicional», «es necesario ejercitar la espiritualidad de la diáspora», ser «hombres del encuentro y del diálogo».

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Sobre la espiritualidad de la comunión y la fraternidad, el ponente ha recordado que «los sacerdotes somos ante todo y en primer lugar hermanos entre hermanos», algo que viene determinado por el Bautismo; el Orden confiere el «carácter paternal». Esto conlleva también una espiritualidad encarnada y secular: «Somos hombres entre los hombres». El profesor ha añadido que «no somos ángeles, sino hombres como los demás» con un origen que está en Dios y un destino «al que somos enviados: el mundo». La secularidad, ha matizado, «no es sinónimo de mundanidad, sino expresión de cercanía a los hombres».

Peregrinos en camino

Pero antes de ser enviados, «los presbíteros somos discípulos llamados por Cristo a seguirle». Es la espiritualidad del discípulo, y en ella juega un papel fundamental la formación. La vocación sacerdotal «es acogida y vivida con fidelidad en un proceso de continua conversión». «Podemos y debemos cambiar las estructuras pastorales», pero sin esta conversión, «serán cambios superficiales». «Siempre somos peregrinos –ha indicado– en camino detrás de Jesús».

Además de discípulo, el sacerdote es también apóstol. Es la espiritualidad apostólica, y en este sentido ha aclarado que «el presbítero actúa salvíficamente en nombre de Cristo, pero no somos Cristo». Es más bien Cristo, ha explicado, quien «por la fuerza del Espíritu» se hace presente a través de los gestos, las palabras, las acciones del sacerdote.

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Otra de las espiritualidades es la de la Palabra. La Eucaristía no está en riesgo, ha destacado el profesor, pero «a veces ponemos en riesgo el ministerio profético de acoger la Palabra», lo que exige «esfuerzo y paciencia», y a su vez se pide «audacia en su predicación». «Desde la Palabra iluminamos nuestra vida cotidiana para descubrir la voluntad de Dios» en el día a día. Sobre la espiritualidad eucarística, ha remitido a las enseñanzas de san Juan Pablo II, cuando hablaba de hacer de las palabras de la consagración una fórmula de vida.

El sacerdote es, ante todo, pastor, ha destacado Cordovilla al reclamar una espiritualidad pastoral. La misión es «reunir y conducir a la comunidad cristiana». Por último, el ponente se ha referido a la espiritualidad de la vida cotidiana. El ejercicio del ministerio, el estudio de la Palabra, las relaciones personales, los tiempos de ocio y descanso… «todo va tejiendo nuestra vida» como vocación y como misión. «La vocación sacerdotal –ha concluido– no está llamada a desaparecer, tiene futuro». Pero hay que hacer posible que los padres no digan, como en la película Si Dios quiere, «yo no quiero un hijo gaitero» –que daba título a la conferencia–, sino que «se llenen de gozo» ante la posibilidad de una vida plena y feliz para él.

Los actos de homenaje han finalizado con una Eucaristía celebrada en la capilla del Seminario Conciliar.

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