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Sábado, 13 febrero 2021 09:00

Nuestra Señora de la Flor de Lis

Nuestra Señora de la Flor de Lis

Una de las joyas que alberga la cripta de la catedral de la Almudena es la imagen de Nuestra Señora de la Flor de Lis. Junto a la Virgen de Atocha, la Paloma y la patrona, la Virgen de la Almudena, conforman las cuatro advocaciones marianas más apreciadas de nuestra ciudad.

¿Qué se conoce de su historia? Según una antigua tradición, corría el año 1083 cuando Madrid fue reconquistado por el rey Alfonso VI. El monarca, antes de partir hacia la batalla en Toledo, lo primero que quiso hacer fue consagrar la antigua mezquita como parroquia, y dedicarla a Santa María. Mandó pintar una imagen de Nuestra Señora en la misma pared del altar mayor para que el pueblo pudiera venerar a la Virgen, a la espera de que fuera encontrada en la muralla de la ciudad aquella imagen que había sido guardada a salvo en un hueco del muro de la ciudad, ante la inminente llegada de los musulmanes.

Se pintó a la Madre de Dios sentada con el Niño Jesús a un lado, y con su mano derecha sosteniendo un tallo. Al parecer, para pintar el rostro, el artista se inspiró en la esposa de Alfonso VI, Constanza de Borgoña, hija del rey francés Enrique I. Y la flor sería un lirio, una flor de lis, tal vez en honor de la procedencia dinástica de esta reina, y sin duda también como símbolo de la pureza virginal, el lilium candidum.

Lope de Vega alude en sus versos a esta flor y al linaje francés de la reina:

Si mudando la Imagen soberana,
Otra se halló de celestial decoro,
Que, en la mano, en quien Eva la manzana,
Tenía para el Niño, un lirio de oro;
Premisas son que a la esperanza humana
Favor prometen del empíreo coro
A vuestra santa flor de lis francesa,
Y que será de la capilla empresa.

Sin embargo, con el paso del tiempo, desconociéndose cómo y cuándo, se mandó construir un retablo en la capilla mayor, quedando la pintura de Nuestra Señora de la Flor de Lis escondida tras él. «En cuyo sitio estuvo oculta, y olvidada su memoria» durante más de 500 años, al cabo de los cuales, en 1623, al quitar unos tableros del retablo, fue descubierta.

Los cronistas madrileños del siglo XVII dieron rendida cuenta del descubrimiento de la antigua pintura, siendo Jerónimo de la Quintana en su obra A la muy noble, antigua y coronada Villa de Madrid de 1629, quien más detalles nos ofrece.

Fue por aquellas fechas cuando la reina Isabel de Borbón, encinta de la infanta Margarita de Austria –la cual nació el 25 de noviembre de 1623– se acercó a rezar una novena a la Virgen de la Almudena para implorar la divina clemencia en un feliz alumbramiento. Parece ser que estaba entonces esta imagen en una capilla pequeña de la parroquia de Santa María, y porque la novena fuese más solemne y se cumpliese mejor la devota voluntad de la reina, la llevaron al altar mayor. «Queriendo acomodar trono más decente a su grandeza, quitaron unos tableros del retablo, y al moverlos descubrieron detrás de él una imagen de Nuestra Señora con el Niño Dios en brazos, y sobre dos columnas a ambos lados, formando un arco pintado, a imitación de un nicho en el retablo».

Cuando la reina recibió la noticia del hallazgo, dispuso sacar una copia para su oratorio, lo que determinó que el resto de las damas de la Corte, siguiendo su ejemplo, sacaran otras, demostrando de esta forma su cariño a la Virgen.

El padre Juan de Villafañe, SJ, en su Compendio histórico de las milagrosas imágenes de María Santísima de 1740, sigue a Jerónimo de la Quintana y recoge la siguiente anécdota relativa a su advocación: «Cuando mudaron la Santa Imagen de la pared […] un devoto suyo de grande autoridad, ignorando su nombre, como todos los demás, dispuso que de algún modo corriente, a cuenta del Cielo, el dárseles, y para esto dio orden se celebrase una misa solemne a Nuestra Señora de la Almudena, y acabado el sacrificio, el sacerdote mismo sacó una cédula de las muchas que se barajaron en un cofrecillo, en que se escribieron varios nombres, y en la que salió, se leía el de Nuestra Señora de la Flor de Lis, y con este nombre quedó desde aquel día».

Si bien la tradición y la leyenda nos acercan a la historia de la Nuestra Señora de la Flor de Lis, al estudiar sus características formales y técnicas, nos damos cuenta de que en realidad se trata de una obra pictórica de estilo gótico y datada a finales del siglo XIII. Fue ejecutada con la técnica al fresco sobre muro, aunque con toques posteriores de óleo, que han sido retirados en la última restauración.

Continuando con nuestro relato, la pintura siguió escondida tras el retablo unos cuantos años más, hasta 1638, cuando la iglesia de Santa María sufrió reformas en su estructura. El antiguo ábside románico iba a ser sustituido por una nueva cabecera cuadrada, con un nuevo camarín que albergaría un retablo barroco para la patrona, la Virgen de la Almudena. Por este motivo, la primitiva representación de la flor de lis fue recortada de la pared del ábside y trasladada a los pies del templo.

Paso por varios templos

Poco tiempo después aquella imagen fue cambiada a un nuevo altar, entre las capillas de Santa Anta y la del Cristo de la Salud y San Antonio el Guindero. En este lugar se mantuvo hasta el derribo del templo en 1868 cuando, junto con el resto de los bienes parroquiales, fue trasladada al vecino convento del Santísimo Sacramento, ocupando el primer altar de la izquierda, contiguo a la pila del agua bendita. Allí permaneció hasta su emplazamiento definitivo en la cripta de la catedral de la Almudena en 1911, donde hoy día puede seguir siendo admirada y venerada.

En 1834 una Congregación de Jardineros la nombró su patrona, fijando el día de fiesta el 17 de octubre. Años después se fundaría la nueva Real e Ilustre Congregación de Nuestra Señora de la Flor de Lis, aprobada por la reina Isabel II en 1848, y de la que formaron parte numerosas personalidades de la Corte. Mensualmente siguen celebrándose solemnes cultos los días 17.

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