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Viernes, 18 marzo 2022 10:20

Javierada 2022: «Vuelvo muy agradecida, con mucha paz y con ganas de seguir sirviendo»

Javierada 2022: «Vuelvo muy agradecida, con mucha paz y con ganas de seguir sirviendo»

Siglos antes de que Francisco de Jasso y Azpilicueta (san Francisco Javier) naciera y creciera en él, el castillo de Javier ya recibía las visitas de los vecinos, que acudían para venerar al Cristo de su capilla. En las últimas décadas del siglo XV el edificio pertenecía a María de Azpilicueta, hija de los señores de Javier y casada con Juan de Jasso. Allí nacerían sus cinco hijos, el último de ellos en 1502. Lo llamaron Francisco.

Cuando cumplió los 26 años, partió de este mismo castillo con destino a París para estudiar en la Sorbona, y esto le cambiaría la vida para siempre. Allí conoció a un joven Íñigo de Loyola, junto al que comenzaría la aventura de la Compañía de Jesús. Francisco Javier murió en 1522 a las puertas de China, después de una intensa evangelización por la India y Japón. Tenía 46 años.

Las peregrinaciones a su casa natal continuaron, ya con él como intercesor. El origen de la primera Javierada como tal se remonta a 1886, cuando cerca de 20.000 ciudadanos de Pamplona acudieron al santo en acción de gracias por haberlos protegido de la epidemia de cólera del año anterior. A principios del siglo XX, la entonces dueña del castillo –y de la basílica que se había construido junto a sus muros–, la XV duquesa de Villahermosa, lo donó a la Compañía de Jesús. A partir de 1940, las Javieradas se oficializaron, realizándose dos cada año, ambas en el mes de marzo. Excepto en estos dos últimos años de pandemia, que no ha habido.

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Por eso, este 2022 había ganas. Un año además que coincide con el 400 aniversario de la canonización del santo, que subió a los altares a la vez que san Isidro, santa Teresa de Ávila, san Felipe Neri y su gran amigo Ignacio de Loyola. Para Andrea Gutiérrez, de 25 años, era su primera peregrinación a Javier, «y encima de voluntaria» (en la imagen principal, la segunda por la derecha). Efectivamente, ella ha sido una de los doce integrantes del equipo de la Delegación Episcopal de Jóvenes que ha ido a Javier en servicio, el fin de semana del 11 al 13 de marzo.

«Lo vives con entrega, disponibilidad y mucha alegría; siempre hay cosas que hacer». Y aunque tenían encomendados a más de 650 jóvenes, ha ido todo «sorprendentemente bien, ellos mismos se ofrecían para ayudar». Andrea ha vuelto a Madrid «muy agradecida, con mucha paz y con ganas de seguir sirviendo», porque para ella ha sido toda una experiencia poder «poner mi granito de arena para que los jóvenes pudieran disfrutar».

También está muy conmovida por todo lo que han vivido, desde la convivencia en el seminario de Pamplona, donde estuvieron alojados, hasta la caminata a Javier del sábado por la mañana. En las cinco horas que tardaron en llegar «dio tiempo de hablar, de reflexionar, de rezar, de conocer gente de otras parroquias… Fue muy ameno».

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Paz, perdón y reconciliación

Ya por la tarde, en la explanada del castillo, se celebró la Eucaristía. Presidida por el arzobispo de Pamplona y Tudela, monseñor Francisco Pérez, estuvo concelebrada también por, entre otros, monseñor Santos Montoya, actual obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño y hasta hace unas semanas obispo auxiliar de Madrid. Durante la homilía, el arzobispo habló de paz, perdón y reconciliación: «Si confesamos nuestro pecado ante Dios nos convertimos en un excelente signo de la mejor medicina que sana y fortalece al ser humano: sentirse perdonados por Dios».

Los jóvenes de Madrid habían partido el viernes 11 de marzo con destino a Pamplona tras una celebración de envío en la parroquia San Juan de la Cruz que estuvo presidida por monseñor José Cobo, obispo auxiliar de Madrid. La jornada del sábado concluyó con una vigilia por la noche en una parroquia cercana al seminario de Pamplona. «Qué alegría haber podido ir, ha merecido la pena; lo recomiendo totalmente», concluye Andrea.

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La vuelta del domingo tuvo parada en Santo Domingo de la Calzada, donde los peregrinos participaron en una Eucaristía presidida por monseñor Montoya. Lo que les trasladó en la homilía resume la peregrinación de María Romero, una de las responsables del grupo de San Jorge (60 jóvenes, parte de ellos en la fotografía superior): «La peregrinación es un don porque te metes en el corazón de los demás, en el tuyo propio y en el de Dios».

Para María, de 24 años, no era su primera peregrinación, «he ido ya a tres o cuatro», pero había ilusiones renovadas porque la última, la de 2020, se suspendió sobre la marcha: estaba programada para el fin de semana que se decretó el Estado de alarma.

«La Javierada nos sirve –explica– para ayudar a los chavales a entender la vida parroquial». Al ser unos días de convivencia más profunda, «se conocen más entre sí y generan ese sentido de pertenencia a una comunidad». Por no hablar, añade, de «lo más bonito», que es ese «encuentro con otras personas», el estar pendiente de los demás, «donde uno no llega, llega otro»... En definitiva, María vuelve a casa con un «gracias» en mayúsculas.

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