El domingo 27 de julio se celebrará la V Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, con el lema: Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza (cf. Si 14,2). Esta jornada, instituida por el papa Francisco, tiene lugar cada año el cuarto domingo de julio, en torno a la memoria litúrgica de los santos Joaquín y Ana, abuelos de Jesús. En su primer mensaje para esta Jornada, el papa León XIV invita «a reconocer a los ancianos no solo como destinatarios de la atención pastoral, sino como testigos de la esperanza que, de manera activa, son protagonistas de la vida eclesial».
Misa en la catedral de la Almudena
La Delegación de Pastoral con las Personas Mayores, integrada por la Delegación de Familia y Vida, Delegación de Pastoral de la Salud, Caritas Diocesana de Madrid, Vida Ascendente y Confer Madrid, invitan a todas las parroquias, asociaciones y comunidades eclesiales, a toda la Diócesis de Madrid, a unirse a esta Jornada Mundial que quiere ser un homenaje a los abuelos y las personas mayores.
Por ello, el domingo 27 de julio, a las 12:00 horas, se celebrará una misa en la catedral de Santa María la Real de la Almudena, presidida por el obispo auxiliar de Madrid, monseñor José Antonio Álvarez. «Será un momento para dar gracias junto a ellos por este curso que concluye y por los encuentros vividos», señalan los delegados, María Bazal y José Barceló, quienes destacan el carácter diocesano de estas celebraciones y su acogida en la catedral como denominadores comunes.
El arzobispo de Madrid, cardenal José Cobo, ha subrayado en diversas ocasiones que la catedral es un lugar de unidad y encuentro, con una especial vinculación a la Virgen de la Almudena, patrona de la ciudad. Ha recordado también que «la diversidad no debe ser vista como un obstáculo, sino como una riqueza que enriquece a la comunidad», y ha animado a mirar a la Virgen como modelo de unidad vivida en la pluralidad.
Desde la Delegación explican que desean cerrar este ciclo en la catedral, de la mano de Nuestra Madre y junto a nuestros mayores. «Los abuelos son testigos vivos de la fe y de la esperanza; pilares fundamentales de las familias y de nuestras comunidades. Su presencia es un don insustituible: si no existieran, habría que inventarlos», concluyen.