«Vi a este santo labrador en muchas escenas de su vida doméstica. […] Era alto y esbelto. […] Vi también a su mujer, que era alta, hermosa y muy santa. […] En la casa había mucho orden y limpieza. […] Vile y vi también a su mujer unir a todas las obras que hacían la oración, y especialmente bendecir los manjares siempre que comían». Así describía la beata Ana Catalina Emmerick una de las visiones que tuvo de san Isidro Labrador. Un santo del día a día, cuya vida, según lo que cuenta, estaba impregnada de Dios. Y eso le llevaba a la caridad: «Vi que todo se lo daban a los pobres y que muchas veces no tenían casi nada en la casa, pero confiados en Dios buscaban y hallaban abundantes provisiones».
Cuando el párroco de San Isidro Labrador de Carabanchel, Braulio Cuenca, predica sobre el patrón de Madrid, le gusta incidir en esta vida suya confiada. «Fue un hombre de oración, de fe sencilla que supo ver lo sobrenatural de su vida». «Aquí se le tiene devoción, y se fomenta» hablando mucho de él, porque, y usa palabras de san Agustín, «no se ama lo que no se conoce». «A la gente hay que inculcarle la comunión de los santos y lo que este santo representa también para la Iglesia», continúa. Este Año Santo que la Santa Sede ha concedido a Madrid por los 400 años de su canonización está siendo una ocasión única para acercarse más a esta figura; también físicamente, porque ya ha habido muchos que han peregrinado a la colegiata de San Isidro para rezar ante sus cuerpo, que permanece incorrupto.
La parroquia ha celebrado el 50 aniversario de su erección canónica. Nació el 5 de febrero de 1971, a la vez que el barrio. Eran pisos de nueva construcción en el corazón de Carabanchel, aquel cuyas tierras [de su patrón, Iván de Vargas] labraba el santo. De hecho, a escasos diez minutos andando se encuentra la ermita que se llamaba de Santa María Magdalena, y a la que Isidro acudía a rezar en los descansos de sus tareas.
Aún conservan en San Isidro Labrador la figura originaria de madera del santo en el presbiterio. Hace cinco años las policromaron como parte de una intervención completa en el templo en la que, entre otras, se le dio más luz al pintar los ladrillos de blanco. Así se la ha encontrado, en este 50 aniversario, Jessica, con la que hablamos porque casualmente ha ido a por la partida de Bautismo de su hijo Hugo, que hace este año la Primera Comunión. «¡No estaba ni la mitad de bonita que ahora!», exclama, y recuerda lo especial que fue esa celebración y lo acogidos que se sintieron. Ya no viven allí, pero «parece que fue hace dos días».
También se lo parece a Maribel, que llegó «hace más de 50 años» al barrio, cuando se casó, y que aún guarda en la memoria cómo su madre —«me traje a mis padres a vivir aquí»— y muchas más vecinas, iban casa por casa recaudando fondos para la construcción del templo (fue inaugurado en 1988). Una especie de operación ladrillo porque la parroquia, en realidad, nació en los bajos de un bloque de viviendas, que aún se conserva, y en los que celebran a día de hoy alguna de las siete comunidades del Camino Neocatecumenal con las que cuenta (en la imagen inferior, el párroco en lo que fue la iglesia original).
«Antes había más unión», rememora con nostalgia Nacha, con sus tres hijos bautizados en la parroquia, y uno de ellos, además, casado allí. «Hay menos gente joven en el barrio», lo que no quita que el templo se llene de familias con niños pequeños para las celebraciones. En estos locales también se reúne Vida Ascendente, se dan las catequesis (a partir de posconfirmación, acompañados por padrinos del Camino), ensayan los jóvenes que representan el musical de San Isidro allá donde lo piden, y está el despacho de Cáritas, desde el que se atiende cada a más a cerca de 100 familias.
Ahora no es como en plena pandemia, cuando les llegaba directamente gente que pasaba hambre, «pero la crisis continúa», señala Braulio. De hecho, una de las salas de celebraciones aún continúa como almacén, que, por cierto, al día siguiente de nuestra visita se llenará con 7.000 kilos de alimentos. Un signo de cómo estas salas, que Kiko Argüello pensó como si fueran un útero porque de ellas nacen los hijos de la Iglesia, se convierten también en dadoras de vida a los excluidos.
Recuperarse tras la pandemia
«Con la pandemia todo se fue al garete». Lo dice, también con tristeza, Maribel, que recuerda las clases que tenían de manualidades, bolillos, ganchillo, costura, gimnasia… «Éramos casi 200 personas, y además con esto ayudábamos a la parroquia», a razón de seis euros por persona al mes. Maribel y Nacha nos cuentan esto mientras retocan los elementos del belén que están preparando, de manera anticipada, para la visita del arzobispo de Madrid, cardenal Osoro, este domingo, 8 de octubre. Junto a ellas están Baltasar, Amador, Pepe el belenista…
Ya nos lo había dicho el párroco: el belén es una pastoral más en la parroquia, y con muchísimo peso, porque «es una forma de catequizar». Tanto, que cada año acuden a verlo no solo los niños de la parroquia, sino de otras de la zona y también de colegios. Este año será un belén que recreará el Mayrit de aquel siglo XII en el que vivió san Isidro, con una figura del patrón hecha de propio por el maestro José Luis Mayo.
El cardenal Osoro, que presidió una Misa de acción de gracias por esos 50 años de vida de la parroquia el domingo 9 de octubre, quedó muy «impresionado» por el montaje. Lo pudo apreciar tras la Eucaristía, al igual que otros que ha hecho el equipo de belenistas, entre ellos, una reproducción a escala del templo de Jerusalén.
Durante la homilía, el arzobispo de Madrid trasladó a los fieles la necesidad de la evangelización en este mundo de hoy, y tuvo un recuerdo para san Isidro, titular de la parroquia. En este sentido, se refirió a la Ruta de san Isidro y puso en valor el musical sobre la vida del patrón de Madrid que representan los jóvenes de la parroquia desde hace años.
