«Ha sido un regalo, muestra de la gratuidad del amor de Jesús, totalmente inmerecido». Miriam Blanco forma parte del grupo de once jóvenes que, junto a Luis Melchor, director del secretariado de Infancia y Juventud de la Delegación de Jóvenes de la diócesis de Madrid, han vivido en Turín (Italia) el Encuentro Europeo de Jóvenes de Taizé. Cancelada en un principio la presencialidad a causa del impacto del coronavirus en toda Europa, pocos días antes de su celebración la organización comunicó a la delegación que finalmente se permitiría el viaje de grupos pequeños de jóvenes por cada país; Madrid había sido elegida para representar a los españoles. «Fue una sorpresa absoluta».
Los madrileños estuvieron acogidos en una parroquia de Turín localizada en uno de los barrios más pobres de la capital. «He compartido el fin de año con un montón de gente buenísima y con familias que nos han acogido» como si fueran la suya propia, reconoce Miriam, que explica que este año, por la pandemia, el formato del encuentro ha variado bastante. Además de haberse celebrado en dos sedes (Turín y Taizé), se han acortado los días (del 28 de diciembre al 1 de enero) y el número de encuentros de oración. «Ha habido uno único en vez de los tres habituales de cada día». También han sido mucho menos jóvenes, «prácticamente todos italianos, aunque también había grupos de Hungría, Polonia, Rumanía…».
Además de compartir vida y oración con otros jóvenes de Europa, Miriam destaca una de las grandes experiencias de estos días: la veneración de la Sábana Santa en una ostensión extraordinaria para un grupo reducido de personas, «entre ellos, nosotros». «Me ayudó muchísimo a rezar, y me brotó un “gracias, Señor, porque me regalas un plus para creer”». Junto a ello destaca el encuentro que tuvieron de oración en Valdocco, donde se encuentra la basílica de María Auxiliadora y donde san Juan Bosco creó el primer oratorio salesiano. Allí estuvo presente también el hermano Alois Löser, prior de la Comunidad de Taizé. La última oración, la del día 31, se celebró en la parroquia de los madrileños; culminaron el día con la cena de Nochevieja –incluidas las uvas– y la fiesta.
La experiencia le ha hecho a Miriam volver a ser consciente de algo que vive en encuentros grandes como estos o como las Jornadas Mundiales de la Juventud: «La Iglesia es mi casa, aunque esté a miles de kilómetros; siento el hogar en la Iglesia allá donde esté».
Los encuentros de Taizé se celebran anualmente para compartir y rezar por la paz y la comunión. Son encuentros ecuménicos, con lo que, como habitualmente los jóvenes son acogidos en parroquias o familias, puede ser que se encuentren con otras realidades eclesiales cristianas. En el encuentro de Riga, rememora Miriam, estuvieron en una parroquia protestante. «Es el momento de pensar en el resto de los cristianos, porque a veces se olvida que hay otros y que también son hermanos; a todos nos une Jesús». Así, Taizé es una ocasión única para «fijarnos más en lo que nos une que en lo que nos separa».
