Del 22 al 27 de enero, Panamá acogió la XXXIV edición de la Jornada Mundial de la Juventud, la tercera que acogía América Latina después de Buenos Aires (1987) y Río de Janeiro (2013).
El cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, se reunió este lunes, 4 de marzo, en la sede de la Delegación de Jóvenes con los madrileños que participaron en aquella jornada. «Yo he estado en todas las JMJ, excepto en Australia, tanto de cura como de obispo, y una vez más es muy importante la experiencia de comunión en la diversidad, en la pluralidad y en todos los aspectos». A la luz de esta confesión en voz alta, el purpurado incidió en la importancia de «encontrar cobijo» en una Iglesia que está formada por gentes muy diversas, «pero que nos une una persona: Jesucristo».
El idioma de la fe
Con el objetivo de compartir con los peregrinos su experiencia y meditar acerca del mensaje que los dirigió el Papa Francisco, recordó que «hemos de ser capaces de vivir la fe desde una comunión que se realiza por la adhesión sincera que tenemos a Jesucristo».
La JMJ, prosiguió, «ha sido una experiencia de misión y de hospitalidad muy bonita para todos los que hemos estado en Panamá». «Llama la atención el hecho de encontrarte con gente diversa que, aunque no te entiendes con el idioma, te entiendes desde la fe», aseveró.
Una iglesia «viva y hospitalaria»
En este sentido, el cardenal Osoro destacó que la experiencia de la Iglesia misionera «no se detiene en ella misma», sino que «sabe superar distancias, culturas y razas», y «es capaz de situarse en las entrañas de cualquier pueblo y persona, sea del lugar que fuera, porque se sitúa desde la persona de Jesucristo».
Él era «el centro de todo», tal y como subrayó Ignacio, del grupo Hakuna, uno de los jóvenes participantes. «Ahora, aquí, tenemos que hacer, de nuestra vida, un paraíso, con todo lo que viene dado», matizó. «Abrazar las fragilidades del día a día y decir que sí a Cristo; no es nada fácil, pero seguro que vale la pena».
Lo corroboró Javi, de la delegación: «Estábamos todos en nuestra salsa en un país que no conocíamos», y «había algo muy especial en la gente». Lo único importante allí, destacó, «era compartir el corazón», porque «ellos querían darse por completo». Y recordando las palabras que los dirigió el Santo Padre, aseguró que, «cuando nos dijo que no somos el futuro, sino el presente, me hizo volver con una pasión que aún continúa». Porque «no es algo nuestro, sino del Jefe».
«Una experiencia para toda la vida»
Marta, del colegio de La Pureza, destacó la fraternidad que compartieron con el pueblo panameño. «Es precioso ver cómo Dios mueve corazones», y «no necesito más, porque con eso me basta».
A su lado, Miguel Ángel, de la parroquia Nuestra Señora de los Apóstoles, revivió el encuentro que tuvo con el Papa: «Ahora voy masticando aquella experiencia, y solo puedo decir que es igual de impresionante que el momento en que salí de la comida». El Papa «es igual de cercano que se le ve en la televisión» y, en persona, «tampoco es necesario escuchar dos veces lo que dice por lo que bien que habla». Es una experiencia «que me llevo para toda la vida», confesó.
Tras escuchar estas palabras, en un ambiente distendido y alegre, el arzobispo de Madrid hizo hincapié en la experiencia de hospitalidad de «una Iglesia viva» en Panamá: «Si no abro mi vida a los hermanos, mi adhesión a Jesucristo es mentira». Y, por tanto, «nadie puede decir que cree en el Señor, si no acoge», pues «acoger a quien sea, solo lo da Jesucristo».
