El cardenal Carlos Osoro ha inaugurado este lunes, 3 de febrero, en la Universidad San Dámaso las III Jornadas de actualización pastoral para sacerdotes, dedicadas a la evangelización en la ciudad, y que se conciben como un foro de reflexión para, tal y como ha señalado, «resituar nuestra acción pastoral y poder anunciar a Nuestro Señor». «Esto nos lleva a la creatividad y a necesitarnos unos a otros. Nadie sobramos. El Señor ha querido juntarnos y todos nos necesitamos para anunciar el Evangelio», ha aseverado..
Las jornadas han comenzado con un análisis de la evolución de la sociedad española a cargo del director de la Oficina de Estadística y Sociología de la Iglesia, Jesús Domínguez Rojas, que ha destacado el «cambio brusco» de las últimas décadas, en las que se ha pasado de no existir separación entre la Iglesia y el Estado a una fuerte secularización, con una importante disminución de la práctica religiosa y de la participación en sacramentos como Bautismos, Primeras Comuniones o Matrimonios. El profesor ha apostado por una «actitud proactiva frente al desaliento de la realidad de las cifras».
La segunda sesión se ha centrado en el concepto de «nueva evangelización» acuñado por san Juan Pablo II y en la evolución de la transmisión del Evangelio desde la época conciliar hasta nuestros días. Juan Carlos Carvajal, profesor de la Universidad San Dámaso, ha recordado que «la clave que dio Pablo VI» en el Concilio Vaticano II «es mirar al Verbo encarnado, a Jesucristo». «Nosotros nos hemos hecho para ser servidores de Jesucristo, pero muchas veces no hemos sabido presentar el acontecimiento cristiano en lo que tiene de unidad: es Dios encarnado, es el hombre llevado a la plenitud por la apertura total a la debilidad. El acontecimiento de Cristo, la novedad cristiana. Y en esto, por encima de cualquier lectura parcial, se encuentran Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Ahí no encontramos división. Ahí hay una afirmación basal».
Carvajal ha aludido a cómo el Papa Francisco presenta esto «desde una clave muy sencilla pero muy comprometida: es el kerigma, cuyo núcleo esencial es la afirmación de Dios concreta en su hijo Jesucristo como presencia, acompañamiento y salvación del hombre». «Si se quita la buena noticia del Dios que, en Jesucristo, se acerca al hombre como compañía antes que todo, y para rescatarle, no hay kerigma, no hay novedad, todo se viene abajo». Y ha continuado afirmando que «no hay manifestación de Dios si no se representa como Aquel que, de un modo gratuito, generoso, desbordante, ha llamado a una pobre criatura, la ha amado y la convoca a su plenitud. Este punto es justamente la novedad del acontecimiento cristiano».
«El poder evangelizador de la Iglesia se verifica no tanto en la multitud de acciones sino en que en esas acciones expresemos una humanidad en plus, no por voluntarismo sino por expresión de gracia». Así, Carvajal ha animado a los presentes a «rastrear la presencia de Dios en nuestra ciudad; rastrear en la experiencia cotidiana las huellas de un misterio que está latiendo». «Bajo el presupuesto de que Dios habita en las grandes ciudades, capacitémonos para no hacer una ruptura entre lo sacral dentro de la Iglesia y lo profano fuera de la Iglesia, sino que, como Dios está en todas partes, desde esa experiencia de fe, busquemos su presencia de forma diversa». A su vez, ha manifestado la necesidad de «analizar nuestras homilías: ¿ayudan a penetrar en el misterio que se ha proclamado o hacemos teología divulgativa? Si preguntamos en nuestras celebraciones litúrgicas el significado de cosas tan sencillas como la señal de la cruz, el beso al altar, el beso al Evangelio, ¿nuestra gente diría qué significa? Y son ventanas al misterio».
Carvajal ha concluido señalando que «igual que ha habido un esfuerzo en centrar el anuncio cristiano en el kerigma, lo nuclear en el testimonio cristiano es la caridad de Cristo, que da una nueva medida a la capacidad del amor humano».
Los sacerdotes Lucas Berrocal y Jesús González han completado con sus testimonios de vida ministerial la visión de una España posconciliar en la que hubo que hacer frente a la «gran tragedia» de la secularización de sacerdotes, las dificultades de comunión o las miradas de sospecha de la Iglesia hacia una sociedad en cambio, pero en la que también hubo muchos frutos como la revitalización de las parroquias como centros de acogida en las grandes ciudades, el nacimiento de nuevos movimientos de Iglesia o la consciencia de la necesidad de emprender la nueva evangelización a los alejados y del cuidado de la vida del cristiano.
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