Madrid

Lunes, 30 noviembre 2020 15:02

Muere José Andrés Sánchez Herrán, que «se gastó y se desgastó» en el servicio a la Iglesia y a los más pobres

Muere José Andrés Sánchez Herrán, que «se gastó y se desgastó» en el servicio a la Iglesia y a los más pobres

El pasado viernes, 27 de noviembre, a las 5:00 horas, falleció el sacerdote diocesano José Andrés Sánchez Herrán, después de varias semanas de dura enfermedad. Natural de Santander, fue ordenado sacerdote el 7 de mayo de 1983 en Madrid. En la diócesis fue vicario parroquial de Nuestra Señora de África (1983-1987); vicario parroquial de San José Obrero (1987-1998); párroco de Virgen de los Llanos (1998-2001); encargado de Financiación de la Curia diocesana (1999-2001); párroco de Nuestra Señora de Belén (2001-2006); oficial de administración diocesana (2001-2009); párroco de Nuestra Señora del Sagrario (2006-2018); capellán de los centros Renasco y El Madroño desde 2008; capellán del Hospital 12 de Octubre, y colaborador de la Ascensión del Señor desde 2018.

Al recordarlo, el sacerdote Ignacio María Fernández de Torres, de la Universidad Pontificia de Salamanca, habla de su «bondad» y su «autenticidad». «Tras una primera capa de seriedad, ocultaba un corazón donde todos los que le conocimos ocupamos un lugar de cariño y atención –rememora–. Su corazón era tan grande como su físico, fruto de alimentarlo en las fuentes de agua viva de Jesús, el Señor, al que siempre sintió y experimentó como Amigo, Hermano y Maestro. Y como sacerdote fue auténtico, pues encarnó su seguimiento de Cristo configurándose con Él, el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Si algo le dolía era la doblez, la hipocresía, la falta de entrega en el clero. Como repetía: “O somos o no somos”».

En este sentido, Fernández de Torres alude a la frase del padre Arrupe de que «hay momentos donde uno no puede guardarse nada para sí» y subraya que Sánchez Herrán «se gastó y se desgastó en el servicio a la Iglesia, para él siempre Madre y Maestra, incluso sabiendo que estaba rompiendo su salud». Y «lo hizo sin alharacas, sin afectación, con reciedumbre, sencillez, sobriedad y eficacia, sin buscar el halago y, a veces, soportando críticas infundadas e injustas».

Además, según detalla, «vivió con gozo su celibato, experiencia que en él convertía a cada uno de sus feligreses en un trozo de su familia, en carne de su carne, por los que entregó su sangre a imagen de Cristo». «A la hora de servir y perder la vida por los otros, no tenía medida. Bueno, sí, la de Cristo, por eso nunca regateó esfuerzo y trabajo», abunda.

Un constructor de comunidad

Entre sus tareas pastorales, tal y como señala Fernández de Torres, el sacerdote disfrutaba las catequesis, las actividades de ocio y tiempo libre y «cuidaba con mimo la liturgia». «Soy testigo de que cada Eucaristía que celebraba, con pulcritud estética, ética y espiritual, era para él un momento de unión mística con Jesús, y una oportunidad de construir comunidad, Iglesia. Esto era fundamental para él: ser constructor de comunidad. Y se notaba en cada parroquia por la que pasó».

Asimismo, concluye, «quiso y trabajó en favor de una Iglesia encarnada, servidora de los hombres y la sociedad, promotora del bien integral de las personas, siempre atenta a los más pobres, recordándonos a todos los que pudimos compartir la vida con él la grandeza de la vida evangélica, que no conoce de fronteras ni frenos», y así «fue un verdadero sacerdote de Cristo, cuya luz seguirá alumbrándonos».

En la misma línea, el párroco de Santo Domingo de Guzmán, Javier Pedraza, que conoció a José Andrés Sánchez en el seminario, recuerda su «gratitud, generosidad y fidelidad». «Gracias por el bien que has hecho a tanta gente de los barrios más sencillos de Madrid y con tu ejemplo nos has ayudado a vivir con sencillez y a comprometernos con el Reino del Dios que se ocupa y preocupa de los más abandonados y necesitados de este mundo», afirma.

«Nos duele este momento, pero solo podemos decir: gracias; primeramente a Dios que nos agració por ponernos en tu camino y haber podido conocerte y compartir la vida cotidiana, la vida pastoral y la vida espiritual. Gracias a tiI por lo que has sido como persona, como amigo, como compañero y como presbítero», insiste.

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