La parroquia de Santa María de la Antigua (Virgen de la Antigua, 9) en Vicálvaro es la más antigua de este barrio de Madrid, antiguo pueblo. Desde el servicio de Acogida de Cáritas, atiende a los feligreses de su zona de actuación y a los sectores I y III de la Cañada Real. Actualmente todo el grupo de voluntarios de la Cáritas parroquial está confinado en sus casas en razón de su edad, los más mayores, o por haberse contagiado del coronavirus los más jóvenes. Pero en estos días de auténtica prueba para todos, el párroco, Julián Nicolás, y el coadjutor y responsable de Cáritas, Miguel Vivancos, se multiplican para poder atender las numerosas peticiones de ayuda que reciben, y mantener además su labor pastoral tanto en la iglesia como en el cementerio parroquial.
Sin nada que comer
En Vicálvaro, un barrio eminentemente obrero, coexiste junto a la población de origen español una amplia colonia de origen suramericano y también de procedencia rumana, a las que la crisis del coronavirus ha afectado especialmente, no solo desde el punto de vista sanitario, sino también desde el punto de vista económico y social. Muchas familias que se mantenían hasta ahora con trabajos de cuidado de niños o ancianos, o de empleadas de hogar, o que obtenían ingresos con la música callejera, se han encontrado de pronto sin ningún tipo de ingreso, por lo que simplemente poder comer algo todos los días se ha convertido en su principal preocupación.
Ante esta perspectiva, Miguel se centra ahora en facilitar comida a todas las personas que se lo solicitan, tanto a las que ya estaban registradas con anterioridad como a todos los que se acercan a la entidad por primera vez para poder comer.
En previsión de lo que se avecinaba, unos días antes de comenzar el Estado de alarma se realizó una importante compra de alimentos con los fondos parroquiales. Con eso y con la ayuda proporcionada por la asociación de Jóvenes por España, que ha facilitado otro gran lote de alimentos, y unos mil kilos de patatas facilitados por el Ayuntamiento de Madrid, se está logrando ayudar a un gran número de familias.
La soledad y el aislamiento
Otra de las preocupaciones de Cáritas son los numerosos ancianos que deben sobrellevar el aislamiento en soledad. En este barrio son muchos y lógicamente no se les puede atender a todos en sus domicilios, no solo por precaución para evitar contagio, Por razones de edad, las voluntarias y voluntarios deben permanecer en sus hogares forzosamente. Pero para eso está el teléfono. Y a través de este medio, el equipo de atención a familias se mantiene en comunicación permanente con todos los que lo han solicitado, prestándoles la compañía que en estos casos es tan necesaria para mantenerles animados y que sigan sintiéndose personas. Y, en caso de necesidad, comunican a la parroquia las incidencias que implican la visita personal. Miguel comenta el caso de una anciana que ha perdido estos días a su marido, y a la que visita todos los días para confortarla en lo posible, y para vigilar que se toma las medicinas que necesita.
La iglesia, abierta
Tanto Julián como Miguel, los dos presbíteros que atienden la comunidad parroquial, tienen que multiplicarse porque también mantienen la iglesia abierta en horario de mañana y de tarde, para que los feligreses que lo deseen, y siempre con las medidas de seguridad establecidas, puedan acercarse a orar. Para facilitar estos rezos espontáneos han colocado en el umbral una cruz y unos reclinatorios, en los que el que lo desee puede rezar sin pasarr al interior del templo.
Enterramientos diarios
La parroquia tiene también a su cargo el cementerio parroquial de Vicálvaro, y los dos sacerdotes tienen que acompañar e intentar confortar a los familiares de los fallecidos, que en estos días aciagos se han multiplicado. Si en meses anteriores se daba una media de ocho a diez enterramientos al mes, actualmente se producen dos o tres enterramientos todos los días, lo que resulta agotador emocionalmente por las circunstancias especiales por las que estamos atravesando, ya que los escasos familiares que pueden acompañar a los finados están abrumados por no haber podido atender en sus últimos días a su madre o a su padre, y por no poder acompañarles con toda la familia en su último viaje, y además, en algunos casos incluso con la duda de si efectivamente están dando sepultura a su familiar más querido.
Esta labor incesante y callada genera a veces bajones en la fortaleza de estos sacerdotes, por la dureza de las situaciones que afectan a las personas a las que atienden lo mejor que pueden. Bajones que superan por amor a Cristo crucificado, al que se encomiendan aun con más intensidad en estos días, siempre con la fe y la esperanza puestas sencillamente en su Amor. Amor que ellos entregan desinteresadamente a todos los hermanos, siguiendo el mandato evangélico (Mt.25-35,36).