En el mes en el que se cumplen los 35 años del fallecimiento del siervo de Dios Abundio García Román, fundador de las Hermandades del Trabajo, la revista de esta entidad publica una entrevista con Alberto Fernández, delegado para las Causas de los Santos de la Diócesis de Madrid.
En una ocasión, García Román se manifestó de esta manera a los jóvenes sobre ser santo: «Suele acobardar el solo pensamiento de la santidad», pero «la vida espiritual no es más que Cristo en nosotros, y Cristo que nos invita a seguirle».
Siguiendo esta línea, Fernández explica en la entrevista que «la santidad es la obra paciente de Dios en la vida del hombre, que se deja modelar como el barrio en manos del alfarero». Un trabajo que es exclusivo en cada uno: «Dios quiere hacer con cada uno de nosotros una obra maestra única, un camino de santidad por el que nadie nunca fue antes que nosotros».
Y esto repercute en los demás. En su trabajo como delegado, Fernández reconoce que ha podido comprobar, «muchas veces para mi sorpresa, cómo la vida de los santos toca la vida de tantas personas». Su testimonio mueve «a seguir más de cerca y a amar más intensamente al Señor». Sin embargo, no hay que desalentarse, comenta, «cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables». Los testimonios son útiles «para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros».
Por último, Fernández explica que en para el proceso se han de demostrar los pequeños favores concedidos a través del siervo de Dios —«tanto en las circunstancias pequeñas del día a día como en momentos de grave dificultad»—, y también los milagros. Así, cuando hay una posible curación extraordinaria, se tiene que acreditar que es «completa, duradera e inexplicable científicamente con los conocimientos de los que se dispone en la actualidad».
Sacerdote diocesano
García Román fue sacerdote de la diócesis de Madrid. Ordenado el 14 de junio de 1930, rápidamente entró en contacto con el mundo laboral al ser nombrado director de un colegio en el barrio de Entrevías. Allí experimentó el rechazo a Dios de muchos de los obreros y sus familias, en la mayoría de los casos por desconocimiento. Fue entonces cuando nació en él el deseo de evangelizar estos ambientes, si bien no fue hasta 1946 cuando fundó las Hermandades del Trabajo. Entre medias, vivió parte de la guerra civil preso en la cárcel Modelo y otra parte refugiado en la embajada de Noruega.
En el año 2000, once años después de su muerte, se abrió la causa de beatificación del sacerdote, cuyo proceso, en palabras de Fernández, «se encuentra muy avanzado en Roma».