Cuando la directora del instituto donde trabaja Alejandro de la Concha dijo en una reunión del claustro que se iba a ir a Roma a ser ordenado diácono permanente por el Papa, los 116 profesores comenzaron a aplaudir. Muchos fueron después a preguntarle qué era eso de ser diácono permanente. «La gente puede que no sea creyente, pero se alegraron conmigo». También la directora: «Me alegro de haberte dado los días [se ha cogido Alejandro dos de vacaciones] para algo tan bonito».
Recién cumplidos los 60, había oído Alejandro el 14 de diciembre, de boca del obispo auxiliar Vicente Martín, estando reunido en el Seminario Conciliar de Madrid junto a los otros cuatro compañeros que se preparan para ordenarse, que él y Willy eran los elegidos.
En realidad, el nombre de Alejandro salió el primero. La elección fue por sorteo, ante el deseo de los cinco candidatos de ir a Roma. «Esto lo va a decidir el Espíritu Santo». Y Alejandro lo vivió como un momento de gracia. Igual que cuando sus hermanos de comunidad, esos con los que lleva caminando en la fe casi 40 años, le dijeron que ya tenían billetes para Roma. «Tardaron dos segundo en decir que venían».
Así que el 23 de febrero, a las 10:00 horas, en la plaza de San Pedro, durante el Jubileo de los diáconos, Alejandro estará acompañado de once personas de su comunidad de fe y, por supuesto, de toda su familia: su esposa Marisa; sus hijos Belén (30 años) y Alejandro (28 años), su hermano pequeño y el novio de Belén.
Toda una vida de fe
Alejandro se presentará en la Ciudad Eterna con toda una vida de amistad con Dios. Su familia siempre fue de Iglesia, y él, siendo joven catequista en Virgen del Coro, se atrevió a preguntarse que «¿por qué no sacerdote?». Hizo el Introductorio de entonces y el primer y segundo curso. Pero no era ese su camino. Le estaba esperando Marisa, cinco años de novios y 34 de casados.
Por ese tiempo, en los locales que hacían las veces de templo de la parroquia Epifanía del Señor (muy cerca de la actual iglesia, consagrada en 2011, justo cuando la JMJ), Marisa y él empezaron a caminar con otro grupo de personas en una vida de comunidad y fe que a día de hoy continúa, y que son los que los acompañarán a Roma. «El diaconado está muy ligado a la comunidad».
Tampoco dejó Alejandro los estudios de Teología, impulsado por Avelino Revilla, anterior vicario general de la diócesis y buen amigo, y se licenció en Ciencias Religiosas. Lo que le vendría de perlas para su trabajo como profesor de Religión en la educación pública (abandonó la empresa privada, sector informático-energético, hace 10 años) y para su formación en el diaconado permanente.
El día que dijo sí
«Lo recuerdo como si fuera ayer», comenta Alejandro cuando habla del día en el que la idea de ser diácono permanente se le clavó en el corazón. Fue el padre Rolando, misionero javeriano, el «instrumento de Dios».
—Ya soy licenciado en Ciencias Religiosas.
—Pues ya sabes el paso que te queda ahora.
—Estudiar más, no.
—El diaconado permanente.
Y entonces, Alejandro volvió a hacerse la misma pregunta de cuando era un chaval: «¿Y por qué no?». En 2020, en plena pandemia, empezó el propedéutico. Marisa lo acompañó. «No solo es importante porque tenga que dar expresamente su consentimiento [uno de los requisitos para la ordenación del marido es el sí de su esposa], sino que el diaconado no lo entiendo sin ella; el camino de fe lo hacemos juntos».
Puesto que ya era licenciado, los estudios de Alejandro se han aligerado bastante. Además del propedéutico, ha hecho tres años de formación diaconal y uno de pastoral. Esos tres años se han centrado cada uno en la Palabra, la caridad y la liturgia, los servicios nucleares de los diáconos.
El «punto definitivo» para Alejandro de todo este tiempo fue cuando oyó aquello de que «el diácono hace presente a Cristo servidor, visibiliza a Cristo siervo». Entonces, se dio cuenta de «esto me sobrepasa» y un día, mirando el crucifijo, se dijo «¿pero cómo voy a ser yo eso?».
El Señor, que es fiel, le fue susurrando certezas en su corazón a través de su director espiritual, de su párroco, de homilías… «Lo que Dios ha empezado, Él lo terminará»; imposible «por nuestras propias fuerzas, hay que abandonarse»; «lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios»; «esto es obra de Dios». Y, sobre todo, «Dios no elige a los capaces, capacita a los que elige».
La designación para ir a Roma lo vivió Alejandro no solo como una gracia enorme, sino como un empujón del Señor: «Debe ser que como el año pasado me asaltaron las dudas, Dios me ha dicho “fíate ya; fíate y no tengas más dudas, que soy yo el que lo estoy haciendo”».
Del 23 de febrero no se quiere perder nada. «Lo vivo con el deseo de que no se me escape nada; estoy reforzando la oración para tener esa vivencia tan fuerte y pienso en el momento de estar allí con mucho gozo». Y concluye: «Cada vez que miro a Dios, le pido esperar ser digno de esta elección que en su misericordia ha hecho por mí».