En este 1 de octubre, Día Internacional de las Personas Mayores, Cáritas Madrid se ha desplazado a la residencia “Fundación Santa Lucía”. «Esta es una de las diferentes iniciativas con las que la entidad acompaña a las personas mayores, para su buen trato o cuidado, para que no estén solas o para que envejezcan digna y activamente».
La memoria que nos regalan nuestros #mayores, un sacramento de #amor al #oficio, la #vocación o la #familia.
— Cáritas Madrid (@CaritasMadrid) October 1, 2024
Hablamos con Anastasio, Nativitat y Rosaura de la #residencia Fundación Santa Lucía.
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La cuchilla de ebanista de Anastasio, un sacramento de amor a su profesión
Hay un bastón y una cuchilla de ebanista que nos llevan a un oficio casi olvidado al que Anastasio ha dedicado cincuenta años de su vida: el de restaurador y barnizador de muebles de madera. Anastasio explica que «los muebles de ahora ni se restauran, todo es conglomerado». Esa cuchilla tiene para él el olor a la madera que lijaba y el olor, fuerte y pegajoso, del barniz con el que cobraban vida los muebles. Cobrar vida. Como cobra vida su oficio cuando nos habla de él. O los muebles antiguos «esos que siempre permanecerán, porque la buena madera se restaura y no envejece». Por sus manos han pasado muchos muebles «de los que duran toda la vida». Algunos de ellos están en su antigua casa; otros seguirán adornando salones y entradas; y otros, incluso, siguen siendo objeto de miradas curiosas en el Museo Naval de Madrid.
Anastasio, hijo de pequeños ganaderos de la sierra de Toledo, llegó a Madrid a buscarse la vida y entró en un taller de restauración de muebles de madera como aprendiz. Esa fue su profesión, su modo de vida, su forma de ser el sustento de su familia.
Por eso la cuchilla que muestra es un sacramento de amor su profesión. Todavía la lleva consigo y la usa para restaurar los bastones de sus compañeros en la residencia, donde aguantan el peso de los años, donde se apoyan para seguir caminando.
La cruz de Nativitat, un sacramento de amor a su vocación
Hay una cruz que nos habla de una llamada a servir a Dios, al que no dudó en «decirle que sí». Así lo sintió Nativitat, religiosa. La suya fue una llamada tardía, dice, pues se hizo monja con 30 años, pero ha tenido «tiempo de todo, de estudiar, de trabajar y de mirar a mi alrededor para ver quiénes necesitaban ayuda». Ella nació en Barcelona, de donde guarda muchos recuerdos. De ahí se trasladó a Madrid. Ha vivido, como le evoca ese crucifijo, «de una manera sencilla». Ha servido, desde el punto de vista religioso con su fe y oración, y desde el punto de vista social, trabajando en la enfermería de un hospital.
Nativitat tiene 90 años, pero hace nuevas las cosas que mira gracias a su sonrisa tierna y a sus vivaces ojos. Lee cada día el periódico, da un paseo, y siempre tiene presente el motivo que le lleva a adornar su cuello con un crucifijo.
La cruz es un sacramento de amor a su vocación, a su entrega diaria al servicio de Jesús. Se lo recuerda a ella y a las personas con las que convive en la residencia, con quienes comparte la fe que transmite el crucifijo que nos enseña. «Estoy contento, he escogido un buen sitio».
Las fotos de Rosaura, un sacramento de amor a su familia
Hay una, dos, tres, cuatro… fotos, son una mínima parte de la vida de Rosaura. Una de esas fotografías nos muestra a Emiliano - su marido ya fallecido- frente a la fachada de una vieja casa de madera del pueblo, que a él le gustaba mucho. La casa retratada era un sacramento para él que le evocaba a la casa de su infancia, «por eso creo yo que le gustaba tanto».
Otras fotos son el reflejo del amor compartido en familia, con sus dos hijos y con su nieto. Y otras fotos son el recuerdo de un tiempo en el que, todavía soltera, trabajaba de telefonista en un pueblo de León. Se casó con 20 años, con un sencillo traje, «porque mi familia no tenía mucho dinero y yo no quería que gastaran en un traje de novia». Porque lo importante no era el traje, sino quien la acompañaba y la acompañaría desde entonces. «Un hombre bueno, siempre al servicio de los demás, era más majo…» dice con nostalgia y se emociona. Porque una fotografía es un sacramento de emociones: la nostalgia de lo vivido, la alegría que se revive. Llegó a la residencia con él, que se marchó antes, pero al que muchos recuerdan con cariño todavía.
«Sí» asegura cuando le preguntamos si revisa fotografías antiguas. «Me siento muchas veces a ver el álbum, y recuerdo y vivo esos momentos retratados de nuevo. Y en sus ojos brillantes se retratan la nostalgia y felicidad. «La vida dice…». Las fotos son un sacramento de amor a su familia, en especial a su marido Emiliano, cuyo recuerdo vive en ella y con quien tuvo un matrimonio largo y feliz.
La lija de Anastasio, el crucifijo de Nativitat, las fotos de Rosaura
Para ellos son objetos a los que mirar con ternura y darles vida. Se han convertido en sacramento de sus saberes, de emociones vividas, de su vocación. Para nosotros ellos son un sacramento de sabiduría y amor. Nos traen aprendizajes, nos traen afectos que no pasan de moda y la memoria de otros tiempos no muy lejanos.
Porque las formas de ser y de experimentar la vida no envejecen y esa realidad nos coloca a todas las personas en el mismo plano espaciotemporal. Generaciones que se interrogan y complementa. Ser como ellas y ellos, nuestros mayores, es aprender a envejecer con dignidad y juventud, porque aún en su madurez engendran vida en las cosas que miran.