Hay en la Capilla del Vía Crucis de la parroquia del Santísimo Redentor, muy cerca de Plaza de Castilla, unos espacios en blanco en su pared derecha, justo encima de las estaciones de la Pasión de Cristo que recorren toda la banda hasta integrarse en el retablo. Se trata de cuatro superficies que, en unas semanas, serán decoradas con cuatro murales obra de un refugiado de la guerra ucraniano, Andrei, que ya los está perfilando.
José Miguel de Haro, el párroco, pertenece a la comunidad de misioneros redentoristas que atienden el templo. «El camino de la Cruz —explica— tiene un camino previo que es todo el Antiguo Testamento». Por eso, las escenas elegidas son todas ellas previas a Jesucristo, buscando que «expresaran lo que después ha sido la entrega de Jesús», y protagonizadas por tres de los personajes bíblicos más significativos: Moisés, Abrahán y Noé. Así, los murales representan el sacrificio de Isaac, la zarza ardiendo, la mesa de Mambré y el arca de Noé. «Es el camino de la promesa de Dios con el pueblo que luego se expresa en el camino de la Cruz».
El padre José Miguel no dudó en encargarle el trabajo a Andrei, a quien conoció a través de las Agustinas de la Conversión de Sotillo de la Adrada (Ávila) porque allí es donde el ucraniano aterrizó, junto a su esposa y sus cuatro hijos, nada más llegar a España huyendo de la guerra. «Llegué el segundo día de guerra», recuerda, en un español que utiliza con precisión. «Cuando me di cuenta de que podía empezar algo como un conflicto» —nunca pensó que «podía ser tan terrible como una guerra»— le pidió a un amigo que trabajaba en un proyecto pictórico en la catedral ortodoxa rusa de Madrid, en Hortaleza, «si podía aceptarme para trabajar en él».
Allí estuvo medio año y, al terminar, Cáritas les ayudó con el alquiler de un piso en Madrid. Al principio, a Andrei le salieron trabajos en iglesias de Alemania y Eslovaquia, pero desde septiembre de 2024 apenas ha tenido encargos. Estando en el paro, y gracias a una de las hermanas de la Conversión, conoció al padre José Miguel. Y ambos encontraron la forma de colaborar. «Por lo menos julio y agosto él tiene trabajo; la mejor manera de ayudar es ayudar a desarrollar sus dones», expresa el párroco.
Y Andrei los derrama a través de la pintura y de su sensibilidad para redescubrir el arte figurativo primitivo cristiano. De joven estudió Diseño y Bellas Artes y se integró en un grupo de estudiantes que profundizaron en el aprendizaje del arte iconográfico antiguo. La mayor parte de esta pintura, explica, es patrimonio mundial del cristianismo. Por eso «empezamos como pintores», pero gracias a esta forma de pintar iniciaron un camino de profundización en la fe y vieron también en él un camino de evangelización.
Murales en acrílico
En el salón de actos de la parroquia, Andrei tiene ya desplegados los cuatro murales. Con un tamaño de 3 x 2,75 metros, los está pintando en aglutinante acrílico y pigmentos naturales sobre lienzo de lino. «Cuando vi por primera vez la Capilla del Vía Crucis, me impresionó». Se fijó en ese cambio de superficies, en la utilización del hormigón y la madera y en esa idea que tuvo el escultor José Luis Sánchez de dejar esos espacios en blanco para no oscurecer todo demasiado. Así, Andrei decidió que la base de sus dibujos sería con matiz blanco para «añadir, sin romper la idea» original y tampoco la armonía de la capilla. Los colores, aún por rematar, serán «no muy fuertes, opacos, armoniosos».
Andrei hizo un boceto de los cuatro murales, y para ello se pensó a sí mismo «como partícipe de esta tradición de hace siglos; no estoy copiando mecánicamente, sino que quiero expresar mi visión desde lo más cerca posible a esa tradición iconográfica». Una escuela de «siglos y siglos» realizada en talleres «para ofrecer un estilo ideal para la Iglesia, adecuado a la oración y a la armonía entre espíritu y alma». Algo que, lamenta, no se da tanto ahora. «Antes se preocupaban de que la gente, cuando viera las pinturas, tuviera la sensación de estar en el cielo; como cuando escuchamos el canto gregoriano». Ahora, por el contrario, aprecia que «no se le da tanto valor a crear esa armonía entre lo espiritual y lo estético». José Miguel apunta, en este sentido, a «recuperar las fuentes de la fe y del arte y ponerlas en diálogo, en un tiempo en que la Iglesia, de alguna manera, se ha olvidado del arte».
De los bocetos a lo que Andrei ha plasmado en el lienzo han variado algunos detalles. A cada escena le ha añadido un marco decorativo con ornamentos en los laterales y en la parte inferior, mientras que en la superior se incorpora una cita que hace alusión a la escena: el sitio que pisas es terreno sagrado, no alargues la mano contra el muchacho, establezco mi alianza con vosotros... «Ahora ya no hay tanta cultura bíblica» y así, como sucedía antiguamente, los murales se convierten en pura catequesis. Otro cambio han sido algunos de los detalles de las figuras. En el bocento del sacrificio de Isaac, su padre sostiene el cuchillo ya en el cuello de su hijo; pero le pareció «más cruel», así que definitivamente lo tendrá levantado. En la zarza ardiendo, por ejemplo, incorporó al ángel para que no quedara excesivamente grande.
Andrei tiene un sueño para su obra. «Me gustaría diluir esa atmósfera de oscuridad de la capilla y que la gente, cuando contemple las pinturas, tenga una esperanza, una armonía que nos dan estos sujetos del Antiguo Testamento».
Los murales se inaugurarán al comienzo del curso próximo.