Ignacio de Loyola tenía la certeza de que la voluntad de Dios para su vida era llegar y vivir en Jerusalén, pero las vicisitudes de los acontecimientos le iban indicando que era imposible que su deseo se viera cumplido. Es por lo que decide cambiar de destino en su viaje vital. «Buena Jerusalén es Roma», afirmó el santo español según la tradición. Porque al fin y al cabo lo importante no era tanto el lugar físico, sino entregarse a Cristo con todo su corazón.
Esto mismo pensaron los jóvenes de la parroquia de la Virgen de la Fuensanta, del madrileño barrio de Usera, cuando planificaron el viaje para el verano. Aunque la propuesta de la diócesis era unirse al jubileo de jóvenes en Roma, «no teníamos la capacidad económica de ir, y contábamos con situaciones personales que complicaban mucho ir a Roma, tanto de catequistas, que no tenían disponibles suficientes días de vacaciones como chicos que no podían permitirse salir del país», nos cuenta Fernando Conde-Pumpido, coordinador del grupo de jóvenes de la parroquia. Procurando entonces que los chavales de la parroquia pudieran vivir el jubileo, el equipo de catequistas apuntó a una nueva dirección en su peregrinar: Covadonga.
Por eso, a finales de julio, un total de 45 personas salieron a pie desde Oviedo hasta el santuario de nuestra Madre, templo jubilar, buscando experimentar la gracia de este año especial. Mochilas al hombro y más de 100 km por recorrer: no iban a Roma, pero el jubileo les estaba esperando y no se iba a ganar solo.
«Ha sido un momento muy especial porque nos hemos sentido muy en comunión con todos los jóvenes que peregrinaban a Roma y muy acompañados por la Virgen de Covadonga» nos dice Rocío Polo, 24 años, que aparcó por unos días sus estudios de opositora para vivir la peregrinación. La realidad es que el grupo era muy variado tanto por edades (desde los 15 años hasta los 24) como por momentos vitales, pero se ha vivido una experiencia fuerte de unión entre todos. «Lo mejor ha sido notar la experiencia de Dios en mí, aumentando la esperanza en Él y en mí mismo», afirma Mateo López, de 17 años.
El viaje ha tenido de todo: esfuerzo físico, diversión, fiesta de la sidra, catequesis diarias, trabajo en unión, oración y grandes dosis de vida familiar. Y sumado a los inconvenientes naturales de este tipo de planes, han tenido que superar una invasión de garrapatas y la furia de avispas salvajes, entre otras cosas. Entre bromas, alguno afirma que han llegado a Covadonga sobreviviendo a todas las plagas del Éxodo. Porque nada une más que el sufrimiento compartido, como nos dice Marta García-Velasco, de 22 años: «En la última marcha, en los Lagos de Covadonga, estábamos todos reventados, vimos el camino que nos quedaba por delante y no sabíamos cómo afrontarlo y decidimos invocar al Espíritu Santo. Su respuesta fue instantánea y espectacular, nos dio toda la fuerza que necesitábamos para llegar hasta el final».
Por encima de anécdotas, ha sido un tiempo de gracia donde los chavales han podido encontrarse con Cristo y seguirle con más verdad, como es el caso de Valeria Gómez, de 17 años, que nos cuenta que llegaba a la peregrinación «muy perdida y buscando respuestas inmediatas». Deduce que era «fruto de la desconfianza y la falta de esperanza que tenía, queriendo controlarlo todo en mi vida». Para ella la peregrinación ha supuesto «experimentar otra vez un reencuentro con el Señor, sentir su abrazo, que me decía que no necesitaba saberlo todo ya, sino simplemente confiar en Él, tener esperanza y certeza de su presencia real en mí».
Porque la grandeza de las peregrinaciones se mide en los efectos de santidad en aquellos que las viven, como nos dice Diego González, 23 años, que observa que su esperanza «ha crecido en cuanto a reconocer y saber que Jesús puede obrar milagros en nosotros mismos». Por eso, al terminar este viaje, Fernando Conde-Pumpido, el responsable de jóvenes de la Fuensanta, está convencido de que la peregrinación «ha supuesto profundizar en la naturaleza del jubileo, que es algo universal y que, a pesar de no poderlo vivir in situ en Tor Vergata (Roma), hemos experimentado la misma alegría de la remisión de los pecados y de compartirlo juntos».
Por eso mismo, buena Roma ha sido Covadonga.