Claudia Pérez (27 años) comenzó a misionar en México con la parroquia Buen Suceso de Madrid en el verano de 2022. Los dos primeros años en Chiapas, con base en la comunidad de El Porvenir, atendiendo a otra treintena de comunidades —poblados— de la zona. El año pasado, por seguridad, cambiaron a San Felipe de Jalapa de Díaz, en el estado de Oaxaca; y este 2025 irán a la comunidad de Chapulhuacán, en el estado de Hidalgo.

Cuando tiene que explicar a alguien lo que hacen, ella lo resume con sencillez pero a la vez con toda la grandeza que hay detrás: hablar, compartir, convivir, visitar, acompañar. Que esas comunidades no sientan que caminan solas en su fe. Se trata de «recuperar esa energía», reavivar las comunidades de unas gentes que, en el mejor de los casos, tienen Misa una vez al mes, cuenta (la joven, en la imagen inferior, sentada, la primera por la derecha).

Misionan como los primeros, de dos en dos, de casa en casa, dejando las sandalias en la puerta. La primera semana, cuenta Claudia, se quedan en el epicentro de la misión «reavivando la comunidad central», compartiendo mucho con los jóvenes de allí, visitando a los enfermos, yendo a las casas a comer, cenar… Hay diversidad de creencias religiosas en esa zona y es fácil, cuenta Claudia, que «si se sienten abandonados, se cambien». Y aunque los laicos se organizan de una forma «preciosa» para seguir formándose y tener liturgia de la Palabra o incluso recibir la Eucaristía, para ellos «es más difícil sentirse cuidados».

Por eso, a los misioneros los reciben con los brazos abiertos. «Habéis cruzados océanos, sentimos que lo habéis abandonado todo, qué afortunados somos, los elegidos del Señor», les transmiten. «¡Si solo rezamos con ellos!», se dice Claudia. Y están. Dando la mano a una señora mayor mientras les cuenta. O compartiendo mesa con una familia que los recibe. Alojándose en sus casas.

Día de fiesta en las aldeas

Después de esa semana inicial se dividen en tres grupos, cada uno acompañado de un sacerdote —el párroco, Enrique González; el vicario parroquial, Alonso Salcedo, y otro sacerdote, Jualián Lozano—, para ir durante las dos semanas siguientes a visitar unas diez comunidades cada uno. El día que llegan a una de las aldeas es de fiesta grande. Las gentes dejan sus labores para acudir a Misa, les regalan cosas…

El sacerdote aprovecha para confesar, y «toda la comunidad hace cola» mientras los misioneros dan catequesis a los niños con cuadernillos que llevan preparados desde Madrid con oraciones y juegos. También se celebran bautizos, primeras comuniones y bodas.

Comunidad parroquial

Los misioneros hacen comunidad también entre ellos mismos. «La intención es que sea misión joven, pero la parroquia es de todas las edades» y la misión es reflejo de ello. «Viene gente más mayor, matrimonios, novios...». Y los frutos no solo se ven allá en México. «El año pasado se casaron tres parejas a las que conocí el primer año que fui». También hay quienes se ha conocido en la propia misión y han empezado un noviazgo.

Este será el cuarto año de misión para Claudia. Irán menos porque, por cuestiones económicas, son un poco «incompatibles» el Jubileo de los Jóvenes, que se celebra a finales de julio y principios de agosto, y la misión. Así que el grupo se reduce a la mitad, unos quince, y sube un poco la media de edad, «hay mucha gente de entre 30 y 40 años». Pero Claudia tenía claro que iría a México. «Si vuelvo es porque no hay mejor sitio donde estar». Para ella, su primer año «fue el mayor momento de conversión» en su vida. «Me di cuenta de que el Señor me quiere y me habla».

Se lo hizo ver a través de la gente y supo que «aquí está el Señor, y está vivo». Tuvo la sensación de que hasta entonces, en los otros veranos «no había hecho nada de valor, nada útil». Y eso que el año pasado, en Oaxaca, vivió el sentirse nada. «Durante la misión siempre se cae enfermo de la barriga en algún momento», y ella de repente se vio «súper inútil». Pero ahí también le habló Dios: «Hemos hecho lo que teníamos que hacer». Y Él, lo sabe bien Claudia, ama gratuitamente.

Los misioneros celebrarán una misa de envío en la parroquia antes de partir a México, del 11 al 30 de agosto. También en el aeropuerto, antes de volar. Y a la vuelta, en México D.F., pasarán a ver la Virgen de Guadalupe. Una forma única de concluir la misión.