«Aquí no hay mucho dinero, pero, en plena crisis económica y en la zona de Vallecas, hemos construido un templo». Nos lo cuenta Jesús Enrique Saiz, párroco de Santa María Josefa del Corazón de Jesús, en el austero barracón que sirvió durante doce años como iglesia antes de concluir la obra en 2023. Todo un logro en el Ensanche de Vallecas, uno de los barrios con menor renta de la capital, y con el reto añadido de que «nada más comenzar la obra se nos duplicaron los costes por la guerra de Ucrania».
Fernando Jara, laico, experto en control financiero y miembro del Consejo Económico de la parroquia, detalla cómo, al pasar los gastos de construcción de uno a dos millones de euros, se dieron cuenta de que con las aportaciones que ya tenían apalabradas no era suficiente. La estrategia que adoptó el equipo, igual que se hizo en los años 70 con otras parroquias del extrarradio, fue trocear la obra en pequeñas conquistas e invitar a los feligreses a sufragar las partes del templo que más significaran para ellos.
«En vez de pedir a la gente un montón de dinero, los constructores nos detallaron los costes de cada parte: 30.000 euros la capilla de adoración; 10.000, el solado; el altar, 4.000…», narra Jara. La constructora, pese a las complicaciones de levantar un templo a pedazos en vez de forma homogénea, contribuyó acabando de una en una las partes completamente financiadas. Una apuesta que el Consejo Económico combinó con la elaboración de unos carteles semanales que mostraban el avance de las obras a través del dibujo de unos termómetros. «La gente con eso se animaba y así conseguimos muchas partes», recuerda Jara, antiguo empleado del Banco de España.
La historia de esta parroquia es una más de entre tantas que hacen lo imposible con pocos recursos y un claro ejemplo de buenas prácticas por la transparencia económica. Una apuesta de las comunidades madrileñas que viene especialmente a colación del Día de la Iglesia Diocesana, que se ha celebrado este 10 de noviembre.
El párroco de Santa María Josefa del Corazón de Jesús recalca cómo para levantar esta iglesia en el Ensanche de Vallecas fue imprescindible el trabajo de sus 120 voluntarios. En esta comunidad suponen un 20 % de los 600 feligreses que acuden a Misa cada fin de semana. «El altar, que pesa una tonelada, lo colocamos entre diez personas. Están muy disponibles y ya no supone solo el dinero que te ahorras: genera vínculos y luego pueden decir que ellos mismos lo han colocado», apunta este sacerdote de los Discípulos de los Corazones de Jesús y María. Es un instituto religioso con presencia internacional que permitió a los feligreses ponerse en contacto con expertos de confianza. «Cuando se me acerca una persona, con rapidez estoy ya pensando en cómo puede servir a la comunidad», confiesa Saiz, quien revela que el secreto para una parroquia viva es «descubrir las capacidades de las personas» y ponerles a trabajar. «Les digo que asumo sus errores y, si tienen duda sobre hacer algo o no y no me pueden localizar, que vayan adelante».
La sobriedad al ejecutar la obra también ha permitido que su equipo de Acción Pastoral dedique más recursos a las personas vulnerables a las que atienden. «Acabamos de enviar víveres a Valencia», apunta Cristina Martínez, profesora de Biología y una de las responsables del brazo solidario de esta comunidad en un barrio con pocas estructuras públicas. Aparte de servir a los niños para jugar y estudiar, en la parroquia «atendemos a las familias vulnerables con un apoyo económico para alquileres y material escolar y les ayudamos a hacer documentos para solicitar el ingreso mínimo vital o pedir tarjetas de sanidad». «Realmente creo que Dios provee y el Señor está detrás de todo esto», sentencia esta vecina.
En la parroquia de la Santísima Trinidad, erigida en los años 50 junto al resto del barrio de la Concepción, «transmitimos de forma anual el resultado de las cuentas», explica Raquel Montesinos, directora de departamento en una aseguradora y miembro del Consejo Económico. En papel y accesibles para los mayores, los balances «se mantienen visibles durante meses en el tablón de la parroquia», recalca. En esta iglesia de barrio las colectas y donativos suponen el 65 % de los ingresos y experimentan un repunte cada vez que los niños reciben la Primera Comunión o se celebra un matrimonio o un funeral. Montesinos matiza que «tenemos muy interiorizado que nunca jamás se dice una palabra exigiendo donativos». Estos llegan espontáneamente de quienes así lo consideran. Ni siquiera se piden en las bodas, una ocasión en la que no se suele reparar en gastos.