«Cuando mis hijos empezaron a ir a catequesis de confirmación, me dieron envidia. Van a un colegio católico y nos hemos acercado mucho a la fe. ¿Cómo no me iba a confirmar ahora, que estaba en mi mejor momento?». Nos lo cuenta radiante Ainara Hualde, de 47 años, cuando acaba de recibir este sacramento de iniciación junto a otros once adultos —tres también se bautizaron— el pasado viernes en la parroquia de Santa María. Sucedió en Majadahonda en una celebración presidida por el cardenal Cobo, arzobispo de Madrid, quien ya reveló en su carta pastoral de inicio de curso que estos itinerarios son prioridad en la archidiócesis.
Hualde nunca llegó a alejarse de la fe, pero antes la vivía con menos intensidad. De hecho, hasta ahora, «nunca sentí la necesidad de confirmarme». Pero hace ocho años dio con su parroquia y «encontré mi sitio y mi comunidad». «Cuando la descubrí pensé, “uy, esto engancha”, pero es cosa del Espíritu Santo», asegura. Lo primero que le llamó la atención fueron los sermones de Alejandro, el vicario parroquial, «que te puede hablar un domingo de Rosalía y otro de Netflix para relacionarlo con el Evangelio». A su juicio, que el sacerdote «esté en la tierra te hace pensar que la homilía era para ti».

Pero no todo es la predicación. «También hay dinámicas y grupos y casi todos los padres del colegio o del equipo de rugby nos juntamos aquí», nos cuenta. Es una casualidad geográfica, pues la parroquia es independiente de ambas realidades, peroprovoca que «cuando termina la Misa, estemos media hora hablando de cómo ha ido la semana». Y, siguiendo los pasos de los mayores, también hay «un grupo de jóvenes maravilloso en la Misa de 12 que mueve y da energía».
Esta vecina de Majadahonda explica que «ahora que me he confirmado, tengo otras muchas cosas que confirmar». Se pregunta: «¿Y ahora, qué?», pues considera fundamental dar «continuidad» a su nueva vida. Propone que los antiguos catecúmenos sigan reuniéndose los viernes, como llevan haciendo un año, y baraja apuntarse «al grupo de lectura de la Biblia, que me apasiona y me ha descubierto José Luis». Por alusiones, el catequista de Santa María, de apellido Mazón, resume así el plan de formación que su parroquia ya lleva desarrollando doce años: «El Señor me llevó al desierto, me habló al corazón y me dijo: “Ahora vas y lo cascas”». Según nos cuenta, todos los cursos esta iglesia «tiene una media de unos diez catecúmenos» adultos. El secreto de su éxito, considera, es «la acogida y el boca a boca».
Reivindica que, aunque sigue «un catecumenado sistemático basado en la Palabra de Dios y en el credo», el núcleo del itinerario es eminentemente vivencial. Todas las semanas hablan «del encuentro personal con Jesús en alguna circunstancia de su vida». Opina que más allá del interés por la nueva evangelización y los métodos, «el Espíritu sopla como quiere y lo único que se necesita es estar abiertos a los que nos manda». Con doce fieles incorporados a la vida comunitaria, «ya tenemos otros seis para el nuevo curso» que arrancará el mes que viene. «Lo que hace falta es ser valiente, abrirse a ellos y responder a sus preguntas», concluye.

El escéptico que anunció
Entre los adultos que se han bautizado y confirmado, los hay de todos los perfiles. Como el de Pedro, que proviene de «una familia no creyente y no tenía ningún tipo de relación con la religión». Su mujer, con la que se casó por lo civil, sí que provenía de ese sustrato y «tenemos dos hijos que procuramos que fueran a un colegio religioso» por la calidad de su educación y valores. «Que fuésemos distintos nunca fue motivo de choque y hemos formado una familia», expone.
La paradoja es que, tras ir a un retiro de Effetá por la invitación de un amigo, fue Pedro quien le pidió a su mujer ir a Misa los domingos. «Todo ha llevado a esto», cuenta con naturalidad. «Mi vida ha sido muy feliz», pero se ha acercado a Dios porque tenía anhelo de más. Como converso después de «ocho años de dudas existenciales» —más intelectuales que angustiosas—, acompañar a sus hijos a catequesis y rezar con la pequeña cuando se lo pedía provocó que se «fuera acercando de manera no forzada». En ellos ha visto lo mismo que recuerda de su abuela, más devota: «Ese amor infinito, que nos ilumina con su luz y nos quiere siempre». Y ahora, ya bautizado, le ha dicho a su mujer que «me gustaría que nos casáramos por la Iglesia».


