Todo empezó en un chalecito de la calle Princesa, 21. Era 1897 y allí se establecieron las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, con su fundadora a la cabeza, santa Carmen Sallés, para iniciar una obra educativa que ha celebrado este sábado, 8 de octubre, sus 125 años en el corazón de Madrid, como reza uno de sus lemas. El edificio costaba 160.000 pesetas de las de entonces y tenía pretendientes, pero una generosísima donación de 60.000 pesetas situó a madre Carmen como única que podía optar a la compra.
La monja no se había rendido. «Adelante, siempre adelante, Dios proveerá», decía, en una frase que las hermanas de ahora tienen grabada a fuego en sus corazones, y que transmiten a los 8.000 alumnos que tienen a lo largo y ancho del mundo. Allí reposan ahora sus restos [forman parte de la Ruta de la Santidad], en un pequeño oratorio erigido en lo que fue su dormitorio y su despacho de trabajo, y a donde llegan peticiones de todo el mundo.
«Pásate hoy por madre Carmen Sallés», le piden a la madre Teresa Hernando, directora general del colegio, los que tienen alguna necesidad especial. Reconoce sentirse inmensamente agradecida de poder tenerla tan cerca y recuerda, ante su urna, esas últimas palabras que dijo antes de morir, refiriéndose a su fundación: «Bendecidla, bendecidla, bendecidla». Un «buen compromiso» que la hermana desarrolla ahora a través del colegio, con casi 1.000 alumnos, siguiendo ese otro postulado de su fundadora: «Encontraréis a Cristo en el corazón de los niños».
Siembra fructífera
En estos 125 años, «la siembra ha sido muy fructífera». Si hay algo que define al colegio es ese «espíritu de familia» que hace que muchos alumnos vuelvan agradecidos al cabo del tiempo, se casen en la capilla, matriculen a sus propios hijos o incluso sean actuales educadores del centro. Esa capilla es la joya del colegio. «Nos dice que tenemos que tener el corazón centrado en lo esencial: Dios, Nuestro Señor, y la figura materna de María». Y María como Inmaculada, no solo porque madre Carmen Sallés vivió la definición del dogma y creció con ella en su corazón, sino porque fue un puntal en su proceso vocacional.
Carmen Sallés nació en Vic en 1848 en el seno de una familia de clase media. Fue la segunda de diez hermanos, y la mayor de las chicas. De jovencita sus padres la comprometieron en matrimonio con un joven también acomodado, pero ella ya sabía que su vida iba a ser por entero para el Señor. Ingresó en las adoratrices y empezó a atender a las mujeres rescatadas del mundo de la delincuencia, la prostitución y la marginalidad. Y rápido surgió la pregunta: ¿cómo habrían sido si la sociedad les hubiera dado otras oportunidades? La respuesta para ella fue evidente: la educación preventiva. Dar un paso atrás y comenzar por enseñar a las niñas no solo a sumar, restar y las labores del hogar, sino fortalecerlas en su dignidad.
En la oración vio la figura de María Inmaculada como modelo. «Levantad constantemente la vista a María; Ella os dará fuerza, Ella os dará valor», decía madre Carmen. Por eso, los colores concepcionistas son el blanco y el azul, los que predominan en sus colegios. «Los niños enseguida lo saben», cuenta la madre Teresa. La Inmaculada preside la capilla del colegio de Madrid. Es una talla que incluye un detalle muy querido por el centro: un corazón incrustado en su pecho que se hizo con joyas donadas por antiguas alumnas, y en cuyo interior va una dedicatoria de todos los alumnos y la comunidad educativa. «Para que nos tenga ahí en el corazón», cuenta la directora.
Madre Carmen abandona las adoratrices para ingresar en las dominicas de la Anunciata, dedicadas a la educación de la mujer. Durante 22 años, sirve a Dios inculcando en las jóvenes una piedad honda y sincera, alejada de sensiblerías, y aumentando su cultura. «Para alcanzar buenos fines, es menester buenos principios», decía.
La cruz llega a la vida de Carmen en forma de ataques: la acusan de querer llenar de vanidad la cabeza de las mujeres. Comienza un tiempo duro de discernimiento en el que la monja solo buscaba hacer la voluntad de Dios para su vida. Con dolor abandona las dominicas.
Un día en Madrid, rezando ante la Virgen del Buen Consejo de la actual colegiata de San Isidro, Carmen ve claro que Dios le pide ir a Burgos para iniciar una nueva obra. Nacen así las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, donde concreta de manera total su fuerte llamada a la eduación preventiva.
Precisamente por esta razón, la Eucaristía de acción de gracias por los 125 años del colegio se celebró el pasado sábado, 8 de octubre, en la colegiata. Presidida por el cardenal Osoro, arzobispo de Madrid, durante la homilía les recordó que «todos somos salvados, llamados a la convesión e impulsados al agradecimiendo». «Nos llamó a la alegría», continúa la madre Teresa, y pidió a las familias que «busquen una formación humana y cristiana para sus hijos». Fue un día «muy gozoso» que concluyó con una gran fiesta en el patio del colegio.
Hoy, el carisma de madre Carmen sigue vivo en el colegio, muy bullicioso siempre aunque las hermanas están acostumbradas. «En verano, con tanto tiempo sin oír a los niños, nos parece que estamos en un mundo diferente», ironiza la madre Teresa. A nivel educativo, el colegio está sumido actualmente «en un proceso de innovación pedagógica basada en los valores concepcionistas, dotando a la investigación de una importancia especial». El resultado está siéndo la adaptación de espacios y la reforma de partes del edificio, y también, subraya la directora, la adecuación de métodos de trabajo. Siempre, eso sí, manteniendo lo que pedía madre Carmen: «Amad a los niños y sabréis educarlos».
